El momento de los operadores políticos
Las elecciones ingresan a su tramo final con mayor incertidumbre que comicios anteriores, en medio de una creciente preocupación empresarial por las propuestas que se debaten y manteniéndose todavía una alta desafección de una buena parte de la ciudadanía por el proceso del 11 de abril. Y mientras los candidatos aceleran sus campañas, la pandemia no da tregua y la vacunación avanza lentamente con marchas y contramarchas del gobierno de Sagasti.
Hace dos semanas sostuvimos que para las nuevas autoridades económicas, principalmente en el MEF y el Banco Central, era tan importante contar con un bueno diseño de políticas públicas como, asimismo, hacer economía política. La conformación que se vislumbra del próximo Congreso también debe obligar a las agrupaciones que alcancen ingresar al recinto de la plaza Bolívar a contar con operadores políticos. Y por lo mismo, el Ejecutivo que asumirá el cargo el 28 de julio deberá seguir el mismo camino: contar con operadores políticos eficaces. En el último quinquenio, que está por acabar, fue evidente la ausencia de una suerte de bisagras que hagan viables consensos mínimos.
Sin esa predisposición será difícil la gobernabilidad y, por tanto, no se podrá generar un ambiente favorable para empezar la recuperación de la confianza. Enrumbarse a ese objetivo requiere liderazgos, tanto en el Ejecutivo como en el Congreso. En los últimos cinco años se han tenido ministros opacos en su mayoría. Y eso ha sido visible, por ejemplo, en la conducción de los despachos de la Presidencia del Consejo de Ministros y del jirón Junín, principalmente desde marzo del 2018, salvo pocas excepciones.
Lo mismo ha ocurrido en el Parlamento. Una muestra es que hubo pocos congresistas y asesores solventes -razón por la cual más de un proyecto legislativo fue declarado inconstitucional-. Para el próximo quinquenio, según las hojas de vida presentadas, la mayoría de candidatos al Congreso tiene poca experiencia en el manejo de la cosa pública. Menos aún de contar con capacidad negociadora política para superar los impasses que surjan con el Ejecutivo. La curva de aprendizaje puede resultar siendo mayor que en otras ocasiones.
El Congreso tendrá un rol clave y puede ser obstruccionista -como lo fue en estos últimos cinco años- o facilitador. Es muy probable que desde las diversas bancadas que llegarán se abocaran a tareas que se superpongan al Gobierno y, por tanto, se dilaten decisiones o siga prevaleciendo la tentación populista en las iniciativas legislativas. Asimismo, es posible que reformas a la Constitución actual sean parte de la agenda, aunque sea para cambios parciales .
Por eso resulta clave que el próximo gobierno cuente con suficientes operadores políticos, que pueden ser o no congresistas, para evitar empantanarse en cada medida que se quiera adoptar. Y este manejo necesita dejar de pensar la política como algo siempre corrupto. Y esa es una tarea de las agrupaciones que alcancen el respaldo en las urnas, tanto para el Ejecutivo como para el Congreso.
La confianza se recuperará con hechos y no con discursos. Y para ello se requiere que no se menoscabe el rol de la política, pese a la decepción que hay sobre ella por la experiencia de los últimos años. De lo contrario, cualquier política económica corre el riesgo de naufragar.