El peligroso conformismo
En los últimos meses, parte del discurso del Gobierno y de ciertos sectores empresariales se ha centrado en el debate sobre la tramitología para explicar por qué se ha perdido el dinamismo del crecimiento económico. Si bien este factor es clave, sería un error pensar que con solo el cambio de Gobierno y una agilización de los procesos en el Estado se pueda recuperar la inversión y, por consiguiente, obtener nuevamente tasas del 6%.
En esta misma línea, puede también ser erróneo considerar que las promesas de los candidatos presidenciales son parte del paisaje de toda campaña electoral y, por tanto, no hay que tomarlas muy en serio. No se debe repetir lo sucedido con el actual mandatario cuando, en las elecciones del 2011, dijo en Cajamarca que había que optar entre el oro o el agua. Aunque cuando ya estuvo en el Gobierno tuvo que corregirse con las consecuencias que todos conocemos en el caso de Conga. Debe ser esta una lección para no menospreciar las promesas, ya que la población no las olvida y después las exige, originándose con ello, por ejemplo, conflictos sociales.
Ya con el proceso en marcha, en las últimas semanas se han lanzado algunas propuestas de carácter económico que deben ser tomadas con mucha seriedad para el debate.
Por ejemplo, se ha ofrecido respaldar con los fondos del sistema privado de pensiones préstamos para los afiliados. La cuestión es que esto puede implicar una reforma constitucional y con ello abrir una caja de Pandora para otros cambios, ya que los fondos son intangibles, según señala la Carta Magna.
Asimismo, se ha planteado cambios en las regulaciones frente a las altas tasas de interés, principalmente, en los créditos de consumo. También se considera que se debe modificar el Sistema Privado de Pensiones y, por supuesto, no faltan candidatos que añoren volver al sistema de reparto.
Estos tres temas, si bien recogen un malestar de la ciudadanía, en el fondo significan acercarse a problemas que durante la administración gubernamental de Humala no se quiso abordar o, peor aún, se trató de forma equivocada, como fue la reforma de las AFP.
Frente a estos anuncios, los empresarios y, principalmente, algunos de sus dirigentes, prefieren mantener un perfil bajo. O lo que es peor, teniendo propuestas que puedan significar mejoras, deciden guardarlas bajo siete llaves o negarse a debatir modificaciones en la legislación, asumiendo que nada debe tocarse o incluso confían en que nada se tocará.
Tampoco se puede pasar por alto ideas como cambiar la Constitución, ya que todo esto alimenta las expectativas de una población, que en algún momento puede llegar a pensar que allí se encuentra la varita mágica para recuperar el crecimiento económico del pasado.
Por eso, lo peor que puede suceder es que desde el sector empresarial haya un conformismo, como lo hubo en el 2013, cuando pese a las voces que advertían que se registraba una desaceleración de la economía, había gremios que consideraban que se podía crecer fácilmente 7%. La historia no debe repetirse y menos ser complacientes.