Declaraciones que también hacen ruido
En agosto del 2013, el entonces ministro de Economía, hoy embajador del Perú en Estados Unidos, Luis Miguel Castilla, dijo que “el mundo está cambiando y posiblemente estemos entrando a un nuevo estadio de vacas menos gordas, de vacas más flacas”. Días después, al presidente de la república, para enfrentar los reclamos en Arequipa por el menor canon minero, no se le ocurrió mejor cosa que decir que “la crisis ya había llegado” al país. Ambas expresiones fueron un baldazo de agua fría que cayó sobre las expectativas de la economía, cuando en ese entonces todavía crecíamos a una tasa de 5%, pero también ya se empezaba a advertir que disminuía el ritmo de expansión.
Dos años después, la desaceleración de la economía es una realidad y, tal como decimos en el editorial de hoy, aún, lamentablemente, sigue vivita y coleando.
Indudablemente, se esperaría una actitud más proactiva del poder ejecutivo y de los ministerios vinculados al área económica, pero eso no está ocurriendo. Más bien, el viernes pasado, el presidente Humala nuevamente atentó contra las expectativas, pues, sin querer queriendo, redujo la proyección de crecimiento: “Estamos estimando, en promedio, (un crecimiento) de 4%”, al declarar durante la inauguración de cuatro escaleras y 38 muros de contención en Ate. Es decir, dejó atrás el último estimado del Banco Central de Reserva, que considera un 4.8% para este año.
Y, aunque, el mandatario de Estados Unidos Barack Obama mencionó a inicios de la semana pasada que el Perú se había convertido “en la envidia del mundo” por su crecimiento, lo cierto es que la referencia era por el comportamiento de la economía peruana en la última década.
Los resultados de enero muestran que el crecimiento todavía anda volando bajo y ya los analistas empezaron su ritual de todos los años, aunque esta vez de forma adelantada: empezar a bajar sus propios pronósticos.
Las declaraciones recientes del presidente Humala muestran que quizás ya al interior del Gobierno se empiezan a sincerar los guarismos, y se confía en la solidez macroeconómica para intentar obtener un buen resultado en las elecciones del 2016. Es por eso que se lanzan advertencias para que no se toquen los programas sociales, asumiendo que estos son una panacea, tal como advertíamos hace una semana en esta misma columna. En cambio, se deja de lado el esfuerzo para conseguir una mayor tasa de crecimiento, retomar el impulso a la inversión privada y se continúa haciendo anuncios de miles de millones de dólares, que solo están en los documentos oficiales y en los discursos de los funcionarios.
Por tanto, mientras no se adopten decisiones dramáticas con respecto a la inversión privada, tal como recomendó la semana pasada Roberto Abusada en Gestión, corremos el riesgo de que terminemos con un crecimiento igual o menor al del año pasado.