El nuevo jefe de comunicaciones
Es usual que cada cierto tiempo, mis amigos relacionistas públicos o comunicadores que trabajan para el Estado, –especialmente en ministerios–, me llamen para quejarse que otra vez les han cambiado de jefe y no saben si conservaran sus trabajos o deberán volver a las filas de los desempleados. Las personas que no tienen nada que ver con el mundo de las comunicaciones se preguntaran: ¿por qué si su jefe dejó el puesto ellos tienen que estar en la incertidumbre de si se quedan o se van?
Es muy sencillo. La jefatura de comunicaciones es un puesto de confianza porque tiene el encargo de lograr una relación fluida entre la cartera y los medios de comunicación. Del jefe de comunicaciones depende que el ministro de turno y en general su gestión tengan presencia en los medios de comunicación, es decir que informen sobre el trabajo que desarrollan; además, son quienes determinan, dosifican o amplían la información que sale del ministerio; de los jefes de prensa también depende cómo se gestionan las crisis con la opinión pública que nunca faltan a raíz de denuncias, por ejemplo.
Como es normal estos jefes de comunicación crean y desarrollan equipos de trabajo, que comprenden redactores, camarógrafos, community managers, entre otros. El problema se da cuando cambian al jefe y viene uno nuevo que quiere imponer su propio equipo. Pero el trabajo en nuestro país está regulado por leyes y estos trabajadores no son considerados de confianza, así que moverlos no es tan fácil.
Aquellos comunicadores que saben de liderazgo, se acomodan a las circunstancias, realizan pocos cambios, máximo traen a un par de profesionales y trabajan con las personas que han quedado de las gestiones anteriores; pero lo más interesante es que su liderazgo se plasma en que pueden crear un ambiente de trabajo óptimo, potenciar a sus colaboradores y lograr buenos resultados con los que tienen a mano.
Desgraciadamente ese tipo de líderes son pocos y la mediocridad abunda. La mayoría de colegas que asumen el puesto de jefe de comunicaciones lo que hacen es desarrollar toda una serie de acciones para aburrir (hostigar) a los colaboradores y con ello buscar dos cosas: que renuncien o crear precedentes para despedirlos.
En ese proceso lo que logran es desmotivar a las personas que trabajan bajo su cargo; crean un drama y un estrés innecesario en sus oficinas; y se dan una serie de maltratos a sus colaboradores como por ejemplo que: no les den carga de trabajo, es decir los tienen si hacer nada; cuestionen sus labores, los comparen con otros profesionales; o en su defecto les pongan cargas de trabajo absurdas como querer hacerlos trabajar de madrugada o aumentarles de manera irracional sus funciones y que no puedan hacer nada bien.
En las voces de incertidumbre de los amigos que llaman, se puede notar el horrible clima de trabajo al cual están sometidos. Creo que nadie se lo merece. Irónicamente, todo esto se produce por una falta de comunicación. Qué le cuesta al nuevo jefe o –principalmente– jefa hablar con sus colaboradores y explicarles por qué no se ajustan a sus expectativas, de qué manera pueden negociar una salida digna o en el mejor de los casos de qué manera pueden llegar a un acuerdo para que se logren objetivos bajo nuevos lineamientos.
Creo que el mejor jefe de comunicaciones no es aquel que tiene títulos, “experiencia” o galardones en prensa. Ser un buen periodista no te hace líder ni buen jefe de comunicaciones. El mejor jefe de comunicaciones es aquel que puede comunicarse de manera óptima con sus colaboradores, incluso con las personas que va despedir. Ser comunicador, aunque suene a perogrullada, es hablar y bien, no acosar a los colaboradores.