EL ASPEREGER Y YO
Mi aspergiana forma de pensar siempre me metió en problemas. Por ejemplo, hizo que mis compañeros de la primaria me consideren una anomalía genética, de las que se ubican a más de tres desviaciones estándar del alumno modelo, razón suficiente como para ser declarado blanco oficial de toda golpiza.
A falta de manual escrito contra el abuso, cada víctima tenía que resolver el asunto como pudiera. Cuando los matones se aproximaban y la opción del escape se tornaba imposible, no me quedaba más que encomendarme a Dios, a San Judas y a San Duchito para que produzcan sin previo aviso un tsunami como el que salpicó Krakatoa cuando hizo erupción y derritió con su lava hasta el último mosquito que había en el vecindario o, en su defecto, que lancen un meteorito tamaño XL como el que extinguió a los dinosaurios en el período Cretácico-Paleógeno.
De haberme hecho caso, la divina intervención hubiera evitado una conflagración de consecuencias nefastas para mí (que era al que siempre le tocaba la peor parte de la palabra “nefasta”). Pero mi solicitud nunca fue atendida.
Lo peor venía cuando llegaba el momento de tomarnos la foto grupal de fin de año. Como nadie quería retratarse a mi lado, me esperaban en el baño para destrozar mi uniforme y hacerme impresentable para el evento. Entonces, me emboscaban al más puro estilo de Caballo Loco y su tribu, que en la Batalla de Little Bighorn le metieron tremenda goleada al General Custer y al Séptimo de Caballería eliminándolo prematuramente de la fase de grupos.
Era ahí cuando la cosa se ponía color de hormiga (me refiero a la roja que es la que tiene tremendo complejo de inyección). Ya tendido en el piso, en posición tomando baños de sol al mediodía en Cancún, era sometido a una muy creativa y cruel plétora de golpes que no puedo detallar porque yo siempre cierro los ojos en las escenas de terror.
El mercado rechaza lo que no entiende, no tengo dudas de esto. Mis compañeros de la primaria lo hicieron conmigo porque mi forma de pensar contradecía todo aquello que ellos conocían y definían como normal, lógico y aceptable. La curva de adopción de la innovación está íntimamente ligada con esta premisa. Los primeros dos segmentos que Rogers bautizó como los “innovadores” y los “adoptadores tempranos” son los más permeables a la hora de adoptar ideas desconocidas, pero no es suficiente como para hacer comercialmente viable un producto singular. De hecho, la mayoría del mercado se caracteriza por aceptar lo familiar y conocido y rechazar tajantemente lo que no lo es. Es que rechazamos las nuevas ideas no porque sean malas sino más bien porque son nuevas y al serlo es muy difícil comprenderlas y darles valor.
Hace unos años mis ex-compañeros de la primaria me contactaron para invitarme a una reunión de reconciliación a la que asistí a regañadientes. Al final de la cita, a excepción mía, todos los demás posaron para la foto del recuerdo. Cuando me enviaron la copia no pude ocultar mi sonrisa, no parecía en absoluto un retrato sino un poster del Show de los Muppets.
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