Inteligencia humana: la noche en que dudar salvó al mundo
Cuando vio la señal de alerta, Petrov estaba a cargo del búnker Serpukhov-15, cerca de Moscú. Esa noche estaba reemplazando a un colega. Pasada la medianoche, a las 00:14 horas, las alarmas comenzaron a sonar. En la pantalla apareció esa palabra que nadie quería ver: Lanzamiento. El sistema de alerta indicaba un misil lanzado desde una base estadounidense. De nivel de confiabilidad “máximo”. En segundos aparecieron cuatro más. Cinco misiles en total dirigiéndose hacia territorio soviético.
Petrov tenía protocolos claros. Debía reportar inmediatamente al comando superior, que a su vez alertaría al Secretario General Yuri Andropov, quien ordenaría el contrataque nuclear masivo. El tiempo estimado de llegada de los misiles: 25 minutos. El inicio de una guerra con implicancias globales o acaso el fin de nuestro planeta como lo conocíamos.
El sistema de alertas era el más sofisticado de esos tiempos, había sido diseñado exclusivamente para estos momentos, cuando el enemigo atacara, tener el tiempo preciso de respuesta. Y claro, responder lo más pronto. Pero en medio de ello, en medio de esa noche oscura, Petrov se cuestionó.
¿Por qué solo cinco misiles? Toda su formación militar le decía que un primer ataque estadounidense sería masivo, cientos de misiles simultáneos para neutralizar la capacidad de respuesta soviética. Cinco misiles no tenían sentido estratégico.
El sistema de satélites mostraba el lanzamiento, pero los radares terrestres aún no confirmaban nada. Los radares eran más confiables que los satélites, pero necesitaban que los misiles cruzaran el horizonte.
Además, el sistema era relativamente nuevo.
Petrov enfrentaba un dilema en un contexto extremo, el sistema computarizado, en el que su país había invertido una fortuna y que generaciones de científicos habían diseñado, decía con “confianza máxima” que venía un ataque. Pero su intuición, eso humano que no se automatiza ni se escala, le decía que algo no cuadraba.
Decidió confiar en su análisis. Seguidamente reportó a sus superiores “falsa alarma del sistema”. Pasaron los minutos más largos de su vida. Si estaba equivocado, millones morirían por su inacción. Si tenía razón, millones vivirían por su duda.
Los radares terrestres nunca detectaron nada. No hubo explosiones, Petrov había tomado la decisión correcta.
Petrov no era más inteligente que el sistema de alertas. Podía dudar donde el sistema solo ejecutaba. Podía integrar contexto donde el algoritmo solo veía patrones. Podía asumir el peso moral de una decisión incierta donde el protocolo exigía certeza automática.
En esos 25 minutos que tuvo Petrov para decidir está condensada la esencia de lo que debemos cultivar hoy. El coraje de cuestionar lo automático, la lucidez de integrar lo contradictorio, y la responsabilidad de pensar cuando sería más fácil solo obedecer.
Esa noche es un ejemplo extremo pero real de lo poco replicable que son algunas características de la inteligencia humana.
Victor Lozano Urbano
Director de Innovación en Verne Comunicación e Innovación

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