La apuesta por el futuro del movimiento ambientalista: Prometeo vs. Malthus
Hace unas semanas estuve de visita en una universidad muy destacada en Derecho ambiental, a nivel mundial. En el contexto de la implementación de políticas de Trump como la reducción del financiamiento de programas ambientales, o la desregulación de políticas ambientales, algunos colegas y estudiantes ahí se preguntaban si eso no significaría el fin del movimiento ambientalista. Yo no creo que signifique el fin del movimiento ambientalista, pero sí creo que muchos de sus miembros podrían hacer un reajuste de sus enfoques, a fin de llegar a una audiencia mayor y también de abogar por la implementación de políticas más alineadas con los intereses de la sociedad. Con el riesgo de perder algunas amistades que se dedican a lo ambiental, aquí reproduzco -a modo de borrador- algunas de dichas ideas:
1. El movimiento ambientalista debería tender a ser “prometeista” en lugar de “neo-malthusiano”
Esta dicotomía está muy bien ilustrada en The Bet (o “La Apuesta”), a su vez reseñado en “The Birth of Free Market Environmentalism”, publicados por Yale y MIT, respectivamente (aquí). En dicho trabajo se reseña la disputa entre dos figuras representativas del movimiento ambientalista y economisista, respectivamente. El primero, Ehrlich, malthusiano, veia a la Economía como un juego de “suma cero”, donde los recursos eran finitos, los hombres casi una plaga, y el fin del planeta un destino inexorable. El segundo, Simon, prometeista, pragmático, era optimista acerca del impacto positivo de la expansión de la humanidad y de la tecnología en el mejoramiento de las condiciones de vida e, incluso, del medio ambiente.
Si bien los datos parecen desmentir a Ehrlich (aquí) y darle la razón a Simon (aquí) -que ganó la apuesta que tenían entre ellos, además-; el impacto de Ehrlich en las políticas y la cultura parece ser mayor, aunque con una tendencia a la reversa, reciente. Queriéndolo o no (o sin merecerlo) los exponentes actuales de esta diferente forma de ver el mundo son Bill Gates y Elon Musk.
Por un lado, tenemos a Gates abogando por el control de natalidad (especialmente en África); el comer insectos o carne sintética; y, no invertir en tecnología que nos permita -algún día- dejar la Tierra. Por otro, tenemos a Musk poniendo la alarma acerca del riesgo demográfico que enfrentan muchos países (Japón, Europa) y el mundo en general; abogando por el libre mercado; e, impulsando la futura colonización de Marte, a través de su programa espacial. Claro, ambos tienen claroscuros: Gates es creador de una de las principales compañías tecnológicas del mundo y propietario de grandes extensiones de terreno agrícola. Por su lado, Musk ha abogado por subsidios y regulaciones en relación a la industria eléctrica y otras, demostrando no ser realmente un defensor de los mercados.
Mi impresión es que el movimiento ambientalista -desde su origen- se ha inclinado fuertemente por el lado neo-malthusianista. Como fue demostrado desde muy temprano, ésta es una apuesta equivocada. El ambientalismo debe ser más optimista y positivo en relación al rol de los humanos, la innovación y el dinamismo de los mercados.
2. El movimiento ambientalista debería tender a ser más pro-mercado y menos “corporativista”
Decimos “corporativista” en lugar de “estatista”, porque muchas veces son las propias empresas las que promueven la regulación. Mucha gente está descubriendo hoy que el “estado regulatorio” en realidad representa muchas veces el gobierno por corporaciones (ejemplo, aquí). En este esquema de cosas -que no tiene nada de nuevo- el Derecho ambiental habitualmente ha recibido un “free pass”: su pretención de bien público y generalidad le ha dado un aura que no tienen otras regulaciones.
Sin embargo, es evidente que muchas regulaciones ambientales tienen fines semejantes a los descritos por Stigler en su influyente trabajo “The Theory of Economic Regulation“ (aquí): buscan reducir la competencia u obtener subsidios. Cuando privilegiamos la electricidad sobre otros tipos de energía; el papel sobre el plástico; el alquiler sobre la propiedad; o los vegetales sobre la carne, por ejemplo, hay ganadores y perdedores claros. La “ciencia” detrás de unas preferencias sobre otras, sin embargo, son mucho menos claras, a pesar de que han sido “accidentalmente” inculcadas a la sociedad por décadas.
Otra forma en que el “corporativismo” afecta a la sociedad es a través de echarle la culpa a las personas por el daño ambiental. Es nuestra culpa por no comer bichos, por lavarnos los dientes tres veces al día, por salir de vacaciones en avión, por usar auto, por usar bolsas de plástico, etc. Pero además de muchas veces ser exagerado o falso directamente, el daño ambiental que sí encontramos tiene responsables más directos, que tienen en sus manos la solución: hacer productos más durables; usar tecnologías más limpias por propia iniciativa, en lugar de hacer lobbies para obtener beneficios en detrimento de la sociedad.
Muchas veces, además, se desvía la atención de los temas principales: mientras discutimos si debemos usar bolsas de plástico o no, la minería informal arrasa con nuestros bosques y contamina nuestros rios, siendo una industria más rentable que el narcotráfico y controlando la política del país.
3. El movimiento ambientalista debe ser más local y menos “global”
Por supuesto, problemas como la minería ilegal requieren colaboración entre países para combatirse de forma efectiva. Pero no me refiero a eso: me refiero a la presión para promover agendas que no son aceptadas (o aceptables) en países; a discusiones fútiles acerca de si la Naturaleza es una persona jurídica o no; y, a la influencia desproporcionada de agentes que tienen intereses que no son compatibles con los del país.
El movimiento ambientalista, especialmente en países como Perú, debería concentrarse en los problemas locales: p.e. cómo reformar las municipalidades para que tengan incentivos para manejar adecuadamente los desechos; cómo cuidar las reservas naturales del avance de la propiedad privada; cómo combatir de forma efectiva a la minería ilegal y su influencia en la política. Esto no se resolverá en conferencias en Dubai o Filipinas, sino participando e influyendo en la política local.
Como decano de Derecho en la Universidad Científica del Sur, he hecho grandes esfuerzos por promover el Derecho ambiental en el país, siendo la única facultad de Derecho en Perú con enfoque ambiental; la única que hace un moot ambiental; con una de las clínicas legales ambientales más activas; con la única maestría en Derecho ambiental en Perú; con alianza de doble grado con la mejor del mundo en ambiental; etc. Creo que este aporte me da algo de crédito para criticar desde adentro: el movimiento ambientalista tiene fallas en el enfoque que -efectivamente- amenazan su existencia misma y hacen que no esté del todo alineado con el interés social. Corresponde a los líderes de este movimiento cambiar el enfoque, sino le dan puerta abierta a otros para que lo hagan en su lugar, de forma mucho menos “amable”, sin el interés de preservar lo que sí es valioso de este movimiento.

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