IA, justicia automatizada y arbitrariedad
Hace pocos días estuve en Berkeley, una de las cunas de la tecnología de avanzada en el mundo, para un seminario co-organizado por el Public Law & Policy Program de UC Berkeley y la Universidad Científica del Sur (aquí). En este seminario, se discutió acerca de la reguación de la IA. En medio de la conferencia, un estudiante introdujo la pregunta “¿podrá la IA reemplazar a un juez en el futuro?”. No hay una respuesta simple o certera, pero ensayaré algunas ideas:
La “automatización” de la justicia no es una pregunta nueva
Desde el Derecho romano hasta Leibniz -nacido hace casi 400 años atrás- existe una orientación hacia la “automatización” de la justicia, a través de la codificación y la predictibilidad de resultados. Leibniz es considerado el padre de la “computational legal theory” (aquí).
En la actualidad, la “jurimetrics” es una ciencia bastante avanzada. No falta información, ni capacidad de razonamiento (o “computacional”) para predecir el resultado de juicios. La IA no ha cambiado eso, salvo por quizá hacer más fácil la automatización.
La “automatización” es una pregunta política
Pero la automatización no es una pregunta técnica, sino política. Tiene que ver con el poder relativo de los jueces en el sistema de justicia. La pretensión de Montesquieu de que los jueces sean “bocas que dicen la palabra de la ley” no tiene que ver con la posibilidad de predecir resultados, sino una valoración política/ideológica acerca del poder relativo -frente al parlamento o más recientemente frente al poder ejecutivo- de los jueces en el proceso de “adjudication”.
El rol de los jueces en un “estado regulatorio” es similar a de otros “reguladores”. Los jueces no serán reemplazados por robots por la misma razón que el Congreso o el Poder Ejecutivo no serán reemplazados por robots: las decisiones que toma el Congreso o el Ejecutivo no son racionales, pero tampoco falta capacidad o información para que lo sean; no lo son porque no son parte de un proceso racional, sino de un proceso político que -al igual que casi todos los procesos en la sociedad- puede ser -a su vez- predicho y explicado bajo la racionalidad económica o “de mercado”.
El proceso político y la racionalidad económica
En corto, el proceso político en una sociedad democrática funciona como un mercado donde el recurso es la adjudicación de titularidades sobre bienes. Esta asignación de titularidades se hace bajo diversos mecanismos legales tal como fuera tempranamente destacado por Calabresi y Melamed (aquí), pero también bajo diversos procedimientos legales, que involucran a los diferentes poderes del estado.
Siguiendo a Becker, el proceso político puede ser visto como una competencia por recursos, donde la diferentes grupos en la sociedad quieren ser beneficiadas por decisiones de las autoridades y las autoridades -a su vez- compiten entre ellas por recursos como poder, presupuesto, prebendas, etc. En nuestro medio, esto ha sido bastante bien ejemplicado por Quintana (aquí).
En suma, el hacer menos costosa la automatización, podría tener un impacto en ver más decisiones judiciales siendo delegadas a robots, pero este proceso no solo enfrenta problemas técnicos y de percepción ciudadana o incluso democráticos, sino que contradice la lógica del proceso político, donde los jueces son un actor más que lucha por mayor poder, y ese poder muchas veces se traduce en tener más discrecionalidad.
Reducir la discrecionalidad de los jueces tiene claras ventajas pero -como todo- también entraña riesgos (como una tendencia hacia el autoritarismo de otros estamentos del gobierno que no pierdan su discrecionalidad y ahora tengan menos competencia). Los jueces con poder reducen el riesgo de monopolización del proceso político, lo cual lo volvería más arbitrario y con peores resultados económicos en el agregado.
Si queremos tener frenos judiciales al poder el Congreso y del Ejecutivo, debemos admitir tener jueces irracionales y con cierto grado de discrecionalidad.
Al fnal del día, más allá de opiniones, las fuerzas políticas y económicas tienen su propio devenir.

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