Dostoievski, Ciencia y Política
La pandemia nos ha recordado (porque no era un secreto) que Perú es un país muy atrasado en ciencia. Pero ligado a eso, también ha descubierto, que los políticos (o tomadores de decisiones en general) le dan la espalda a la ciencia en la toma de decisiones. Como consecuencia de esto, el lema “Sin Ciencia no hay Futuro” ya no sirve solo para solicitar mayor apoyo del Estado a la ciencia (más recursos para investigación, quitar trabas, financiar educación en ciencia, etc.), sino para demandar una mayor relación entre ciencia y política. En otras palabras, que la política no le de la espalda a la ciencia en la toma de decisiones. Pero, ¿es esto deseable?
Un último caso de este supuesto desdén de la política a la ciencia es la extensión de la moratoria a los transgénicos por 15 años adicionales, en Perú. ¿Pero las decisiones políticas están sistemáticamente alejadas de la ciencia? ¿Cuando están “cerca” a la ciencia, se producen mejores resultados?
Un caso paradigmático de decisión política basada en input científico es la política pública más importante del siglo 21 hasta el momento: la decisión de cerrar los países para hacer frente al Covid-19. Fue un modelo matemático del Imperial College London el que impulsó a casi toda Europa, USA y casi toda América Latina a cerrar sus economías, educación y vida social casi al 100%. ¿Estaban los países dándole la espalda a la ciencia en eso o siguiendo el aparente consenso científico?
Pero estas decisiones, de privilegiar la seguridad y salud, permitiendo que las decisiones individuales sean reemplazadas por una colectiva que a su vez es tomada por máquinas (matemáticamente), trae una cuestión de fondo que es muy compleja. ¿Se justificarían decisiones semejantes en el futuro? ¿Por qué solo “salvar” a las personas del Covid si las podemos salvar de malas dietas, malos hábitos, malos matrimonios, accidentes de tránsito y malas decisiones vocacionales? ¿No son acaso todas esas malas decisiones que podrían justficar la intervención del Estado? ¿No es acaso la libertad una especie de lujo que está subordinado a la seguridad, salud y -en definitiva- a la razón?
Memorias desde el subsuelo
Comienza Dostoievski señalando que “… el día que todo esté explicado y calculado sobre el papel (lo que es muy probable, ya que resulta repugnante pensar que haya leyes de la Naturaleza que el hombre jamás descubrirá), será entonces cuando desaparezcan los así llamados deseos. Porque el día que la voluntad esté perfectamente confabulada con la razón, será cuando razonemos y ya no desearemos…”.
Sin embargo, si esto nos lleva a tomar, “buenas” decisiones, ¿por qué alguien querría tener la libertad para elegir?
“… hay un caso, y solo uno, en el que el hombre puede concientemente y a propósito, desear para si mismo algo que le sea incluso perjudicial; algo estúpido, sí, de lo más estúpido, a saber: tener derecho a desear algo que le sea absolutamente estúpido sin estar sujeto a la obligación de desear solo cosas inteligentes para uno mismo. Porque aquello que es absolutamente estúpidio, aquello que es un capricho, en realidad, puede ser lo más ventajoso del mundo para nuestro hermano, sobre todo, teniendo en cuenta algunos casos concretos. Es más, puede que le sea más ventajoso que nada, incluso en aquellos casos en que sea verdaderamente dañino o en los que contradiga las deducciones de nuestro sano juicio sobre las ventajas, porque en cualquier caso, seguirá conservando algo que es lo más importante y preciado para nosotros, a saber, nuestra personalidad y nuestra individualidad”.
En caso contrario, pasaríamos a ser robots. Porque “…¿cómo se puede desear algo conforme a una tabla matemática?… el hombre se convertiría al instante en un simple perno…”.
Cuarentena y libertad
¿Es posible que la ciencia se ponga en todos los supuestos en una situación tan incierta como una pandemia? ¿Es posible conocer los casos particulares, deseos, prioridades y anelos de millones de personas e incluir eso en una tabla? Los abuelos que nunca verán a sus nietos, los nietos que no jugaron con otros niños, las personas que perdieron sus empleos, los jóvenes que no cumplieron sus sueños, las risas que fueron apagadas, ¿todo eso cabe en una fórmula?
Y si pudiéramos incluir todo eso en una fórmula, ¿quisiéramos hacerlo?
Lo anterior, no quiere decir que no podamos actuar de forma conjunta -en algunos casos- para tomar decisiones colectivas. Menos aún, que el expertise deba ser dejado de lado. El problema es que estamos usando el expertise incorrecto. Para tomar decisiones de políticas públicas, no debemos consultar solo a científicos especialistas en la materia de fondo del problema, sino a especialistas en políticas públicas. El input científico sirve, pero no es definitivo -ni principal- a la hora de tomar una decisión de política.
No me voy a extender más en este artículo, pero para algunas ideas adicionales brillantes sobre toma de decisiones en situaciones de incertidumbe, los dejo con esta presentación del profesor Gerd Gigerenzer. En este caso, además, la heurística adecuada hubiera sido basarnos en nuestras instituciones políticas: democracia y libre mercado, tal como lo hicieron Noruega y Suecia.