Información y regulación populista
Veo a muchos compatriotas indignados porque supuestamente Gloria vendía leche que no era realmente leche. Luego de la indignación, no podían faltar los pedidos populistas de regulación. Si uno entiende conceptos básicos de economía, uno sabe que la información es un bien, como cualquier otro en el mercado, entonces llama la atención que si las personas realmente querían información más detallada acerca de la composición de dicho producto, las empresas no respondieran a dicha demandan “vendiendo” dicha información. Este rompecabezas, sin embargo, tiene una solución relativamente simple, cuando uno se da cuenta de que estamos hablando de dos productos distintos: la demanda por información no es igual a la demanda por regulación.
¿Cómo funciona la demanda por alimentos?
Les cuento mi caso: actualmente estoy en una dieta estricta. Cuando uno hace dieta, debe comer alimentos bajos en azúcar o sin azúcar. Para mí no ha sido nada complicado encontrar dichos alimentos. Los productos sin azúcar lucran por proveer esa información, dada la demanda de personas como yo.
En lugares sofisticados como California, existe una demanda mayor por cierta información que en Lima. Por ejemplo, en California a las personas les interesa saber qué alimentos son libres de gluten o cuáles son orgánicos 100% o cuáles son libres de pesticida. Como consecuencia de la naturaleza de la información (la información es un bien) los productores venden dicha información a los californianos. Por eso, sus tiendas están llenas de productos con etiquetas “gluten free”, etc. Y no solo eso, también existen tiendan completas donde solo venden productos “sanos” como ese.
En el caso de la leche, en California no solo nos cuentan qué trae la leche, sino cómo han sido alimentadas y tratadas las vacas. Esto es sacado de una página web de una página de leche californiana: “The quality of life of our cows is very important to us. We treat them as best as we can, respect them, and also have great affection for them” (“La calidad de vida de nuestras vacas es muy importante para nosotros. Las tratamos lo mejor que podemos, las respetamos, e inclusive tenemos un gran afecto por ellas”).
En Perú no hay una oferta semejante a la de California, salvo excepciones; pero no es porque la regulación peruana sea menor que la californiana (todo lo contrario), sino porque los californianos están dispuestos a pagar por dicha información. Muchos californianos son seres muy espirituales y sobretodo muy millonarios, entonces no se preocupan tanto por si ese día podrán comer o no (como la mayoría de peruanos), sino si trataron bien a la vaca cuya leche tomarán. Como podrán imaginar, este amor por las vacas, los vegetales y la comida sana en general, viene a un costo. La leche de la vaca “lechera” no cuesta igual que la leche medio artificial, medio sacada de vacas que no se ganaron la lotería. La segunda es más barata de producir y también se vende más barata. Es una leche que pueden pagar consumidores con gustos menos sofisticados y sin duda con menos recursos.
Pero, si a una persona le preguntan en la calle si quisiera tener más información sobre cómo tratan a su vaca –y no solo eso- quisiera que se les asegurara que han tratado bien a su vaca; la persona promedio peruana respondería “SÍ”.
¿Cómo conciliar esta aparente contradicción entre la demanda por información y los deseos de las personas y la exigencia para que el Estado lo regule?
La explicación es que las personas no están dispuestas a pagar por la información, pero si a exigir regulación que pagamos todos (“todos y nadie”) como sociedad. La información responde a su apetito por leche, la regulación responde a su apetito por indignación. Sí, existe un apetito por saciar nuestras ansias por mostrarle al mundo nuestra superioridad moral.
Al final, sin embargo, me podrían decir: “Oscar, pero entonces cuál es el problema. Si tanto te gusta el mercado, entonces es igualmente válido que las personas demanden información o regulación”. Eso sería cierto si no fuera porque –a diferencia de la información en dicho contexto- la regulación es un bien público. Que sea un bien público significa que cuando saquen la regulación “mejorando” la leche en Perú, ésta costará más y muchas personas pobres en Perú no podrán pagarla. Los “indignados”, así, harán que todos los demás paguemos por su apetito. Esto no es solo inconveniente sino criminal en un país pobre como el nuestro.
Si la regulación responde directamente a la demanda (lo que llamo “regulación populista”) entonces siempre tendremos más regulación que la óptima. Uno de los pocos bienes que requiere ser “racionalizados” es la regulación misma. La regulación tiene que dictarse respondiendo a criterios racionales, a diferencia de la demanda espontánea en mercado, que no responde a “razones”, ni “moral”, sino que se comparta más como un ser vivo.