2016: Mal año para la democracia?
La muerte de Carrie Fisher -la actriz que interpreta a la princesa Leia- ha terminado de marcar el que para muchos, es uno de los peores años de la historia de la humanidad. Sin duda, en un mundo donde -no hace mucho tiempo atrás- la esperanza de vida era de cerca a 30 años, esta conclusión resulta un tanto exagerada. Uno de los puntos donde los pesimistas coinciden, sin embargo, es que este ha sido un año particularmente malo para la democracia. En este punto, también estoy en desacuerdo -como explicaré enseguida- aunque es difícil argumentar frente a esto en un año donde Trump se ha convertido en el hombre más poderoso del Mundo; Brexit; la casi victoria de Keiko y, el frustrado acuerdo de paz en Colombia. Permítanme refrasear, estoy de acuerdo con que últimamente nos va muy mal con la democracia, incluyendo este año que pasa, pero por diferentes motivos.
Creo que este año más bien nos la oportunidad para reflexionar sobre preguntas esenciales acerca del papel del Gobierno, la función del Estado (y su tamaño), el sistema de gobierno (votaciones) y el verdadero significado de la democracia.
La democracia significa poder votar? Para muchos, sí. Sin embargo, vivir en una democracia significa mucho más que poder votar. Significa no estar sujeto a nadie, ser nuestros propios dueños, soberanos, libres de poder determinar nuestro propio destino. Pero también admitimos que la democracia implica la existencia de un Estado, encargado de administrar la “res pública”. Entonces, es esencial para la subsistencia de la democracia determinar dónde termina el ámbito privado y dónde empieza la cosa pública; siendo la regla lo privado y la excepción lo público. Esto último, trae dos consecuencias necesarias:
(i) Existe un derecho de fiscalización por parte de los ciudadanos. Los gobiernos son -o deben ser- transparentes. La transparencia en la función no es un privilegio que se nos da a los ciudadanos, sino un deber del gobierno. La transparencia sirve justamente para poder fiscalizar al gobierno y evitar actos de corrupción. No es necesario hacer un recuento a lo Poppy Olivera de todos los actos de corrupción, todos sabemos que los gobiernos de los últimos años han estado infestados de corrupción; solo basta mirar los periódicos en los últimos días con Congresistas usando los bienes públicos como propios, regalándose canastas de miles de soles, sobrevalorando bienes, etc. y la sombra de Odrebrecht pesando sobre todo el gobierno.
La nota positiva es que el gobierno parece estar tomando cartas en el asunto, dándole prioridad a la aprobación de normas anticurrupción y de transparencia en el paquete legislativo que está emitiendo gracias a la delegación de facultades dada por el Congreso.
(ii) Las acciones del gobierno deben estar justificadas. Si el mercado y la libertad de las personas de elegir es la regla, la regulación y el actuar del gobierno es la excepción. Y como excepción debe estar justificada en cada caso. Para mi, la manera más clara en la que se vulnera nuestra soberanía es cuando el Estado nos impone maneras de actuar, prohibiéndonos realizar actividades sin mayor justificación, solo porque a alguien le suena bien. En este rubro, se encuentran leyes como la de la comida chatarra o incluso la ley universitaria. Nadie comentando sobre el tema sabe realmente algo acerca de alimentación saludable o calidad universitaria, pero las idea les suena bien y por lo tanto creen que el gobierno tiene un derecho a decirnos qué hacer. No estoy diciendo que la regulación sea mala en todos los casos, solo digo que es un pilar de la democracia que la regulación esté justificada, porque está en el punto central de la discusión entre lo que es público y lo que es privado.
Algunos me dirán que es “obvio” que la educación universitaria está mal y que es “obvio” que las personas comen mal. Pero lo “obvio” es enemigo de lo racional. Una persona racional no se queda en lo que es obvio, sino que busca evidencia, busca causalidad, busca resultados, efectos, etc. Además, muchas veces no saben que la regulación que proponen de manera entusiasta es apoyada por la propia industria regulada.
También existe un movimiento dentro del gobierno por mejorar la calidad regulatoria. Pero esto no depende de hacer comisiones o reglamentos, sino de cambiar la cultura dentro de nuestra propia sociedad. Mientras tengamos ciudadanos que aplaudan normas irrazonables solo porque les suena bien, solo porque es lo “obvio” entonces no avanzaremos. Partamos de la base de que la libertad es el principio y quien quiera quitarnos la posibilidad de elegir nuestro propio destino debe tener muy buenas razones y su actuar debe ser cercanamente vigilado.
Feliz año y espero escribir más en 2017 para los (pocos) que extrañaron mis artículos!