Efectos, afectados y progresistas (no voy a opinar sobre el aborto… solo un poco)
Comenzaré diciendo que estoy 100% de acuerdo con despenalizar el aborto. Creo que, al igual que en el caso de la eutanasia, es una discusión acabada, donde todos los argumentos posibles –desde el más científico hasta el más estúpido, pasando por el filosófico- han sido dichos. La decisión, al final, escapa a la razón y se pone en el plano de lo político, lo metafísico y hasta lo sentimental. El tema que me ocupa aquí es otro; es la inconsistencia de los llamados “progresistas” o “caviares”.
Muchos de los defensores de los derechos de la mujer son lo que consideraría como progresistas. Los progres muchas veces defienden regulaciones como la fijación de estándares en los alimentos y la educación -campos en los que tengo particular interés- o abogan por una mayor protección de los trabajadores. En las discusiones sobre la conveniencia de la regulación, muchas veces utilizo argumentos “utilitarios” como “si es que regulas “x” se va a producir “y” efecto”. Los progresistas suelen desechar dichos argumentos, pues los consideran inmorales o simplemente descartan –irracionalmente- su existencia, tal como uno podría descartar la ley de la gravedad.
En el caso de la despenalización del aborto, un argumento poderoso tiene que ver justamente con los efectos de la penalización en la cantidad de madres muertas durante operaciones clandestinas de aborto. El mercado negro es –por definición- menos regulado que el “formal” y, lo que es peor, no existe competencia entre los ofertantes, por lo que las mujeres no podrían elegir entre alternativas. Además, cualquier cosa que salga mal en la operación se mantendrá en el secreto. El “boca a boca” puede servir en muchos casos, pero su eficacia es limitada. Todo esto lleva al efecto de la mayor cantidad de muertes como consecuencia de la penalización.
Esto –que es claro en el caso de los abortos- también es claro en el caso de muchos otros ámbitos con prohibiciones o regulaciones como: industrias bajo la ley de protección al consumidor o el trabajo. En el caso del trabajo, con la misma racionalidad que en el caso del aborto, alguien como yo diría que poner reglas como los beneficios laborales o el sueldo mínimo va a empeorar el acceso al trabajo de peruanos de tal manera que no se compense por el incremento en el salario de algunos. El efecto de “proteger el trabajo” es el mismo que el de “proteger la vida”: el sueldo mínimo genera desempleo y reducción de los sueldos “reales”. Puedo llegar a esta conclusión como alguien racional y desinteresado en quienes sean los “ganadores” o “perdedores” del proceso regulatorio.
A pesar de esto, muchas veces me enfrento a los progres que niegan estos efectos y me tildan de “pro-empresa” cuando utilizo este tipo de argumento para oponerme a la regulación. ¿Por qué en el caso del aborto sí es relevante ver qué ocurre en la realidad pero en el caso del empleo o el consumo basta con sostener algo “por principio”?
¿Debo pensar que estoy discutiendo con personas distintas o que algunos progresistas tienen una mazamorra en la cabeza que no los deja ser coherentes al discutir acerca de la conveniencia de las normas?
Para darle una nota positiva a mi crítica, les pediría llevar las discusiones al plano racional, donde los afectos y consecuencias de las normas importan. No hay que negar dichos efectos o tildar a sus proponentes de “pro-empresa” o “inmorales”, pues caemos en el mismo error de los que actualmente niegan los efectos de la criminalización del aborto. En mi experiencia en el tema, además, las empresas suelen estar de acuerdo al menos con cierto nivel de regulación, ya que la regulación suele tener por efecto restringir la competencia (lo cual es beneficioso para las empresas pre-establecidas).