Rico pero da cólera
¿Cuál es la probabilidad de que el voto de una persona sea decisivo? En el caso de EE.UU., la probabilidad fue estudiada (seriamente) arrojando este resultado: en una elección presidencial, un votante tiene –en promedio (varía dependiendo del Estado)- 1 en 60 millones de posibilidades de que su voto sea decisivo. Para hacernos una idea de la magnitud de este número, existe 1 en 8 millones de posibilidades de ganar la Tinka. Dado lo anterior, uno podría preguntarse, ¿cuál es la razón para votar en primer lugar?
No existe realmente un incentivo en el sentido económico para votar (Cooter, The Strategic Constitution); aunque, debemos decir, este punto es debatido por Aaron Edlin et al. “Voting as a Rational Choice: Why and How People Vote to Improve the Well-Being of Others”, ). Si seguimos la idea de Cooter, solo existen incentivos morales para votar, como el sentido de pertenencia a una comunidad tal como fue explicado por Aristóteles.
Si no existe un incentivo para votar, con menor razón lo hay para estar enterado acerca de los candidatos. Los ciudadanos tienden a saber poco acerca de los candidatos, confiando más bien en los medios de comunicación, las elecciones de los propios partidos; o familiares, co-trabajadores o amigos más informados (Campbell, et al. The American Voter). La información, así, es un recurso valioso y muy complicado de obtener, dados los problemas de bienes públicos asociados a las elecciones.
Existen muchas formas de obtener información, siendo una de las principales la experiencia. Es por esto que un candidato con un pasado en la política –por más malo que sea- tendrá una ventaja sobre cualquier candidato que sea nuevo en la política (con excepciones, como los votos por “outsiders” que tienden a penalizar el sistema político tradicional).
Adicionalmente, el “robo” de un político también es una externalidad no internalizada, pagada por la sociedad como un todo. A diferencia de un robo personal, el robo de un político afecta a todos, pero no afecta a nadie, a la vez. Si voy a un restaurante, voy a averiguar antes si es bueno o no; y, si la comida está muy mala, me voy a quejar y no volveré a ir. Los beneficios potenciales de una buena elección, y las pérdidas potenciales de una mala elección, son suficientemente grandes para justificar mi búsqueda de un buen restaurante: leyendo el periódico, preguntándole a amigos, considerando experiencias previas, etc..
En el caso de las elecciones, como ya vimos, por un lado, las acciones (votos) de cada persona son irrelevantes y –por otro lado- los costos de una mala elección son repartidos entre millones de personas, afectando poco –en términos relativos- a cada una de ellas. Esto explica por qué a un votante peruano no le importaría elegir una opción que sabe que es mala.
Por otro lado, si todos los candidatos son malos, es imposible elegir una buena opción, así se cuente con incentivos para obtener la información y votar. Esto hace referencia, más bien, a la competencia que debería existir en el sistema político. Acá se podría poner énfasis en la democracia interna de los partidos y en métodos de fiscalización y recompensa de los políticos mejor diseñados.
Para redondear la idea, imagine que le digan: elija un restaurante; pero existe solo 1 en 20 millones de posibilidades de que su restaurante elegido sea la opción que finalmente se escoja. Además, si se escoge su restaurante, solo hay 1 en 100 posibilidades de que usted coma ahí. ¿Cuánto tiempo gastaría buscando un buen restaurante? ¿Le importaría votar por un restaurante “rico” pero que da la enfermedad del cólera? Probablemente, no.