Los incorregibles
Hace algún tiempo leí que es mejor intentar reforzar nuestras fortalezas, antes que consumir esfuerzos tratando de emparejar nuestros puntos flacos. Aunque el autor lo usaba en otro contexto, se me ocurrió que mi estrategia para influir en el Congreso, durante todos estos años en los que he escrito decenas de artículos dirigidos a ellos resaltando sus errores o proponiéndoles técnicas de análisis (citado en SE) o dictando conferencias, incluso en el propio Congreso, ha estado equivocada. Ha caído en saco roto, porque no les he dado a los congresistas lo que realmente los motiva, es decir, sus fortalezas. Nuestros congresistas son buenos para hacer malas leyes. Entonces, dando un giro de 180 grados en mi postura habitual, ahora me concentraré en enseñarles a hacer mejores malas leyes.
Usaré como ejemplo a la Ley Universitaria para resaltar solo algunos de los ingredientes que requiere una ley (y un congresista), para ser sinceramente malos:
Imagine el mundo ideal y luego compárelo con la realidad: ahí tiene la justificación para su ley
También llamada “Falacia del Nirvana” (introducida por Demsetz): consiste en comparar una situación real con una situación irreal y luego juzgar los méritos de la primera en base a la segunda. Es una falacia precisamente por –por lo menos- dos cosas:
(i) Pierde de vista que –en el mundo real- tenemos que hacer trade-offs, no podemos tener todo lo que queremos, al mismo tiempo. Como toda falacia, es un tipo de pensamiento irracional y –como tal- no es casual encontrarlo a menudo en los niños: el niño quiere dulces, pero no quiere caries; quiere curarse, pero no ir al médico; quiere estar despierto hasta tarde, pero no sentirse cansado la mañana siguiente; etc. etc.. Es tarea de los adultos, decirles que no se puede tener las dos cosas, sino solo una de ellas.
En el caso de las universidades, qué tan bien le va a un país está en función de –básicamente- dos variables: qué tanta calidad tienen tus universidades y qué tanto acceso a la educación tienen tus ciudadanos. La Ley Universitaria se enfoca solo en la calidad, pero no en el acceso (actualización: salvo un timido articulo que hace referencia a becas, me han hecho notar, pero que no cambia en nada el punto). A mayores costos impuestos a las universidades para –supuestamente- elevar la calidad, menor será el acceso. Esta Ley intenta elevar la calidad exigiendo doctorados, maestrías, tiempo de investigación, profesores a tiempo completo, infraestructura, etc.. Nada de eso es gratis y tendrá un impacto en el precio, reduciendo el acceso.
Si uno sube un punto la calidad y baja un punto el acceso, entonces está igual que cuando empezó, en términos de “cuan bueno” es su sistema universitario en general. Ahora ¿cuál es la combinación óptima de calidad y acceso (50/50; 40/60; 80/20)? Abordaremos esto en otro punto.
Quizá para hacer menos abstracta mi explicación, piense en un mercado menos complejo que el educativo: los automóviles o la comida. ¿Nos interesa solo tener la mejor calidad posible de comida y autos o también que la gente acceda a alimentación y transporte? Harvard es el equivalente en universidad a caviar y Ferrari. Si solo tenemos caviar y Ferrari disponibles, entonces mucha gente se morirá de hambre o caminará a sus trabajos. ¿Ahora entienden el punto? ¿Estoy exagerando? Siga leyendo, verá que no tanto, pero –en todo caso- es solo para ejemplificar: el argumento se mantiene si reducen la calidad de la universidad, de la comida o del carro. La consecuencia es que se reduce en un grado menor el acceso, pero de todas maneras se reduce. Si reemplazo Harvard por la Universidad de Toronto, entonces es como si reemplazara el Ferrari por un Acura y el caviar por foie gras. Sigan haciendo el ejercicio, pero si la calidad exigida luego de la ley es mayor que la actual, habrá una reducción del acceso que –en toda cuenta- compensa (anula) el incremento de la calidad en términos de la calificación positiva en general de nuestras universidades. Es decir, nuevamente, con más calidad (si acaso), pero menos acceso, nuestro sistema universitario seguiría siendo igual de bueno (o malo).
(ii) El segundo punto es la ilusión romántica de pensar que el sector público está en mejor capacidad para llegar a la situación ideal o –lo que es lo mismo- que utilizar la regulación para alcanzar metas no tiene costos. La administración pública dista de ser perfecta. Si el mercado de las universidades tiene fallas, entonces el sector público es una falla.
En el caso específico de las reguladoras de la educación, por ejemplo el ex ente acreditador (CONEAU), cuando recibió el encargo de hacer unos estándares obligatorios para Derecho, no tuvo mejor idea que hacer 96. Francamente, cualquier persona, incluso luego de recibir una patada de Bruce Lee en la cabeza, se podría dar cuenta que 96 estándares es algo anti-técnico, impracticable y sin sentido. A pesar de esto, los “especialistas” del ente encargado de la acreditación, tuvieron la desfachatez de defender su propuesta ante mi, cuando fueron a visitarnos a la universidad donde trabajo. Podría dar mil ejemplos más.
Sin embargo, cabe decir que esta falacia (pensar que la situación real debe ser comparada con la ideal) no es solo propia de los congresistas; sino de los ciudadanos, siendo una de las justificaciones más populares de la regulación. Si le pregunta a cualquier persona de a pie, le va a decir que necesitamos mejores universidades, por lo que nuestro sistema está mal. Si comparamos la situación ideal con la real, siempre vamos a llegar a esa conclusión. Incluso el especialista en educación, Leon Trahtemberg, sostiene que la Ley Universitaria lo decepciona porque “No crea las condiciones para que haya en el Perú al menos una universidad que sea reconocida como la # 1 del mundo (…)”. No sé exactamente a qué se refiere con “crear condiciones” pero ningún país, salvo UK y USA, tiene alguna universidad en el top 10 del mundo. Ni Japón, ni Alemania, ni Francia, ni Canadá, ni Suiza, ni Brasil, ni nadie. Brasil no tiene a alguna en el top 100 y es el mejor de Latinoamérica.
Crea que sabe más que la industria y que los consumidores
Uno de los grandes problemas que tiene el Estado al regular es que no cuenta con información. Por ejemplo, ¿cómo calcula la calidad de las universidades? ¿Sabe alguien en Perú cuál es el ratio de egresados/empleados por universidad? ¿Sabe cual es el promedio del salario por universidad? Me pregunto, sin ese dato, ¿qué clase de magia se tiene que usar para decir que las universidades son malas? Incluso en más detalle, se sostiene que las universidades “empresa” (con fines de lucro) son peores que las que no tienen fines de lucro. Para el caso de Perú, ¿se ha demostrado eso de alguna manera medianamente científica? Por favor, ningún genio me diga que las mejores 3 o 10 de Perú son sin fines de lucro y que eso prueba el punto. Eso sería como decir que en promedio los zurdos son mejores jugando futbol basándome en los 10 mejores jugadores del mundo.
Luego, regresando a la pregunta sobre el balance óptimo entre calidad y acceso, ¿tiene el Estado alguna manera de calcular este número? No. Al óptimo habitualmente se llega a través del mercado, no de la regulación, salvo que el mercado tenga una falla que no le permita llegar a ese punto, en cuyo caso se usa la regulación como un poor substitute del mercado. Pero los reguladores están tan mal equipados para llegar a ese número que muchas veces terminan involucrando a la propia industria regulada en el diseño de la normativa.
Por otro lado, se cree que la gente es idiota y no conoce la calidad de las universidades. Con Gustavo Rodríguez, hicimos una encuesta a 600 personas en la calle. Ellas rankearon las facultades de Derecho. Luego, comparamos el “ranking de la gente” con el ranking de especialistas de América Economía. Para nuestra sorpresa (ni nosotros éramos tan optimistas), el ranking de la gente coincidió –casi en su totalidad- con el de AE. Los 4 primeros lugares fueron exactamente iguales, en el mismo orden, solo fallaron en el último lugar (el artículo está ad portas de ser publicado por Ius et Veritas). Para nosotros, quedó demostrado de manera casi completamente concluyente que las personas conocían en qué se estaban metiendo cuando decidían ir a x o y universidad. Sin embargo, algún otro genio me dirá que luego un potencial cliente de ese abogado salido de la universidad de mala calidad va a ser estafado. ¿Por qué tendríamos que asumir que el cliente sabe menos sobre la calidad de su abogado que el abogado sobre la calidad de su universidad?
Finalmente, una ley no se puede adelantar al futuro. La educación del futuro, desde mi punto de vista, será –por lo menos parcialmente- virtual. Actualmente dicto un curso virtual de maestría y he llevado un curso en Coursera. Les digo que –tanto desde el punto de vista del profesor, como del estudiante- es un privilegio vivir un una época donde tengamos acceso a esto (aquí). Sin embargo, la Ley Universitaria limita a un 50% el número de créditos que se pueden tomar bajo esta modalidad. Esto suena razonable hoy, pero ¿podría no serlo en el futuro? Las mejores universidades del Mundo lo están discutiendo o implementando, pero la Ley ya lo decidió, para el caso de Perú. Además, dice que las universidades deben contar con infraestructura, incluyendo bibliotecas (que podrían ser obsoletas en algún punto) y laboratorios (ídem). Un típico problema de esta regulación es justamente detener la innovación.
Crea que mediante una ley se puede cambiar la realidad
Con una ley no va a mejorar la situación de las universidades en Perú. Nosotros nos acercaremos a los países industrializados en educación cuando una serie de factores sean reformados, como la desigualdad, pobreza, acceso a educación primaria, alimentación en los primeros años de vida, cultura, etc., etc., cambien. Pensar que una ley nos hará dar ese salto es iluso, tanto como es iluso pensar que se puede detener una inundación mediante una ley. Sin embargo, mi amigo Ze Loquinho, Alcalde de Aparecida, Brasil, no hizo otra cosa que dictar una ley que prohibía las inundaciones.
Otro aspecto de esto es no darse cuenta que la ley es formal por naturaleza, lo que es opuesto a lo sustancial. Yo puedo obligar (como lo hace la Ley Universitaria) a las personas a hacer tesis para graduarse, tener masters para ser profesores o hacer doctorados para ser decanos, pero eso no los convertirá en investigadores, en académicos, en buenos profesionales, buenos profesores o buenos decanos. La tesis puede ser una obra maestra o sacada de El Rincón del Vago, ambas son tesis. El doctorado puede ser hecho en Harvard o [inserte el nombre de universidad de pacotilla aquí].
Vele por sus propios intereses
A usted lo eligió el pueblo, pero no importa. Si un empresario lo busca y le ofrece unos dólares por qué no sacar una ley que lo beneficie. Una ley como la Ley Universitaria puede tener el efecto potencial de derivar la demanda de las –potenciales- nuevas universidades (competidoras de las actuales) a las ya existentes. Las ya existentes crecerán y con eso reemplazarán a las universidades no nacidas. Piense en alguna universidad que le parezca de bajo nivel. ¿Cree que desaparecerá con esta ley? Si usted es capaz de pensar en esa universidad, probablemente esta se publicite y tenga miles de alumnos. Si es así, la Ley no se dirige a ella, sino a universidades peores que usted ni conoce. Esas serán las únicas “eliminadas”, el resto se adaptará y crecerá. Lo malo es que nuevas, potenciales, competidoras que podrían haber sido las Harvard’s de Trahtember del mañana, nunca existirán.
Trate de arreglar todo al mismo tiempo, porque ¿quién tiene tiempo para experimentar?
Me pregunto, si el Estado peruano tiene tan claro como hacer una buena universidad, ¿por qué no comienza por las universidades públicas? Sería un excelente lugar. Si las universidades públicas mejoran, serán una gran competencia para las privadas y les marcarán la pauta.