Recomendaciones para diseño de políticas #3: "La parábola del cristal roto"
Un niño va corriendo por la
calle, entre los puestos de un mercado, y tropieza casualmente con un cristal.
El dueño de la cristalería se lamenta y tiene que reemplazar dicho cristal,
comprando otro. Dicho caso era visto como un ejemplo sobre cómo un hecho aparentemente
malo podía resultar siendo bueno para la sociedad. Se decía que el cristalero
tendría que comprar un nuevo cristal, así el productor de cristales tendría más
actividad e ingresos y podría contratar nuevo personal. El nuevo trabajador de
la cristalería podría comprar cosas a su vez y mantener a su familia.
[Imagen
tomada de RyanDonahue]
Hace más o menos 150 años, el
filósofo y economista francés Frédéric
Bastiat
se dio cuenta que esta conclusión era errónea, pues no tomaba en cuenta el
escenario completo, sino solo algunas de sus consecuencias de manera aislada.
Bastiat anotó que el dueño del puesto de mercado, donde se vendía el cristal,
tendría que dejar de comprar otras cosas para poder reemplazar el cristal roto.
Al hacer esto, dejaría de comprar, digamos, pan; esto traería como consecuencia
que el panadero tenga menos trabajo, contrate menos personal, una persona no
pueda acceder a un puesto de trabajo y así sucesivamente. Bastiat concluye que,
visto como un todo, la ruptura del cristal es perjudicial para la sociedad.
Esto luego se ha conocido como “La parábola del cristal roto” y ha servido para
explicar los “costos de oportunidad”, un concepto clave del análisis costo-beneficio
(ACB) y de la economía en general.
El ACB es una útil herramienta para evaluar los
pros y contras de una norma, considerando la eficiencia como parámetro. Como explicamos en el post anterior, muchas normas consiguen
beneficios para un grupo, pero a costa de otros. Por ejemplo, el aire puro se
consigue a expensas de menos industria. Hasta ahí, podríamos decir que el costo
y beneficio se compensan. En este nuevo post,
iremos un paso mas allá, señalando que dicha norma posiblemente cause más
costos que beneficios, dependiendo del costo
de oportunidad que genere.
¿Quiere saber como es el ACB típico en un
proyecto de norma presentado en el Congreso peruano? Aquí está:
“En lo que concierne al aspecto económico,
la aprobación de esta norma no representa ningún egreso o gasto para el
presupuesto público”.
Un lector peruano no se sorprenderá al saber
que ese párrafo ha sido sacado de un proyecto de ley real. Tampoco se
sorprenderá al saber que la mayoría de proyectos de normas en nuestro país
incluyen esta misma -nefasta- fórmula.
Esta consideración está profundamente
equivocada por cuanto, tal como han señalado Anderson y Settle [Guía práctica para el
análisis beneficio-costo. México: Diana. 1981.
pp. 34-35]:
“El análisis de
la ganancia-costo no [...] consiste en un simple registro de las transferencias
financieras del proyecto. Los beneficios no se traducen siempre en ingresos, ni
tampoco pueden todas las salidas de dinero considerarse como un costo social”.
Efectivamente, hay normas que no importan un
desembolso dinerario, pero eso no quiere decir que no tengan costos en términos
económicos. Piense, por ejemplo, en una norma prohibiendo a las personas salir
de sus casas. Esa norma probablemente no implicaría un gasto dinerario -más
allá del costo general de hacer cumplir una norma-, pero sí representaría un
costo social: el costo de oportunidad.
Del mismo modo, una norma imponiendo estándares para la educación; prohibiendo
los transgénicos; o, el tabaco, también generan costos que deben ser
cuantificados; más allá de la penosa fórmula habitualmente usada por nuestros
congresistas.
Pd:
Este post es parte de una serie
titulada “Cinco recomendaciones para un mejor diseño de políticas públicas” que
empecé hace un par de semanas y continuaré el próximo martes.
Pd2:
Pueden contactarme en Twitter @osumar