Cinco recomendaciones para el diseño de políticas públicas. #2: No confundir "redistribución" con "beneficio" o "costo"
Todas las normas redistribuyen.
Cada vez que el Estado dicta una norma, asigna una “titularidad”. Al hacerlo,
está convirtiendo en más rico a un grupo de personas a expensas de los demás.
El que estas personas reciban un beneficio como consecuencia de la norma, no
significa que la sociedad -como conjunto- esté mejor, desde el punto de vista
de la eficiencia. Tal como ha sido señalado por Ortiz de Zeballos y
Guerra-García “(…). Las llamadas transferencias
equivalentes se producen cuando un
proyecto genera un traslado de recursos de un sector a otro sin generar un
efecto neto en la sociedad” [Introducción
al ACB de normas. Lima: Apoyo. 1998. p. 27].
[Imagen tomada de amezissou]
Si una norma consigue “aire
puro”, claramente, las personas que demandan aire puro estarán mejor; pero las
personas que demandan libertad para realizar actividades industriales, estarán
peor. Más allá de los motivos que tengamos para preferir a un grupo sobre otro,
salvo mayor información al respecto, estamos exactamente igual como sociedad -o
incluso peor- con cualquier combinación de “contaminación/industria” distinta a
la que hubiese llegado el mercado ante la ausencia de una norma.
El caso de los fumadores versus los no fumadores
Tome el ejemplo de las normas
que prohíben fumar en lugares públicos: ¿cual es el beneficio de dichas normas?
Supuestamente, el beneficio radica en que unas personas podrán respirar aire
libre de humo. Este beneficio, sin embargo, se ha hecho a expensas de las
personas que querían fumar en lugares públicos. Así, cualquier beneficio a
favor de los no-fumadores tiene como correlato un costo o pérdida sufrido por
los fumadores. Si asumimos -como seguramente aceptarán incluso los más
radicales opositores del tabaco- que los fumadores también son parte de la
sociedad, tenemos que -en principio- los beneficios y las pérdidas sociales se
igualan.
La única manera de considerar
que ha habido un “beneficio” social es si averiguamos quien -si los fumadores o
los no fumadores- valoran más la norma anti-tabaco o pro-tabaco. La manera en
la que las personas expresan sus preferencias “reales” es mediante pagos en
mercados. Por este motivo, desde el punto de vista económico, solo estamos
dispuestos a regular un mercado cuando éste presente fallas que hagan imposible
considerar esa como la verdadera “valuación” de los bienes.
En el caso especifico del
tabaco, existe una externalidad principalmente causada por los fumadores. Sin
embargo, no podemos dejar de lado el carácter recíproco de las externalidades.
Los no-fumadores contribuyen -con su presencia- a la ocurrencia de dichas
externalidades. Dichas externalidades, como hemos explicado en el post anterior, no necesariamente son -en sí
mismas- una buena justificación para la regulación, pues uno podría asumir que
el mercado puede “corregirlas”.
La manera en que se puede
corregir esta externalidad es si las propias empresas crean lugares para
no-fumadores o si prohíben en total fumar en sus locales. Por ejemplo, los
cines ya han adoptado dicha política. A nadie se le ocurre ahora prender un
cigarro en un cine, pese a que hace veinte años era una práctica común y
socialmente aceptada.
Los no-fumadores pueden “votar
con su dinero” por una sociedad anti-tabaco: solo deben preferir los lugares
libres de humo. Los amantes del tabaco pueden hacer lo mismo. El resultado
sería una combinación de lugares libres de humo y lugares con humo. Lo que
tenemos, en cambio, es una decisión estatal de “todo o nada” beneficiando a los
no-fumadores a expensas de los fumadores. Esta política, aunque quizá pueda ser
justificada en términos éticos o redistributivos, no necesariamente representa
un “beneficio” en términos económicos.
Recomendación: darnos cuenta que -cuando
regulamos- el beneficio de un grupo social, habitualmente trae aparejado el
perjuicio de otro. Por tanto, el beneficio -por si mismo- no es un buen motivo
para regular. Debemos encontrar -adicionalmente- un motivo para preferir a un
grupo sobre otro. Ese motivo puede ser que el preferir a un grupo incrementa
nuestra utilidad social en el agregado. Otros motivos pueden estar relacionados
con la justicia social o con principios éticos.
Pd:
Este post es parte de una serie titulada
“Cinco recomendaciones para un mejor diseño de políticas públicas” que empecé
la semana pasada y continuaré el próximo martes.
Pd2:
Pueden contactarme en Twitter @osumar