El 'derecho emprendedor' y la prohibición de nuevas universidades
El peruano es -o me gusta creer que es- particularmente emprendedor. Lo cierto es que los emprendedores en Perú se cuentan por millares y este gusto por el emprendimiento es positivo. Nos nutrimos de él, nos da energías. Queremos enterarnos de historias de emprendedores y saber que las cosas pueden cambiar; que nuestro ingenio y ganas nos pueden llevar a salir de la pobreza. El ámbito culinario y el textil son dos grandes ejemplos. Gamarra y toda la “movida culinaria” de los últimos años. Tenemos restaurantes para todos los gustos y bolsillos, sumado al reconocimiento internacional. En el ámbito personal, Gaston Acurio y la familia Añaños son dos grades representantes de este movimiento emprendedor. Incluso, en el ámbito académico y comercial, el interés nacional por el emprendimiento se ve reflejado por la creación de programas como Emprende UP, de la Universidad del Pacifico y el foco de los bancos por la financiación de PYMES.
Menos conocido, y menos celebrado, es el ámbito del emprendimiento en las universidades. Quizá porque es más fácil conseguir el plato de comida deseado que el empleo deseado, entendemos que las universidades no están cumplimiento cabalmente su propósito, que les falta calidad necesaria, etc.. Sin embargo, esto no quita que hayan grandes emprendedores peruanos en el ámbito de las universidades, ni que este ámbito no haya mejorado comparativamente a lo que teníamos hace 40 años.
Uno de estos emprendedores -Raúl Diez-Canseco-, recientemente, en 2010, ganó el premio de la “Priyadarshni Foundation” por su labor en la lucha contra la pobreza a través del emprendimiento en temas educativos, tal como es resaltado en este interesante artículo publicado en El Mundo: “Historia de un emprendedor”, por Martín Santiváñez. En éste, se cuenta parte de la historia de cómo fue fundada la Universidad San Ignacio de Loyola:
“(…). La historia de la universidad que él fundó es un ejemplo de necesidad y valentía. Siendo apenas estudiante, creó una academia para los universitarios peruanos ante la repentina y grave crisis económica que atravesaba su familia.
Ayudado por los jesuitas, logró reunir un puñado de jóvenes en el salón parroquial de una iglesia limeña. Hoy, cuarenta años después, aquella pequeña iniciativa motivada por la coyuntura se ha convertido en la corporación educativa San Ignacio de Loyola, una de las organizaciones más prestigiosas del Perú, que cuenta entre sus logros con un colegio, una Escuela de Gastronomía y una Universidad”.
No tengo ninguna afiliación con esta universidad, pero no puedo dejar de reconocer la labor de quienes la fundaron; así como de otros que han fundado muchas universidades a lo largo de estos años, desde que se “liberalizó” la creación de universidades durante el régimen de Fujimori. Incluso universidades como la PUCP o la UP, con las cuales sí tengo filiación; no siempre fueron lo que son. Mis padres estudiaron en la PUCP. Ellos me cuentan que antes de pasar de Riva Agüero en el Cercado de Lima, al Fundo Pando, en San Miguel, casi no había sitio en las aulas, donde debían compartir carpetas. Claramente, esto contrasta con la moderna infraestructura con la que ahora cuenta la PUCP.
El emprendimiento en educación es importante por los beneficios sociales que se derivan de la educación; beneficios que -además- pueden ser medidos. Tal como destacó Gustavo Yamada en su estudio sobre los retornos de la educación, como tendencia, una persona con educación universitaria gana más que una persona con educación técnica y una con educación técnica más que una que solo cuente con educación escolar. Fuera del ámbito económico, incluso, hay estudios que revelan una relación positiva entre mayor educación y un incremento en la habilidad para conseguir o conservar una pareja. Es perfectamente posible, así, pensar en una persona que estudia, no para ganar más, sino para tener más chances de conseguir pareja. Y pueden haber 500 motivos más para estudiar, como ser el primero en una familia en recibir educación universitaria o satisfacer las ansias por saber más.
Todo esto, a expensas de los detalles sobre qué universidades dan mayores retornos, tienen mayores tasas de empleabilidad o te dan mayores chances de conseguir una pareja. Detalles que -además- no tenemos; tal como queda claro luego de leer este artículo de un experto en temas educativos, el cual se pregunta si realmente podemos medir los retornos por estudiar determinada carrera en determinada universidad. En términos generales -salvando excepciones-, no existen los datos para decir -a ciencia cierta- que unas universidades son mejores que otras en relación a esos indicadores. Solo sabemos que -en el agregado- es mejor tener más educación que menos educación. Siendo esto así, ¿en qué nos basamos para decir que debería haber menos universidades?
Las personas, no solo en Perú, creemos tener máquinas estadísticas en la cabeza. Todo es obvio y todo se desprende de la sola observación. Vemos un caso y de ahí derivamos una norma general. El conocer el caso de una persona que estudió una profesión y se dedica a otra actividad, o no tiene empleo, nos hace concluir que la educación en Perú es de baja calidad y -más aun- que requiere la intervención del Estado. Existe una gran soberbia y auto-suficiencia a la hora de evaluar políticas públicas. Lo cierto es que, cuando nosotros adivinamos, juzgamos y concluimos, hay otras personas que emprenden. La creación de nuevas universidades no solo es un fenómeno positivo, sino que es uno que evoluciona.
El motivo por el que he enfocado mi primer post en el tema de la educación es porque una norma nefasta ha sido aprobada: se ha prohibido la creación de nuevas universidades por 5 años en Perú. No me voy a detener hoy en los detalles de esta norma, para eso los remito a una muy buena entrevista a Fernando Cantuarias y a un anterior artículo redactado por mi en otro espacio, comentando el proyecto de la -ahora- norma. Mi idea de este primer post es resaltar como el emprendimiento empresarial puede ser ahogado por una medida legislativa. Esto me lleva a las preguntas, ¿es el Derecho peruano compatible con nuestra fuerza emprendedora? ¿Nuestra visión emprendedora se extiende también al análisis de políticas como ésta o somos -mas bien- emprendedores y “pro-intervencionistas” al mismo tiempo? ¿No es esto una contradicción? Creería que en un país lleno de emprendedores también deberíamos privilegiar como sociedad la libertad para emprender, más aun cuando estos emprendimientos pueden ayudarnos a salir de la pobreza y a mejorar como sociedad.
Finalmente, concluyo, redondeando la idea: ¿cuántos esfuerzos emprendedores como el de Diez-Canseco -y otros- nunca se hubieran dado si esta norma hubiera estado vigente 40 años atrás? Por eso, abogamos por un “Derecho Emprendedor”.