¿Quién será el próximo BlackBerry?
A veces una empresa no muere. Simplemente deja de importar.
No ocurre con ruido. No hay comunicado. No hay despedida. Un día, el mercado sigue adelante… sin mirar atrás.
BlackBerry no colapsó de golpe. Se quedó quieta mientras todo alrededor empezó a moverse más rápido. Mientras confiaba en lo que la había hecho exitosa, otros aprendían a incomodarse antes. Y esa es la parte que debería inquietarnos hoy. Porque el verdadero riesgo no es quedarse sin tecnología. Es quedarse con demasiada certeza.
Durante años, BlackBerry fue sinónimo de seguridad, productividad, estatus corporativo. Tenía clientes fieles, contratos sólidos, ventajas técnicas reales. Y aun así, perdió algo que no supo medir: la sensibilidad para leer el cambio cultural que venía detrás de la tecnología.
No fue un problema de innovación puntual. Fue un problema de mirada. Creyó que su fortaleza era suficiente. Y dejó de preguntarse si seguía siendo relevante.
Ese patrón —creer que el liderazgo pasado garantiza el futuro— ya no pertenece solo a las grandes tecnológicas. Hoy atraviesa sectores enteros que se sienten a salvo porque “siempre funcionó así”.
Ahí está el verdadero peligro.
Porque mientras observamos a Apple debatirse entre la comodidad de su ecosistema y la presión por reinventar la experiencia, o a OpenAI operar en código rojo competitivo desde que Google aceleró con Gemini 3, muchas organizaciones no tecnológicas siguen convencidas de que la disrupción es un asunto ajeno. Algo que le pasa a otros. Algo que se puede observar desde lejos.
Pero la historia nunca avisa dos veces.
El miedo a ser el próximo BlackBerry no es tecnológico.
Es cultural.
Tiene que ver con cómo tomamos decisiones. Con qué señales escuchamos. Con qué preguntas dejamos de hacernos cuando las cosas parecen ir bien.
En clases y conversaciones con ejecutivos lo noto una y otra vez: empresas que optimizan procesos, mejoran eficiencias, ajustan indicadores… pero no revisan sus supuestos. Organizaciones que miden resultados, pero no relevancia. Que celebran estabilidad cuando el entorno ya cambió de reglas.
Ese es el punto ciego.
Porque la disrupción rara vez entra por la puerta principal. Entra por los hábitos.
Por las expectativas del cliente. Por una experiencia que, de pronto, hace ver obsoleto todo lo anterior.
Así fue con los smartphones.
Así fue con el streaming.
Así está siendo con la inteligencia artificial generativa.
Y así será en sectores que hoy creen estar protegidos por su historia, su tamaño o su regulación.
La pregunta incómoda no es quién será el próximo BlackBerry en Silicon Valley. La pregunta es: ¿y si el próximo BlackBerry está en tu industria?
En banca. En educación. En seguros. En retail. En salud.
En organizaciones que siguen compitiendo por eficiencia cuando el mercado ya compite por significado. En marcas que hablan de transformación, pero no transforman la experiencia real de las personas. Porque lo que está cambiando no es solo la tecnología. Es la tolerancia del consumidor.
Hoy las personas comparan todo con lo mejor que han vivido, no con lo promedio de tu sector. Comparan la atención de su banco con la de una app. La experiencia de una aseguradora con la de una plataforma digital. La comunicación de una marca con la claridad de un asistente inteligente.
La vara ya no la pone tu competencia directa. La pone la mejor experiencia que exista en la vida del usuario. Y cuando eso ocurre, la ventaja histórica se vuelve irrelevante.
BlackBerry cayó cuando dejó de escuchar. Cuando confundió fidelidad con inercia. Cuando pensó que el teclado era su fortaleza, sin entender que el problema ya no era escribir más rápido, sino vivir más simple.
Hoy el riesgo es parecido, aunque adopte otras formas. Empresas que creen que la IA es solo una herramienta operativa. Organizaciones que ven el cambio como un proyecto, no como una actitud. Líderes que optimizan lo conocido en lugar de explorar lo incómodo. El verdadero miedo no debería ser perder mercado. Debería ser perder sensibilidad. Porque cuando eso ocurre, el final no llega con una crisis. Llega con indiferencia. Y la indiferencia es silenciosa, pero definitiva.
Quizás por eso vale la pena hacerse la pregunta ahora. Cuando el negocio funciona. Cuando los números acompañan. Cuando aún parece que no pasa nada. Porque así empiezan todas las historias que luego se cuentan en pasado. No con una caída estrepitosa. Sino con una certeza demasiado cómoda.
Y entonces, cuando alguien finalmente pregunta “¿qué pasó?”, la respuesta suele ser la misma: Nada. Nada pasó… hasta que fue demasiado tarde.
Soy Jorge Lazo Arias y cada miércoles encontrarás aquí información sobre marketing, a partir de analizar campañas buenas y también las no tan buenas… porque todo nos suma para conocer las novedades en el mundo del marketing y contar con aprendizajes que podemos aprovechar y aplicar en nuestro día a día.

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