Neuralink, Matrix y la incómoda verdad: los humanos siempre fuimos programables
No necesitamos un chip en el cerebro para ser reprogramados. Ya lo hemos sido. Durante más de un siglo, cada tecnología, cada ideología, cada moda y cada app ha reescrito líneas de nuestro comportamiento, de nuestras creencias, de lo que entendemos como humano. La diferencia hoy es que por primera vez lo hacemos a sabiendas. Y aun así, lo permitimos.
La humanidad ha sido programada en ciclos. En los años 30, la propaganda estatal moldeó millones de conciencias a través de la radio, construyendo naciones con base en discursos repetidos como mantras. En los 60, la televisión de masas domesticó la rebeldía con sitcoms, jingles publicitarios y noticieros que unificaban la narrativa. Fue la primera vez que la “caja boba” dictaba cómo vestir, qué consumir, cómo vivir. Nadie lo cuestionaba. Solo obedecíamos.
Con la llegada de internet, la programación se volvió interactiva. Las redes sociales no solo modelaron comportamientos, sino también emociones. Un estudio del MIT (2022) reveló que adolescentes que usaban TikTok más de 3 horas al día tenían 30% más de probabilidades de desarrollar ansiedad social. Aprendían a reaccionar como el algoritmo les enseñaba. No fue a golpes. Fueron likes.
Yuval Noah Harari en Homo Deus lo anticipó: si el Homo sapiens se definió por crear ficciones colectivas, el futuro se definirá por nuestra capacidad de ser programados. Y no solo por otros humanos. Por máquinas. Sistemas que aprenden, almacenan y deciden mejor que nosotros.
Nuestra plasticidad cerebral, la que por siglos fue nuestra ventaja evolutiva, hoy es nuestro talón de Aquiles. Lo que nos hacía adaptables ahora nos hace manipulables. Un estudio de la Universidad de Stanford descubrió que la exposición constante a contenido algorítmico modifica patrones neuronales vinculados a la empatía y la toma de decisiones. Nos vuelven más reactivos, menos reflexivos.
Nuestra capacidad de atención se ha reducido. En el 2000 era de 12 segundos. En 2023, es de solo 8. Menos que la de un pez dorado. Y sin embargo, seguimos creyendo que somos dueños de nuestras decisiones.
Hoy estamos a un paso de una mutación más radical. Neuralink, el proyecto de Elon Musk, busca conectar nuestro cerebro con la nube. Mediante un chip implantado, podríamos aprender idiomas en segundos, almacenar recuerdos como archivos .zip y comunicarnos sin palabras. Lo que en Matrix era ciencia ficción, ahora es una presentación en PowerPoint.
La promesa es fascinante: conocimiento instantáneo, interacción telepática, extensión cognitiva. Pero también es inquietante. Porque en ese escenario, ¿qué parte de nuestros pensamientos seguirá siendo realmente nuestra? ¿Qué parte vendrá preinstalada?
La pregunta ya no es si somos programables. Lo somos. La verdadera inquietud es: ¿quién tiene el control del código? ¿Y cuánto estamos dispuestos a ceder por conveniencia, velocidad o confort?
Y al igual que en las décadas pasadas, esta reprogramación no vendrá con alarmas. Será sutil. Será deseada. Aparecerá como una app que mide tu sueño, un filtro que mejora tu cara, un algoritmo que elige por ti. Y un día, sin notarlo, descubrirás que tus pensamientos ya no son del todo tuyos. Que tus elecciones fueron prediseñadas.
Pero aún hay margen. El reto no es evitar la tecnología. Es evitar que borre lo que nos hace humanos: la duda, la pausa, la contradicción, el error, el amor sin lógica. Porque si renunciamos a todo eso por eficiencia, entonces sí, habremos sido exitosamente reprogramados.
Y como en todo sistema, cuando el código es homogéneo, basta una sola línea mal escrita para que todo colapse.
Recordar que somos cuerpo, emoción e historia es, hoy más que nunca, un acto de rebeldía. Y también de supervivencia.
Soy Jorge Lazo Arias y cada miércoles encontrarás aquí información sobre marketing, a partir de analizar campañas buenas y también las no tan buenas, tendencias y todo lo que suma para conocer las novedades en el mundo del marketing y contar con aprendizajes que podemos aprovechar y aplicar en nuestro día a día.

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