En las últimas semanas, dos Ministros de Estado nos han recordado a los peruanos que no todo lo que parece, necesariamente es.
Primero, el domingo 8 de diciembre, el Ministro de Educación, Jaime Saavedra publicó el artículo titulado “El cielo está gris, pero ya se ve una resolana” en el diario El Comercio. En dicho artículo se refería a los pobrísimos resultados de los estudiantes peruanos en la prueba de PISA y señalaba que, a pesar de ellos, ya se podían distinguir algunos progresos. Luego, el lunes 9 de diciembre, el Ministro del Interior, Walter Albán, refiriéndose al problema de inseguridad, afirmó que no existe tal cosa como una racha de robos y asaltos en Lima. Explicó que lo que ocurre es que cada vez la criminalidad se hace más visible. Ya hacía unos meses, el ex-Primer Ministro, Juan Jimenez había adelantado que, en su opinión, la preocupación por la inseguridad respondía a una histeria de la población.
Trazar una división entre lo que “parece” y lo que “es” es extremadamente importante en un país como el Perú donde la opinión pública es capaz de migrar del optimismo extremo al pesimismo depresivo con enorme facilidad.
No se trata, sin embargo, de una tarea sencilla.
Primero, porque los seres humanos tenemos la tendencia a rechazar las ideas que nos disgustan y aceptar aquellas que son más afines a nuestra línea de pensamiento. Es más cómodo decir que la inseguridad es cuestión de histeria o que la calidad de la educación no es tan mala. Y mucho más agradable es pensar que ya somos un país desarrollado solo porque crecemos más que el resto de países en la región.
Segundo, porque los seres humanos somos “flojos” y nos encanta simplificar excesivamente realidades complejas para no tener que pensar ni hacer demasiado. Es más cómodo pensar que el crecimiento económico lo resuelve todo. Y mucho más agradable es pensar que las características de este crecimiento no importan. Si crecemos, todos estaremos mejor y la inclusión social se habrá alcanzado. Punto.
Tercero, porque los seres humanos tenemos la tendencia a preferir ponernos manos a la obra en los problemas que nos afectan solo a nosotros. Es más cómodo no pensar en que tenemos alguna responsabilidad o un rol que jugar frente a problemas como la inseguridad o la inclusión social que también le afectan al resto de peruanos. Y mucho más agradable es hablar y opinar sobre estos temas que hacer algo para cambiarlos.
¿Y qué ocurre con la inclusión social? Decir que Perú está avanzando en materia de inclusión social es ¿histeria, percepción o realidad?
Para responder estas preguntas es indispensable reconocer que la inclusión social es un proceso mucho más complejo de lo que parece.
Para conseguir que en un país exista inclusión hace falta mucho más que cerrar las brechas de cobertura de ciertos bienes y servicios básicos. Por ejemplo, un mayor acceso a la educación – pública o privada – no asegura una mayor inclusión social.
¿Por qué? ¿Qué más hace falta? Hace falta también cerrar la brecha de calidad promedio que existe entre los servicios que recibe un peruano promedio respecto del que recibe cualquier ciudadano de un país desarrollado. El piso de calidad lo debe determinar precisamente la calidad promedio que recibe el ciudadano de aquellos países con los que nos queramos comparar.
¿Eso es todo? No lo es. Hace falta también cerrar la brecha discriminatoria que todavía sigue dividiendo a los peruanos. Hasta que no dejen de producirse casos como el reseñado recientemente por Rafo León, no habrá inclusión social en el Perú, incluso con cobertura universal a la educación y con resultados de la prueba PISA comparables con los de estudiantes de países del primer mundo.
En el Perú y en el mundo, se han dado pequeños pasos pero todavía hay mucho por hacer en materia de inclusión social.
¿Y qué podemos hacer para que estos pequeños avances se consoliden?
- Abandonar el cinismo y las posiciones ideológicas inútiles. Si hasta el Fondo Monetario Internacional ha cambiado, no hay razón para que no lo hagamos nosotros. El FMI ya reconoció que no solo importa crecer a tasas altas sino también cómo se crece. Prueba de ello es que mientras en los años noventa promovía políticas que conduzcan al “crecimiento sostenido”, hoy señala que promueve políticas que conduzcan a un “crecimiento alto, balanceado e inclusivo”.
- Dejar que el Estado haga su trabajo. Así como el trabajo de los empresarios es generar valor agregado y velar por sus propios intereses, el trabajo del Estado es velar por los intereses de todos los peruanos. Etiquetar a cualquier intento del Estado por cumplir con esta labor como intervención anti-mercado es irresponsable. Por ejemplo, los resultados de la prueba de PISA muestran que, en promedio, los estándares tanto de la educación pública como la privada son muy pobres. Y además señalan con claridad que la auto-regulación de la calidad de la educación privada no ha funcionado. Es indispensable actuar para cambiar esta situación. Así como no atenta contra la libertad de empresa cerrar una fábrica que produce juguetes para niños utilizando material tóxico, tampoco constituye una mordaza a la libertad de pensamiento cerrar una universidad que traiciona la ilusión de las familias peruanas haciendo una promesa de educación de calidad que sabe que no cumplirá. Se trata de un acto de responsabilidad que es necesario ejercer con los instrumentos legales correctos. Además, se trata de una práctica común en economías modernas.
- Ser inclusivos desde nuestra posición y en cada una de nuestras acciones. Solo de esta manera acabaremos con la existencia de ciudadanos de distintas categorías en el Perú y construiremos un país más justo e inclusivo.