RoboCop: Rogue City, el videojuego que me hizo volver
No me había dado cuenta cuánto tiempo había pasado desde mi última reseña de videojuegos. Entre columnas, viajes, clases e investigaciones, el tiempo se escurre. Pero RoboCop: Rogue City me obligó a volver. No porque sea el mejor juego del año, ni porque esté en la lista de los más vendidos. Volví porque este título, con todos sus defectos y virtudes, me habló directamente. Me recordó por qué empecé a escribir sobre videojuegos. Me recordó quién soy como gamer.
Muchos medios especializados le han dado calificaciones regulares. Y lo entiendo. Si uno lo evalúa desde la lógica de los gamers actuales (acostumbrados a la velocidad, a los mundos abiertos infinitos, a la hiperpersonalización) Rogue City puede parecer lento, limitado, incluso torpe. Pero ese juicio ignora algo fundamental: este juego no fue hecho para ellos. Fue hecho para nosotros. Para los que vimos RoboCop en VHS, antes de que existiera Internet. Para quienes entendemos que la lentitud del personaje no es un error, sino una decisión estética. Para quienes crecimos en ciudades donde la delincuencia era parte del paisaje urbano, mucho antes de los celulares y las cámaras de seguridad. Para quienes sabemos que la violencia de Detroit en los 80 no era ciencia ficción, sino una metáfora de muchas realidades latinoamericanas.
RoboCop: Rogue City se sitúa entre las películas 2 y 3 de la saga original. La historia nos devuelve a un Detroit al borde del colapso, donde la megacorporación OCP sigue intentando privatizar la ciudad mientras el crimen se desborda. En medio de ese caos, Alex Murphy (RoboCop) debe enfrentar una nueva amenaza criminal, mientras sufre glitches de memoria que lo conectan con su pasado humano: su esposa, su hijo, su vida antes de ser máquina. Estos momentos no solo aportan profundidad emocional, sino que afectan la jugabilidad y las decisiones morales que el jugador debe tomar.
El juego está disponible para PlayStation 5, Xbox Series XS y PC. No es para todas las edades: está clasificado como M (Mature), por su violencia explícita, lenguaje fuerte y temas adultos. Pero para quienes crecimos con la saga original, es una experiencia que vale la pena. No por nostalgia vacía, sino porque logra algo difícil: recuperar el espíritu de una franquicia sin traicionarla.
La jugabilidad es en primera persona, con un enfoque más táctico que frenético. RoboCop no corre muy rápido, no salta, no esquiva con velocidad. Camina. Avanza. Dispara con precisión quirúrgica. Y en ese ritmo pausado, casi implacable, hay una poética de la justicia que se ha perdido en muchos títulos modernos.
Pero hay más. Rogue City no es solo acción. Hay momentos de investigación policial, misiones secundarias, diálogos con ciudadanos, análisis de evidencia. Son pausas narrativas que permiten respirar, observar, decidir. Y aunque esa pausa puede incomodar a la nueva generación (acostumbrada al vértigo constante) a mí me resultan esenciales. Como viejo gamer que ahora juega Silent Hill de forma pausada, disfruto esos momentos de tensión silenciosa, de exploración ética, de construcción de atmósfera.
No es un juego perfecto. Tiene bugs, limitaciones gráficas y momentos repetitivos. Pero también tiene alma.
Por eso estoy aquí otra vez. Porque RoboCop: Rogue City me recordó por qué amo los videojuegos. No por los gráficos, ni por el framerate, sino por su capacidad de contar historias que nos interpelan. A partir de hoy, me comprometo a escribir una reseña semanal. Porque hay mucho que decir. Porque nuestra generación también merece una voz gamer en los medios. Y porque, como diría Murphy: “Dead or alive, you’re coming with me”.

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