Una Reflexión más allá de los Mercados
Es para mí algo muy significativo dirigirme a todos Uds. en estas fechas en que conmemoramos un año más de la entrega amorosa de Jesucristo por la salvación del género humano.
Como dice el refrán “no se ama lo que no se conoce”, y yo los invito a que estos días los aprovechen en conocer a Jesús, particularmente les recomiendo el Evangelio de San Juan, lectura de un curso de Teología amorosa sobre el Hijo Unico de Dios. Juan fue el apóstol querido de Jesús quien cuidó de la Virgen María (madre de nuestro Señor), pero principalmente quien representó a la humanidad para que nuestro Jesús desde la cruz misma le expresara que nos la daba como madre (Jn 19, 26-27). La Virgen María, la Mujer que desde el Génesis (Gen. 3,15) Dios la menciona como parte del proceso de salvación del hombre.
En el Evangelio que se leyó el domingo que pasó, Domingo de Ramos -Mateo (Mt 26 y 27)- se tiene un relato detallado de aquel viernes en que Jesús se inmoló por Amor a nosotros. Mis queridos lectores, no fue un cuento, ni una leyenda, ni una mitología lo que aconteció dicho viernes de hace más de 2000 años; fue algo real vivido por un hombre como nosotros (menos en el pecado), el cual comparte la divinidad con el Dios todo poderoso. En conversaciones con profesores y amigos israelitas (judíos como muy comúnmente los llamamos), me manifestaron que los rabinos (análogos a nuestros sacerdotes) les expresaron que realmente a Jesús, lo martirizaron y lo mataron en la cruz las autoridades judías y romanas de aquel entonces (ver película La Pasión de Cristo de Mel Gibson)), incluso Flavio Josefo (importante historiador Judío de aquel entonces) menciona la crucifixión de Jesús, así otros hombres de historia como Plinio el Joven (Gobernador Romano en lo que hoy es Turquía) hacen referencia a la existencia de Jesús y su muerte en la cruz.
Como hombres siempre está presente en nosotros el tema de la finalidad y finitud de nuestras vidas, de esta última como expresara Miguel De Unamuno del “Sentimiento Trágico de la Vida”. El por qué nos encontramos en esto que llamamos vida y mundo, experimentando en nuestra propia carne y en nuestro pensamiento lo que a diario vivimos: fatigas y cansancios, salud y enfermedad, alegrías y tristezas, ilusiones y decepciones, y un dolor hasta los huesos cuando uno de nuestros seres queridos se nos va y nuestra pregunta será siempre: ¿por qué?. Con el correr de los años se mira hacia atrás y se aprecia el camino recorrido y los logros alcanzados, y verán que lo conquistado y ganado en forma material, profesional e incluso intelectual no llena el sentir de nuestra existencia. En ese sentido, el hombre es un abismo que no se llena con nada, salvo con la eternidad, los goces de una vida terrenal y circunstancial, que hoy existe y mañana desaparece, nunca nos satisface plenamente. La felicidad que brindan las personas y los bienes materiales, no significan para nosotros ni el gozo y menos la plenitud.
En efecto, el hombre va en busca de lo infinito, de lo trascendente, si no lo hace, se pierde entre vanos objetivos (“personales”) y placeres, que exacerban los factores nihilistas que subyacen en él, como son la búsqueda insaciable del poder, el prestigio, el dinero, y el placer. El ansia del hombre se encuentra en la estructura fundamental de su ser porque él es una creatura (creación) de ese ser mayor que se encuentra por encima de todo y que llamamos Dios. Como decía San Francisco de Asís: Dios es “Nunca Bastante”, es el único ser que sacia la sed de lo inmarcesible que habita en el sentimiento del hombre.
Pero ese Dios no quedó en un abstracto, se concretizó en una expresión humana, que compartió nuestra naturaleza, se reveló en Jesús, porque los hombres por muy avanzados que nos encontremos en el pensamiento de lo físico-matemático, de la ciencia natural, o en los esquemas que hoy denominamos el pensamiento “soft” sobre estructuras complejas, nuestra forma de entendimiento racional o simbólico (modelos conceptuales) es limitado, siempre serán hipótesis que irán cambiando con el tiempo. Así Dios, que es el Gran Espíritu, El Gran Amor, expresó su plenitud en Jesús de Nazaret.
Como todo lo que viene de Dios; Jesús, se mostró en lo sencillo y humilde, nació en una cueva, hijo de una joven mujer aldeana, que le ofreció toda su ternura y lo acompaño hasta la muerte de Cruz; perseguido para terminar con El a muy temprana edad (a las semanas de nacido) tuvo que huir y refugiarse como migrante en Egipto (escena que nos resulta muy común hoy), carpintero en Nazaret, conoció el trabajo obrero porque los carpinteros en la Nazaret de aquel entonces no eran dueños de talleres, sino, que eran contratados de forma similar a los obreros en las plazas, y trabajan junto con ellos en la construcción de casas o mansiones. Compasivo y misericordioso, nos enseñó a tratar a Dios de una manera más horizontal al denominarlo Padre, término que las autoridades religiosas del judaísmo (los doctores de la ley) rechazaban.
Jesús no pasó por los centros de enseñanza superior que impartían alto conocimiento en su país (Bet ha-Midrash) pero enseñaba las escrituras con autoridad por lo que valió que lo llamasen Maestro.
Misericordioso como el Padre, nunca excluyó a la gente marginal y de la periferia (como dice el Papa Francisco); más bien compartió con ellos, visitaba la casa de publicanos (impuros por recoger impuestos para Roma) y de gente considerada de mal vivir por fariseos y saduceos; Jesús no condenó a estas poblaciones, todo lo contrario, los incluyó, acompañó, consoló y les dio una esperanza. Curó leprosos (personas impuras por sus orígenes ancestrales), así como a otros tipos de enfermos incluso endemoniados.
Enseñaba a gente humilde y así un día dijo: “Yo te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las revelado a gente sencilla. Sí Padre, pues tal ha sido tu decisión” (Mt. 11, 25-26).
Se levantó sobre la injusticia social en su conocido Sermón de la Montaña, donde se identificó con los humildes de espíritu que mostraba pobreza de corazón y despojo de sus bienes (se entiende no sólo materiales, sino, profesionales e intelectuales), allí abogó por los maltratados por la justicia, por los que luchaban por la paz, y los limpios en el corazón, que hoy tanto reclamamos. Declaró que resultaba más fácil que entrara un camello por el hueco de una aguja que un rico en el reino de los cielos. Por el reconocimiento que venía alcanzando entre la población, los saduceos (autoridades políticas perteneciente a la clase aristocrática vinculadas al Imperio Romano), los fariseos (comunidad constituida por empresarios e intelectuales de clase media acomodada) y los escribas o doctores de la ley (autoridades religiosas) empezaron a investigarlo, hostilizarlo, desprestigiarlo, perseguirlo, y finalmente buscaron darle muerte de cruz.
Por todo esto, en menos de tres años de vida pública removió los pilares de una estructura no sólo político-religioso y social, sino, y sobre todo moral, por lo que los poderosos de su propio país y la ocupación romana lo persiguieron hasta matarlo; para este fin, buscaron quitarle sus derechos como israelita (político) y judío (religioso) que era, así podrían entregarlo a las autoridades romanas (extranjeras). En efecto, buscado por las autoridades, traicionado por uno de los suyos, y negado por Pedro (a quien con anterioridad había nombrado como su vicario), fue entregado a éstas, y en un juicio lo despojaron de sus derechos, para que los romanos (los paganos) hicieran con El, lo que quisieran al ser considerado un paria.
Así luego de ser azotado por una soldadesca enborrachada y enardecida, entrenada en crucificar, perdió toda su sangre y finalmente el suero que quedaba en su cuerpo (agua como le decimos los cristianos). A pesar de todo ello, nos perdonó en los últimos momentos de su existencia como hombre en la Cruz (Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” Lc (23-34)). Como digo esto no es un cuento, así se trataba a los que se levantaban contra Roma y sus cómplices (autoridades sometidas al Imperio Romano), esta forma de escarmiento, la crucifixión, está documentada históricamente.
Pero no olvidemos, que esto no lo hicieron los israelitas, los judíos, sino, que es el hombre quien lo hizo, y no fueron delincuentes los que lo planearon y ejecutaron, sino, digamos el sector culto y educado de su pueblo; es decir, a tal nivel de salvajismo se llega cuando la ambición desborda, se defienden los intereses de grupo y se crean falsos dioses.
Hoy ese Jesús, ese Cristo, nos interpela, nos lleva a reflexionar y actuar sobre lo que estamos haciendo cada uno de nosotros por su creación, no nos sigamos maltratando entre nosotros mismos, no nos recriminemos ni nos echemos la culpa los unos a los otros de lo acontecido, seamos generosos y caritativos, misericordiosos como el Padre; no matemos la imagen de aquellos que juzgamos frente a los demás; no exijamos lo que no somos capaces nosotros mismos de dar y ofrecer como donación y entrega; no creamos que porque hemos estudiado y sobre pasado records como distinciones respecto al resto de nuestros compañeros, eso nos hace mejores en relación a ellos. No creamos que el dominio de la ciencia y la tecnología es suficiente; el conocimiento sin revelación y espiritualidad es incompleto, el hombre es una dimensión mayor cuya realidad individual y social rebaza el conocimiento sólo racional. Agradezcamos lo que recibimos todos los días de forma gratuita de Dios: la vida.
Bueno estimados lestores habría mucho que decir. Les deseo una feliz pascua de resurrección, que nuestras vidas se motiven en Aquel que nos enseñó a amar y perdonar: Jesucristo.