El caos vehicular de Lima tiene solución
Cuentan que en el siglo XIX los londinenses estaban muy preocupados por el incremento de los carruajes jalados por caballos, les inquietaba la cantidad de excremento que permanecía en las calles. Hicieron cálculos y se podía medir en metros la altura del excremento que podía llegar a acumularse en las calles si no se hacía algo al respecto. Resulta que al final el ingenio humano inventó el automóvil y se pudo prescindir de los caballos. Ese problema desapareció, pero uno nuevo –el del tráfico vehicular– iba a aparecer.
En el corto plazo no parece haber solución al tráfico en Lima. No solo cada vez más personas buscan comprarse un auto, sino que además no parece haber por el momento un plan general que proponga un eficiente servicio público de transporte.
Como se trata de un esfuerzo sistémico y de largo plazo, requiere del trabajo continuado de los nuevos alcaldes y de los que están por venir, lo cual exige de ellos la madurez política y honestidad necesarias para priorizar el bien común, postergando el egoísta cálculo electoral y el beneficio propio.
La solución, aunque propuesta por varias autoridades políticas, no está en la ampliación de calles y más avenidas con pasos a desnivel, ni en una Costa Verde que sirva de vía rápida –desnaturalizando su fin como lugar de recreación de los limeños–. Lo saben los especialistas, la ampliación de las vías de transporte es solo un atenuante temporal ya que el constante aumento del parque automotor las satura antes de lo pensado.
Como es imposible ampliar indefinidamente las calles de la ciudad –a costa de áreas verdes, muchas veces–, la solución eficaz es aquella que logre desincentivar la compra de automóviles y que consiga que las personas que tienen un automóvil prefieran dejarlo en su casa. Para ello es indispensable tener un servicio de transporte bueno y eficiente.
A pesar de las polémicas que han rodeado al tren eléctrico, al metropolitano y al corredor azul, se trata de alternativas eficaces para combatir el caos de Lima si es que forman parte de un plan integral. ¿Por qué no fomentar más políticas de transporte de este tipo? En vez de pensar en ampliar vías, ¿por qué no implementar tranvías o trenes en la ciudad, en grandes avenidas como la Javier Prado o la Vía Expresa?
Se podría también adoptar algunas políticas que existen ya en grandes ciudades europeas o sudamericanas, para limitar el número de autos. Como el famoso “Pico y placa” de Bogotá que existe desde 1998 y que consiste en una restricción de circulación obligatoria dependiendo del número de placa; o las multas prohibitivas que se imponen en París en caso de parquear en zonas restringidas. El objetivo es que se prefiera el transporte público –por más eficiente– en lugar del automóvil.
Evidentemente esto parece drástico para el limeño acostumbrado a vivir en una ciudad donde el automóvil y las combis hacen parte de lo cotidiano, pero debemos ser conscientes de que todos nos beneficiaríamos con políticas de transporte de este tipo. Con menos contaminación y ruido, y sin tener que lidiar con los atolladeros que se han vuelto habituales a toda hora, el limeño podría volver a recuperar la serenidad que parece haber perdido últimamente entre cláxones y accidentes automovilísticos.