El agua: “qué lejos estamos de la naturaleza”
Les propongo olvidarnos de las normas legales por esta vez.
Dejemos de lado la Ley de Recursos Hídricos, la Ley General del Ambiente, la Ley Orgánica para el Aprovechamiento Sostenible de los Recursos Naturales, los reglamentos, las resoluciones, etcétera, etcétera e innumerables etcéteras.
Esta vez quisiera ir “detrás” de las leyes y que nos adentremos en el ámbito de los valores y criterios generalmente aceptados por la sociedad, ese “terreno” que es lugar natural de los principios generales del derecho.
Hace unos días vi una docena de botellas de agua en el suelo de una cocina y pensé en un tema respecto del cual todos vamos siendo más y más sensibles: el aprovechamiento del agua. Yo siempre he visto botellas de agua, pero algo en particular tenían esas botellas envueltas por pares en bolsas de plástico de supermercado que me llevó a la reflexión que deseo compartir con ustedes.
Nada más verlas, sin pensarlo, se me vino a la mente algo muy simple: “qué lejos estamos de la naturaleza”.
Desde hace ya muchísimo tiempo la mayoría de personas en el mundo no toma agua directamente de su fuente natural. A lo largo de los siglos el hombre ha ido desarrollando técnicas para el transporte del agua, desde los muy antiguos acueductos romanos y el posterior prodigio logrado por los constructores de la Alhambra de Granada, hasta los sistemas hidráulicos precolombinos. La necesidad vital del agua hizo que el ingenio humano de distintos tiempos y culturas desarrollara múltiples infraestructuras.
Hoy las ciudades cuentan con sistemas de abastecimiento y distribución de agua potable; sin embargo, aquellas se diferencian por la calidad del agua que ofrecen a sus vecinos. En algunas ciudades se puede tomar agua del caño, en otras es mejor no hacerlo. El caso de Lima es relativo: los limeños podemos tomar agua del caño pero algunos extranjeros que lo hacen caen enfermos. En buena cuenta, el agua de nuestra ciudad no es muy potable que digamos, a pesar de que pagamos a Sedapal para que lo sea.
Parece que hemos llegado a un punto en el que nos hemos resignado a tener un sistema deficiente de distribución de agua potable, porque si de tomar agua se trata los limeños preferimos comprarla en botellas y punto (aunque también es cierto que cada vez más familias usan filtros domésticos).
Estoy seguro de que hace unos cincuenta años no nos podríamos haber imaginado que el agua sin gas y en botella iba a llegar a ser un producto de consumo masivo tan valorado. Menos aún hubiéramos imaginado que pudieran existir tantas marcas de agua en botella y que su precio pueda, en algunos casos, ser tan elevado (2).
Antes se vivía “más cerca” de la naturaleza.
Vivir en una ciudad no hace que estemos “lejos” de la naturaleza (de hecho las ciudades son la opción ecológicamente preferida en un mundo con una población creciente), lo que nos “aleja” de ella es lo que está en nuestra mente (nuestra realidad está en nuestra mente).
El que los limeños consumamos tanta agua en botella tiene una causa: el ineficaz tratamiento sanitario del agua de mala calidad que llega a nuestra ciudad (1), tal es el asunto de fondo. Aunque también es cierto que la publicidad (las chicas lindas siguen siendo un “argumento” del consumismo) colabora decididamente con este “conveniente” fenómeno de la sobre valoración social del agua embotellada.
De ser bien tratada, el agua que sale del caño en Lima podría ser tomada por todos y no nos hubiéramos acostumbrado tan fácilmente a pagar tanto dinero por un bien que la naturaleza siempre nos ha ofrecido gratis.
(1) Agua que sufre la contaminación causada por la población, las municipalidades y la industria irresponsables.
(2) En Lima se vende agua que es más cara que su volumen equivalente en gasolina.