Informe sobre la desigualdad mundial 2026: elementos clave y recomendaciones de política
La semana pasada se publicó el informe con el título de esta nota. Este es elaborado por el Laboratorio de Desigualdad Mundial (WIL) que reúne a científicos sociales comprometidos a ayudar a comprender los factores que impulsan la desigualdad en todo el mundo a través de investigaciones basadas en evidencia. Su propósito principal no solo es el estudio de la desigualdad sino de las políticas públicas que promuevan la justicia social, económica y ambiental.
El equipo de trabajo de WIL está compuesto por unas cuarenta personas y su sede principal está en la Escuela de Economía de París y la Universidad de Berkeley, California. Asimismo, trabaja en estrecha colaboración con más de 200 investigadores ubicados en instituciones de todo el mundo. Esta es la tercera edición después de 2018 y 2022. https://wir2026.wid.world/
De inicio hay que recordar que las elevadas desigualdades afectan negativamente el crecimiento económico, reducen la cohesión social y afectan la gobernabilidad de los países. Un buen ejemplo de estos problemas se manifiesta en el Perú, donde desafortunadamente las elevadas desigualdades no importan. Nuestras autoridades solo se preocupan por la pobreza y la igualdad de oportunidades que no son suficientes. Es hora de que los partidos políticos introduzcan este tema a sus agendas.
Contenido
Este informe -de acuerdo con sus autores- es más amplio que los anteriores. Explora las nuevas dimensiones de la desigualdad: el clima y la riqueza, las disparidades de género, el acceso desigual al capital humano, las asimetrías del sistema financiero global y las divisiones territoriales. En conjunto, estos revelan que la desigualdad actual no se limita a los ingresos o la riqueza; afecta a todos los ámbitos de la vida económica y social.
La desigualdad global en el acceso al capital humano (la educación) sigue siendo enorme, probablemente una brecha mucho mayor de lo que se imagina: de 1 a 40 entre los países pobres y los ricos. Estas disparidades configuran las oportunidades entre generaciones, consolidando una geografía de oportunidades que exacerba y perpetúa las jerarquías globales de riqueza. Por otra parte, la desigualdad en el acceso a los servicios públicos, las oportunidades laborales y la exposición a las crisis han fracturado la cohesión social y debilitado las coaliciones necesarias para la reforma redistributiva.
Cambio climático y género
El informe también muestra que las contribuciones al cambio climático distan de estar distribuidas de manera uniforme. El 10% más rico del mundo representa el 77% de las emisiones globales asociadas a la propiedad de capital privado, lo que subraya cómo la crisis climática es inseparable de la concentración de la riqueza. Para abordarla se requiere una reestructuración específica de las estructuras financieras y de inversión que impulsan tanto las emisiones como la desigualdad.
La desigualdad de género también se ve marcadamente diferente si se considera el trabajo invisible y no remunerado, que realizan desproporcionadamente las mujeres. En promedio, las mujeres ganan solo el 32 % de lo que ganan los hombres por hora de trabajo, considerando tanto las actividades remuneradas como las no remuneradas; en comparación con el 61 % cuando no se considera el trabajo doméstico no remunerado. Asimismo, a nivel internacional, se documenta cómo el sistema financiero global refuerza la desigualdad.
Conclusión principal
Según los autores la desigualdad sigue siendo extrema y persistente; se manifiesta en múltiples dimensiones que se intersectan y refuerzan mutuamente; y transforma las democracias, fragmentando coaliciones y erosionando el consenso político. Sin embargo, los datos también demuestran que la desigualdad puede reducirse.
Las políticas como las transferencias redistributivas, la tributación progresiva, la inversión en capital humano y el fortalecimiento de los derechos laborales han marcado la diferencia en algunos contextos. Propuestas como los impuestos mínimos sobre el patrimonio de los multimillonarios ilustran la magnitud de los recursos que podrían movilizarse para financiar la educación, la salud y la adaptación climática. Reducir la desigualdad no solo se trata de equidad, sino que también es esencial para la resiliencia de las economías, la estabilidad de las democracias y la viabilidad del planeta.
Desigualdades extremas
Según el informe el primer y más sorprendente hecho es que la desigualdad sigue siendo muy alta. El 10% más rico de la población mundial gana más que el 90% restante, mientras que la mitad más pobre de la población mundial capta menos del 10% del ingreso global total. La riqueza está aún más concentrada: el 10% más rico posee el 75% de la riqueza mundial, mientras que la mitad más pobre solo posee el 2%.
El panorama se torna aún más extremo cuando se refieren al 0.001% más rico, menos de 60,000 multimillonarios, controla hoy tres veces más riqueza que la mitad de la humanidad en su conjunto. Su participación ha crecido de forma constante, desde casi el 4% en 1995 a más del 6% en la actualidad.
Por otra parte, desde la década de 1990, la riqueza de los multimillonarios y los que tienen más de US$ 100 millones ha crecido aproximadamente 8% anual, casi el doble de la tasa de crecimiento de la mitad más pobre de la población. Los más pobres han logrado avances modestos, pero estos se ven eclipsados por la extraordinaria acumulación en la cima. El resultado es un mundo en el que una pequeña minoría posee un poder financiero sin precedentes, mientras miles de millones de personas siguen excluidas de la estabilidad económica básica.
Desigualdades regionales
Los promedios mundiales ocultan enormes brechas entre regiones, según el informe. El mundo está dividido en claros niveles de ingresos: regiones de altos ingresos como América del Norte y Oceanía y Europa; grupos de ingresos medios que incluyen Rusia y Asia Central, Asia Oriental y Medio Oriente y África del Norte; y regiones muy pobladas donde los ingresos promedio siguen siendo bajos, como América Latina, el sur y el sudeste de Asia y África subsahariana.
Los contrastes son marcados, incluso al corregir las diferencias de precios entre regiones. Una persona promedio en América del Norte y Oceanía gana aproximadamente trece veces más que alguien en África subsahariana y tres veces más que el promedio mundial.
Por otra parte, si bien la desigualdad dentro de los países es grave en todas partes, su intensidad sigue patrones claros. Europa y gran parte de América del Norte y Oceanía se encuentran entre los menos desiguales, aunque incluso aquí, los grupos más ricos acaparan mucha más riqueza que la mitad inferior. EE.UU. destaca con niveles de desigualdad más altos que sus pares de altos ingresos. En el otro extremo del espectro, América Latina, el sur de África, Oriente Medio y el Norte de África combinan bajos ingresos para el 50% más pobre con una concentración extrema en el más rico.
Redistribución e impuestos
Según el documento, la desigualdad entre países y a lo largo del tiempo revela que las políticas pueden efectivamente reducirla. Se muestra cómo la tributación progresiva y, en especial, las transferencias redistributivas han reducido significativamente la desigualdad en todas las regiones, especialmente cuando los sistemas están bien diseñados y se aplican de forma consistente.
En Europa, América del Norte y Oceanía, los sistemas de impuestos y transferencias redujeron sistemáticamente las brechas de ingresos en más de un 30%. Incluso en América Latina, las políticas redistributivas introducidas después de la década de 1990 han logrado avances significativos en la reducción de las brechas. La evidencia muestra que las políticas redistributivas han sido eficaces para reducir la desigualdad, aunque con grandes variaciones.
Además, los impuestos a menudo fallan donde más se necesitan: en la cima de la distribución. Las tasas efectivas del impuesto sobre la renta aumentan de forma constante para la mayoría de la población, pero caen drásticamente para los millonarios. Estas élites pagan proporcionalmente menos que la mayoría de los hogares con ingresos mucho menores. Este patrón regresivo priva a los Estados de recursos para inversiones esenciales en educación, sanidad y acción climática. También socava la equidad y la cohesión social al reducir la confianza en el sistema tributario.
Orientaciones políticas
La evidencia deja clara una conclusión: la desigualdad se puede reducir. Existe una serie de políticas que, de diferentes maneras, han demostrado ser eficaces para reducir las brechas. Una vía importante es la inversión pública en educación y salud.
La inversión pública en escuelas gratuitas y de alta calidad, atención médica universal, cuidado infantil y programas de nutrición puede reducir las disparidades en la primera infancia y fomentar oportunidades de aprendizaje permanente. Al garantizar que el talento y el esfuerzo, y no el origen, determinen las oportunidades en la vida, estas inversiones construyen sociedades más inclusivas y resilientes.
Otra vía son los programas redistributivos. Las transferencias de efectivo, las pensiones, las prestaciones por desempleo y el apoyo específico a los hogares vulnerables pueden transferir directamente los recursos de los estratos más altos a los más bajos de la distribución. Bien diseñadas, estas medidas han reducido las brechas de ingresos, fortalecido la cohesión social y proporcionado protección contra las crisis.
Reducir brechas
Reducir las brechas de género requiere desmantelar las barreras estructurales que determinan cómo se valora y distribuye el trabajo. Las políticas que reconocen y redistribuyen el trabajo de cuidado no remunerado, mediante guarderías asequibles, licencias parentales que incluyan a los padres y créditos de pensión para los cuidadores, son esenciales para nivelar el campo de juego.
Igualmente, importantes son la aplicación estricta de la igualdad salarial y una mayor protección contra la discriminación en el lugar de trabajo. La política climática ofrece otra dimensión clave: si está mal diseñada, puede aumentar la desigualdad, pero si está bien planificada, también puede reducirla.
Política fiscal
En el informe se insiste en que la política fiscal es una herramienta poderosa. Los sistemas tributarios más justos, donde quienes se encuentran en la cima contribuyen con tasas más altas mediante impuestos progresivos, no solo movilizan recursos, sino que también fortalecen la legitimidad fiscal. Incluso tasas modestas de un impuesto mínimo global para multimillonarios y con más de USD$ 100 millones podrían recaudar entre el 0.45% y el 1.11% del PBI mundial y podrían financiar inversiones transformadoras en educación, atención médica y adaptación climática.
Los subsidios climáticos, junto con la tributación progresiva, tienen el potencial de acelerar la adopción de tecnologías bajas en carbono de forma justa. Los impuestos y las regulaciones sobre el consumo de lujo o las inversiones con altas emisiones de carbono también pueden ayudar a reducir los niveles de emisiones entre los grupos más ricos.
La desigualdad también puede reducirse reformando el sistema financiero global. Los acuerdos actuales permiten a las economías avanzadas obtener préstamos a bajo costo y asegurar flujos de entrada constantes, mientras que las economías en desarrollo enfrentan pasivos costosos y flujos de salida persistentes. Reformas como la adopción de una moneda global, sistemas centralizados de crédito y débito, e impuestos correctivos sobre los superávits excesivos ampliarían el margen fiscal para la inversión social y reducirían el intercambio desigual que ha definido durante mucho tiempo las finanzas globales.
Colofón
Según los autores las herramientas para redistribuir existen. El desafío es la voluntad política. Las decisiones que se tomen en los próximos años determinarán si la economía global continúa por una senda de concentración extrema o avanza hacia la prosperidad compartida.

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