Inteligencia artificial (IA) y trabajo: todo es caos bajo las estrellas
La estimación de los impactos de la IA sobre el mundo del trabajo se está abordando en todas partes del mundo, a diferencia de nuestro país en que esto se soslaya, como si nada ocurriera. En esta oportunidad se reseña un ensayo de Daniel Pandolfi y Andrea Villagra, investigadores del Instituto de Tecnología Aplicada de la Universidad Nacional de la Patagonia Austral, Argentina. Este se publicó en RevITA, volumen 3, número 1 de julio 2025.
Para estos autores, la automatización de tareas rutinarias y la eliminación de empleos tradicionales coexistirían con la creación de nuevos roles en sectores innovadores como la ciberseguridad, la sostenibilidad, la salud, entre muchos otros. Ellos destacan la complejidad de la nueva realidad, la presencia de importantes paradojas, pero al mismo tiempo son propositivos y optimistas. Ojalá pudiéramos pensar lo mismo en el Perú.
Resumen
Pandolfi y Villagra coinciden en anotar que esta revolución genera una creciente polarización laboral y una demanda urgente de recapacitación, orientada al desarrollo de habilidades técnicas, cognitivas, emocionales y adaptativas. Su ensayo destaca que, aunque se estima la pérdida de empleos, también surgirán nuevas oportunidades.
Al respecto, se propone un abordaje estratégico que incluya programas de formación continua, liderazgo comprometido, metodologías ágiles y culturas organizacionales que promuevan la innovación y el aprendizaje permanente. Asimismo, se analizan los dilemas éticos que plantea la IA, como los sesgos algorítmicos, la privacidad y la responsabilidad, y se comparan los enfoques regulatorios de la Unión Europea, EE.UU y China.
Finalmente, se plantea la necesidad de redefinir el contrato social, reinventar la educación y construir una sociedad digital más equitativa. Lejos de representar el fin del trabajo humano, la IA invita a reinventarlo con conciencia ética y sentido colectivo, donde la tecnología amplíe -no reemplace- lo mejor de nuestras capacidades humanas.
Contexto
Los autores nos recuerdan que las revoluciones industriales históricas nos enseñan que el cambio, aunque caótico, tiende hacia nuevos equilibrios. La IA no es la excepción: mientras elimina empleos rutinarios, genera oportunidades en áreas emergentes. Citan a Darío Amodei, CEO de Anthropic, que advierte que entre el 20% y 40% de los trabajos de oficina podrían desaparecer en cinco años, marcando una transformación más acelerada que en revoluciones anteriores.
Según ellos, los informes del Foro Económico Mundial (2023, 2024, 2025) dibujan un panorama complejo pero esperanzador: aunque se perderán 83 millones de empleos para 2027, surgirán 69 millones en sectores como ciberseguridad y sostenibilidad. El desafío central radica en la recapacitación masiva —el 60% de los trabajadores necesitará formación crítica— y en desarrollar habilidades híbridas que combinen lo técnico con lo humano.
Esta transformación, según Pandolfi y Villagra, exige respuestas coordinadas: reskilling (capacitación para otras tareas) ágil, políticas inclusivas y modelos que integren humanos y tecnología. La tarea es navegar estas aguas turbulentas con visión ética y adaptabilidad, transformando el caos en progreso compartido.
Navegando en el caos
Para los autores, la metáfora del caos bajo las estrellas captura la naturaleza dual de la IA en el mundo laboral: aparente desorden que oculta un proceso profundo de reorganización sistémica. Como fenómeno disruptivo genera ansiedades justificadas y oportunidades sin precedentes, desafiando las categorías tradicionales para entender el trabajo. Lejos de ser un apocalipsis laboral, lo que se está presenciando es una transformación estructural comparable a las grandes revoluciones tecnológicas del pasado, aunque con una velocidad y alcance sin precedentes.
La evidencia muestra un fenómeno más complejo que la pérdida neta de empleos, que es la reingeniería de las tareas dentro de las ocupaciones existentes. En sectores tan diversos como la manufactura, los servicios financieros o la atención médica, se observa cómo la automatización está liberando a los trabajadores para enfocarse en aspectos más estratégicos y creativos de sus roles.
Este proceso, sin embargo, no es automático ni indoloro. Requiere una reconceptualización profunda de las habilidades laborales, donde las competencias técnicas deben combinarse con capacidades humanas distintivas como el juicio contextual, la creatividad aplicada y la inteligencia emocional.
Polarización laboral
La polarización del mercado laboral emerge como uno de los efectos más preocupantes. Mientras se multiplican los empleos altamente cualificados en gestión de IA y análisis de datos, y persisten los trabajos de servicios que requieren presencia física e interacción humana. Asimismo, estamos presenciando el adelgazamiento preocupante de la clase media profesional. Este fenómeno no es meramente económico, sino que tiene profundas implicaciones sociales y políticas.
Pandolfi y Villagra anotan que la brecha digital se convierte en brecha social cuando amplios segmentos de la población quedan excluidos de las nuevas oportunidades laborales por falta de acceso a educación tecnológica de calidad o mecanismos efectivos de recualificación profesional. Paradójicamente, en medio de esta disrupción, ciertas habilidades humanas están experimentando una revalorización sin precedentes.
Nuevos sectores
Sectores como la salud mental, la educación personalizada o los servicios creativos están demostrando que la IA actúa más como amplificador que como sustituto de las capacidades humanas. Los profesionales que logran integrar dominio técnico con habilidades sociales complejas están encontrando nuevas oportunidades en este panorama cambiante. Esto sugiere que el futuro del trabajo no sería una competencia entre humanos y máquinas, sino una colaboración sinérgica donde cada parte aporta sus ventajas comparativas.
Por otra parte, el aspecto ético de esta transformación no puede subestimarse. Desde los sesgos algorítmicos en procesos de contratación hasta la vigilancia laboral digital, la IA introduce nuevos riesgos que requieren marcos regulatorios ágiles y principios éticos claros. La gobernanza efectiva de estas tecnologías demandará una colaboración sin precedentes entre gobiernos, empresas, academia y sociedad civil.
Adaptación y oportunidad
Los autores señalan que estas transformaciones en curso, aunque disruptivas, contienen las semillas de un futuro laboral potencialmente más rico y diversificado, siempre que sepamos gestionar sus contradicciones fundamentales. La velocidad sin precedentes de esta transición es su característica más desafiante.
Sin embargo, según los autores, esa narrativa de desplazamiento laboral masivo solo cuenta parte de la historia. La IA está actuando simultáneamente como fuerza disruptiva y catalizadora de nuevas formas de valor económico. Se observa el surgimiento de toda una nueva taxonomía laboral: desde prompt engineers que optimizan la interacción con sistemas generativos, hasta auditores de ética algorítmica que garantizan la equidad en procesos automatizados. Estos roles emergentes demandan habilidades híbridas que combinan pensamiento crítico, creatividad aplicada e inteligencia emocional.
El desafío no es tecnológico, sino social y educativo. La creciente brecha entre trabajadores con habilidades digitales y aquellos atrapados en empleos en riesgo por la automatización amenaza con exacerbar las desigualdades existentes. Esta polarización laboral podría derivar en una sociedad bifurcada entre una élite tecnológica y una clase de servicios precarizada, erosionando el tejido social y la movilidad intergeneracional.
Las respuestas
Pandolfi y Villagra proponen que, para evitar este escenario preocupante, resulta imperativo transformar profundamente nuestros modelos de formación profesional y protección social. La educación necesita transitar desde esquemas rígidos de enseñanza hacia sistemas dinámicos de aprendizaje continuo que desarrollen la capacidad de adaptación permanente.
Paralelamente, las redes de seguridad social deben modernizarse para brindar cobertura a trabajadores inmersos en mercados laborales cada vez más segmentados y dominados por esquemas temporales de proyectos, donde los contratos estables ceden terreno a modalidades más flexibles, pero potencialmente más vulnerables.
La gobernanza efectiva de esta transición exigirá colaboración sin precedentes entre sectores. Empresas tecnológicas, gobiernos, instituciones educativas y organizaciones laborales deben co-crear marcos que equilibren innovación con protección. Esto incluye desde protocolos contra sesgos algorítmicos en procesos de contratación, hasta nuevos sistemas de certificación de habilidades que trasciendan las credenciales académicas tradicionales.
Soporte emocional y liderazgo
El acompañamiento durante la transición no puede limitarse a lo técnico. Se necesitan redes de soporte emocional que ayuden a los colaboradores a gestionar la ansiedad que genera la obsolescencia de habilidades previamente valoradas. Programas de mentoría inversa, donde los colaboradores más jóvenes forman a los ejecutivos en nuevas tecnologías, no solo aceleran la adopción, sino que reequilibran dinámicas de poder organizacional.
La medición del progreso debe incluir tanto indicadores duros de adopción tecnológica como métricas blandas de bienestar y satisfacción laboral. Los sistemas de reconocimiento deben evolucionar para premiar no solo los resultados inmediatos, sino también la capacidad de aprendizaje y reinvención continua.
El liderazgo en este proceso juega un papel determinante. Se debe crear coaliciones transversales que rompan silos organizacionales y mantener un equilibrio delicado entre urgencia y paciencia. La cultura organizacional debe transformarse para valorar la curiosidad.
Trayectorias y regulación
En el horizonte se vislumbran cambios aún más profundos. La posible reducción de la jornada laboral, el debate sobre rentas básicas universales y el auge de la economía del cuidado redefinen no solo cómo trabajamos, sino qué valoramos como contribución económica y social. Lo que emerge no es un futuro predeterminado de utopía o distopía tecnológica, sino un abanico de posibles trayectorias. Las sociedades que inviertan tanto en infraestructura digital como en capital humano, que cultiven la excelencia técnica como la sabiduría ética, estarán mejor posicionadas.
Hay tres modelos de regulación en juego. El modelo europeo establece un paradigma regulatorio basado en el principio de precaución. En marcado contraste, el experimento regulatorio estadounidense ha oscilado hacia un enfoque de innovación primero, pero que desprotege a consumidores y trabajadores. China, por su parte, ha desarrollado un tercer modelo que combina ambición tecnológica con control estatal, imponiendo algunas regulaciones específicas.
La experiencia comparada sugiere que ningún modelo ha encontrado aún el equilibrio perfecto. Los dilemas éticos que emergen -sesgos algorítmicos, vigilancia laboral, responsabilidad por decisiones automatizadas- son pruebas de estrés para nuestros valores fundamentales. Las respuestas regulatorias divergentes en Europa, EE.UU y China revelan que no existe consenso global sobre cómo equilibrar innovación con protección, eficiencia con dignidad.
Recomendaciones
Los autores, ante este panorama plantean tres imperativos cruciales: Primero, debemos reinventar el aprendizaje como proceso continuo, donde la adaptabilidad sea tan valorada como la especialización. La educación tradicional, estructurada en conocimientos estáticos, resulta tan obsoleta como las máquinas de escribir en la era digital.
Segundo, las organizaciones necesitan cultivar culturas de experimentación responsable, donde la innovación vaya de la mano con la protección del capital humano. Los líderes deben convertirse en arquitectos de transiciones justas, no meros ejecutores de cambios disruptivos.
En tercer lugar, como sociedad debemos renegociar el contrato social para la era digital. Esto implica repensar desde la protección laboral hasta la distribución del valor creado por la automatización, pasando por nuevos modelos de reconocimiento al trabajo no automatizable.
Conclusiones
Pandolfi y Villagra terminan señalando que el caos es en realidad el dolor de parto de un nuevo paradigma laboral. La IA no eliminará, a su juicio, el trabajo humano, pero redefinirá radicalmente su esencia. El desafío colectivo es asegurar que esta transformación amplifique -no disminuya- lo mejor de nuestra humanidad: creatividad, juicio ético y capacidad para dar significado al esfuerzo.
Se puede elegir resistir su corriente o aprender a navegarla con sabiduría, construyendo un futuro donde la tecnología no determine nuestro destino, sino que amplíe nuestras posibilidades como individuos y como sociedad. El verdadero progreso no se medirá por lo que las máquinas puedan hacer por nosotros, sino por lo que nosotros decidamos hacer -y preservar- como humanos en esta nueva era.

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