¿El fin del capitalismo democrático? Cómo la desigualdad y la inseguridad alimentaron la crisis de Occidente
La revista Foreign Affairs del 21 de junio del 2025 publicó nuevamente el artículo con el título de esta nota, cuya versión inicial fue de 2023. El autor es Daron Acemoğlu, profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts, donde enseña desde 1993. Es uno de los economistas más citados del mundo y recibió el Premio Nobel de Economía en 2024.
Se postula que la crisis de la democracia y su sustitución por el autoritarismo en EEUU y otros países es resultado de múltiples factores. Destaca entre estos la cada vez mayor desigualdad en los ingresos y la riqueza seguidos por la menor confianza en los demás y principalmente en los Estados -hasta rechazar las instituciones democráticas-; la pérdida de la ciudadanía democrática; y, por último, en la inseguridad cultural de segmentos importantes de la población en las economías desarrolladas.
La salida
Se propone como salida, para que se rasguen las vestiduras los neoliberales de nuestro país, reducir la desigualdad y sentar las bases de una prosperidad compartida. En las democracias, la gente no está indefensa: existen maneras de generar un crecimiento económico más justo, controlar la corrupción y frenar el poder excesivo de las grandes empresas.
También hace un llamado a los gobiernos para regular y redirigir el cambio tecnológico Con todo esto, afirma Acemoğlu, se demostrará que las instituciones democráticas funcionan, garantizando así que esta crisis del capitalismo democrático no signifique el fin de la democracia.
Antecedentes
Acemoğlu parte señalando que el mundo se encuentra sumido en una crisis generalizada. La brecha entre ricos y pobres se ha ampliado en la mayoría de los países. Aunque las economías industrializadas siguen creciendo, los ingresos reales de quienes trabajan en ellas apenas han aumentado desde 1980, y en algunos lugares, como EEUU, los salarios reales de los trabajadores poco cualificados han caído drásticamente.
El malestar económico tiene un corolario político: la democracia se tambalea. El autoritarismo parece estar en auge. Para muchos gobiernos, el capitalismo estatista de China ofrece un modelo tentador. El siglo XXI, hasta la fecha, ha estado marcado por la represión, la turbulencia y la desintegración de las instituciones democráticas.
Nuevas referencias
Dos libros recientes, buscan analizar estos tiempos pesimistas de forma innovadora. En «La crisis del capitalismo democrático», Martin Wolf, sugiere que la causa fundamental de este malestar reside en la ruptura de la relación entre el capitalismo y la democracia liberal. En «Un mundo de inseguridad», Pranab Bardhan argumenta que los males que azotan al mundo se comprenden mejor no en términos de desigualdad, sino en términos de inseguridad: la ansiedad económica y social latente ante la pérdida de empleo, la disminución de los ingresos, la pobreza y el cambio cultural.
Según Acemoğlu, Wolf y Bardhan tienen razón: el problema es que las instituciones han fallado a la gente, no al revés. Ambos autores recurren al Estado en busca de soluciones. Bardhan argumenta que las sociedades modernas pueden revertir esta tendencia mediante una distribución más equitativa de la riqueza, utilizando diversas herramientas, en particular la renta básica universal: un pago regular a todas las personas de un país, independientemente de sus recursos (con el cual él no está de acuerdo).
Wolf cree que la respuesta reside en fortalecer las redes de seguridad social e invertir en mejores empleos. Ninguno de los dos autores presta suficiente atención a otra solución importante: regular la tecnología para que mejore la productividad de los trabajadores en lugar de eliminar empleos. Hacerlo también ayudaría a abordar las quejas que han alimentado gran insatisfacción, especialmente en los núcleos industriales de Occidente.
Desigualdad e inseguridad
Los dos libros, según Acemoğlu, comienzan con un análisis detallado de cómo la democracia comenzó a desmoronarse, incluyendo los factores que llevaron a una mayor desigualdad, inseguridad y pérdida de autonomía entre las poblaciones de países ricos y pobres. A continuación, explican por qué estas tensiones han conducido a un giro autoritario en lugares tan diversos como Brasil (de Bolsonaro), Hungría, India, Turquía y EEUU.
Pero sus explicaciones difieren. Bardhan se centra más en la desigualdad y sugiere que, a medida que se han ampliado las brechas de ingresos entre ricos y pobres, ha aumentado la inseguridad económica. Wolf ofrece un análisis más sofisticado y exhaustivo, destacando las debilidades estructurales de la democracia que Occidente ha adoptado en las últimas cinco décadas, una forma de gobierno que ha ignorado a los pobres y a la clase trabajadora.
Al respecto, muchas democracias han adoptado con entusiasmo la rápida globalización, la desregulación y otros acuerdos que han favorecido los intereses del capital sobre los del trabajo. Los líderes afirmaron que estos cambios beneficiaban a todos, pero en realidad, quienes se encontraban en la base sufrieron los costos, especialmente porque las democracias no lograron fortalecer sus redes de seguridad para ayudar a quienes se quedaban atrás. Wolf identifica los vínculos entre el colapso de la prosperidad compartida y la crisis de la democracia.
Explicaciones
Acemoğlu nos recuerda que en EEUU desde principios de la década de 1940 hasta la de 1970, los frutos del crecimiento económico se repartieron ampliamente. Los salarios reales crecieron rápidamente, en promedio, más del 2 % anual, tanto para los trabajadores altamente cualificados como para los poco cualificados. Y hasta 1980, la desigualdad general se redujo sustancialmente.
Sin embargo, desde 1980, los salarios reales se han estancado o incluso disminuido para los trabajadores, especialmente de quienes solo tienen un título de secundaria o ningún título. Mientras tanto, la proporción del ingreso total que recibe el uno por ciento más rico de los hogares casi se ha duplicado. En resumen, EEUU abandonó la prosperidad compartida en favor de un modelo en el que solo una minoría de la población se beneficia del crecimiento económico, mientras que el resto se queda atrás.
Bardhan, argumenta que el problema no es tanto la desigualdad como la inseguridad, una angustia más amplia por las preocupaciones materiales y los cambios culturales, aunque como diagnóstico, este énfasis no resulta del todo convincente ya que la pobreza se ha reducido a lo largo del tiempo. Sin embargo, sugiere que la inseguridad cultural también es responsable, ya que grupos relativamente privilegiados, como los hombres blancos se sienten amenazados por el debilitamiento de las antiguas jerarquías sociales.
Ciudadanía democrática
Según Acemoğlu, Wolf reconoce que una de sus causas principales en el deterioro de la democracia es la pérdida de la ciudadanía democrática: la idea de que, para que una democracia funcione, los ciudadanos deben asumir responsabilidades hacia su comunidad e instituciones. Así desde finales del siglo XX, la democracia occidental se desvinculó de los deberes ciudadanos. Se animó a las masas a ejercer el poder democrático, al tiempo que se les eximía de tener que sacrificarse por el bien de los demás.
Wolf también aborda, aunque no le presta la debida atención, otro aspecto de una transformación cultural más amplia: cómo la presunción de la meritocracia ha profundizado la ansiedad de los trabajadores menos favorecidos de Occidente. A muchos estadounidenses que han visto disminuir o estancarse sus ingresos reales se les dice, implícita o explícitamente, que su desgracia es culpa suya. No sorprende, entonces, que muchos de los que se quedaron atrás ahora rechacen las instituciones democráticas emblemáticas del tipo de meritocracia que culpa a las personas con dificultades de su propia situación.
Tejido débil
El autor anota que la confianza pública en la imparcialidad y la capacidad de los gobiernos democráticos se ha erosionado en todo el mundo industrializado, especialmente en EEUU, aunque las causas exactas de este declive aún se comprenden mal. Para algunos, esta se produce por la desaparición de instituciones locales, como clubes de bolos e iglesias, que servían como tejido conectivo para las comunidades.
Otros observadores enfatizan un declive más amplio de la confianza: menor confianza en las intenciones de socios comerciales y vecinos, y menor confianza y comunicación entre gerentes y trabajadores. Muchas personas en las democracias han dejado de verse a sí mismas como parte de una comunidad, considerando a sus compatriotas, en cambio, como extraños o miembros de grupos fundamentalmente opuestos.
Caída de confianza
Acemoğlu percibe que el funcionamiento de las instituciones estatales depende de cierto grado de confianza y cooperación de la sociedad. En EEUU, por ejemplo, un porcentaje históricamente bajo del 20 % de la población afirma confiar en que el gobierno hará lo correcto la mayor parte del tiempo o siempre, ya que las instituciones estatales abandonaron primero a la gente.
Por ejemplo, los políticos estadounidenses promocionaron el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y la integración en la OMC que se consideró beneficiosa no solo para las empresas estadounidenses, sino para todos. Las mismas cifras también aseguraban al público que pronto cosecharía los frutos, inflando así las aspiraciones y paralizando los esfuerzos por construir mejores instituciones para afrontar los efectos disruptivos de las nuevas tecnologías y la globalización. El resultado fue la pérdida de confianza en las instituciones estatales y los expertos a largo plazo.
Populismo
Acemoğlu anota que una marea creciente de nacionalismo ha convertido el descontento, tanto en los países ricos como en los pobres, en apoyo al populismo de derecha, ya que los líderes explotan los sentimientos patrióticos para aumentar su popularidad y su control sobre la población.
En lo económico la globalización parece desempeñar un papel fundamental en el resurgimiento del nacionalismo. Ha generado nuevas desigualdades, al permitir que las empresas evadan impuestos y no contribuir a la creación de empleo a nivel nacional, y ha profundizado las tensiones, ya que desafía las normas sociales mediante la difusión de ideas a través de internet, el cine, la televisión y la música.
Soluciones
En línea con Wolf, los buenos empleos, con salarios altos y que brindan una sensación de seguridad y propósito, son esenciales para la prosperidad compartida y la ciudadanía democrática. El eje central de sus propuestas es: buenos empleos para quienes pueden trabajar y están dispuestos a hacerlo. Esto es coherente con su mensaje general de que la ciudadanía, la participación democrática, mejores instituciones y la prosperidad compartida deben construirse y mantenerse conjuntamente. Son buenas, pero no suficientes.
Acemoğlu agrega que las economías de mercado modernas necesitan una reforma profunda; de lo contrario, las empresas seguirán invirtiendo excesivamente en el tipo de automatización que reemplaza a los trabajadores en lugar de aumentar su productividad. También es probable que las empresas redoblen sus esfuerzos en la recopilación y vigilancia masiva de datos, a pesar de que estas actividades son un anatema en una democracia.
Colofón
Si las empresas continúan automatizando sin invertir en capacitación y tecnologías que puedan ayudar a los trabajadores, la desigualdad seguirá empeorando y quienes se encuentran en la base se sentirán aún más descartables. Para evitar este resultado, los políticos deben determinar qué clases generales de tecnologías pueden ser útiles para los trabajadores y merecen apoyo público.
También deben regular la industria tecnológica, incluyendo sus facultades para recopilar datos, anunciarse digitalmente y crear grandes modelos lingüísticos. El gobierno debe dar voz a los trabajadores en el proceso de regulación de las empresas tecnológicas, finaliza Acemoğlu.

:quality(75)/blogs.gestion.pe/herejias-economicas/wp-content/uploads/sites/128/2019/08/herejias-economicas.jpg)