Coronavirus y granjas industriales. Nuggets y murciélagos: cómo cocinamos las pandemias de hoy
Es el título de un artículo de Soledad Barruti, Directora de Bocado, red de periodismo en defensa de los sistemas alimentarios, incorporado en la Revista de Economía Institucional. Salió publicado en el primer número de 2021. Este volumen está dedicado a los vínculos de la pandemia del coronavirus con las ciencias sociales. La revista es académica, indizada internacionalmente y que evalúa las contribuciones recibidas mediante árbitros anónimos; pertenece a la Universidad Externado de Colombia.
En el documento se plantea que se están atendiendo las consecuencias de la covid-19, pero no las causas que provocaron 200 nuevas enfermedades como la del coronavirus en las tres últimas décadas. Ninguna fue producto de la mala suerte. La relación depredadora con la naturaleza, la crueldad y la insalubridad en las granjas industriales, la pérdida de potencia de los antibióticos y la ambición empresarial hacen del mundo un lugar bizarro y cada vez más peligroso. Se trata de una perspectiva radical, pero sustentada, que merece ser tomada en cuenta por todos.
Crisis recurrentes
La escritora y periodista inicia el artículo con una referencia al Director de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2004 quien señaló que otra pandemia será inevitable. Está llegando; y también se sabe que cuando esto ocurra no se va a contar con suficientes drogas, ni con vacunas, ni trabajadores de la salud, ni capacidad hospitalaria. El discurso tuvo lugar mientras el planeta intentaba recuperarse del susto que surgió con la gripe aviar que brotó en Hong Kong en 2003. El médico advirtió allí algo que era muy difícil de escuchar: que un brote peor podría ocurrir en cualquier momento.
En 2009, por ejemplo, otro virus saltó de un cerdo para convertirse en la Gripe A que se disparó de México a todo el mundo. En 2012 cuando de los camellos de Arabia Saudita brotó el MERS que alcanzó contagios en 27 países. En 2014 el Ébola rompió los límites del murciélago para convertirse en pesadilla de los humanos. Pero nada pudo hacerse para evitar la covid-19. En ninguno de esos espacios de poder se nombró con claridad y contundencia el principal disparador de estas enfermedades. La relación abusiva y depredadora que se estableció con la naturaleza en general y con los otros animales en particular, anota la autora.
Hipótesis central
Vacas, cerdos, gallinas, murciélagos, no importa de qué animal se trate. Si no se les extingue mientras se destruye sus hábitats, se les enjaula, hacina, mutila, trafica, engorda, medica y se les deforma para aumentar su productividad. Se fuerzan sus cuerpos y se anulan sus instintos como si fueran cosas, con prácticas que están lejos de ser marginales. Estas se enseñan en la universidad, se subrayan en congresos empresariales y se ensayan con miles de millones mientras se les manipulan, crían y matan.
Las granjas industriales en América Latina, de donde sale la comida para nuestros supermercados, tiene diferencias imaginarias en cuestiones como ética, empatía y salud pública respecto de lo que se ofrece en Wuhan. Las pestes no son una novedad, pero se están precipitando. En los últimos 30 años surgieron 200 enfermedades infecciosas zoonóticas, y ninguna es producto de la mala suerte.
Granjas industriales estresantes
Señala Barruti que visitar granjas industriales por primera vez tiene algo monstruoso. Ni los ojos, ni los pulmones, ni la mente están preparados para aprehender lo que ahí sucede. Lo que se ve, lo que los cuidadores de animales cuentan; la información llega por etapas. La sistematización de la crueldad, la negación del dolor que es evidente y la única fundamentación a todo eso en las leyes propias del mundo del dinero, se van convirtiendo sin querer en una íntima resistencia buscando que eso no te afecte.
Narra varias experiencias, en primer lugar, la de una exitosa granja de huevos donde la clave está en la concentración automatizada. El gallinero moderno no tiene tierra ni arbustos ni sol sino jaulas de unos 40 centímetros donde las gallinas viven cuatro años amontonadas de a diez. Las jaulas están unas sobre otras y unas junto a otras haciendo del lugar un laberinto tapizado íntegramente de plumas y picos y patas difíciles de interpretar a simple vista.
Gallinas hacinadas
Las gallinas hacinadas no pueden hacer más que escalarse unas a otras, enredarse, y sacar la cabeza por los barrotes hasta llagarse el cuello. Es tan estresante que a las semanas se vuelven caníbales. Para evitar que se coman entre sí, a los pocos días de vida les amputan la punta de los picos, que luego les crecen planos, como si se hubieran tenido un fuerte choque contra una pared. Que no se maten mientras sostienen la producción al máximo.
Hay otra práctica denominada replume forzoso: 15 días sin alimento. Las gallinas agonizan. Se espera que de esa hambruna inducida sobrevivan solo las fuertes. A esas, se les renueva la ración y al otro día, magia: un nuevo huevo, el cacareo infernal; para quien pueda sentirlo también el miedo, la carne rota, el olor a muerte. Sin embargo, las gallinas no sobreviven a una gripe. La influenza es su talón de Aquiles. Tener a las enfermedades bajo control en un gallinero es un asunto difícil. Requiere medicación: antibióticos, antivirales; y requiere mantener al resto de la naturaleza a raya.
Amenaza permanente
Se trata de una amenaza que se multiplica exponencialmente ya que la cantidad de animales que se crían para comer crece desde hace décadas casi al doble de rápido que la población humana. Ahora mismo hay unos 70 mil millones de gallinas, aves, vacas, cerdos separados por el producto que se les extraerá (carne, huevos, leche).
Y esto para la naturaleza -cuya ley más importante según Barruti es el equilibrio que logra en la diversidad-, quiere decir una plaga gigante. Una atracción inevitable para otros animales. Un festín para los gérmenes. Un experimento permanente de mutaciones y contagios cada día más extremo.
Gripe española
La periodista nos recuerda que en 1918 la gripe española infectó a media humanidad y mató entre 50 y 100 millones de personas (los números varían según cómo se estimen los registros de algunos países). Si bien el origen sigue siendo motivo de investigaciones, el más probable apunta a las granjas de pollos que empezaban a reproducirse en Kansas.
O sea, a personas intensificando la producción y rompiendo la sana distancia entre reinos con sus microorganismos particulares, para crear un mundo nuevo bizarro y cada vez más peligroso. Citando al biólogo R. Wallace (autor de Big farms, big flues) recuerda que todos los virus infecciosos que nos aquejan pueden relacionarse de algún modo con las granjas industriales.
Antibióticos peligrosos
Los antibióticos en la cría de pollos preservan la salud y promueven el engorde En un estudio que hizo el investigador R. Lajmanovich en Argentina sobre galpones de pollo encontró restos de todo tipo de drogas, desde antivirales, hasta clonazepam; y sobre todo antibióticos.
En la de cerdos es lo mismo. Diezmar el microbioma intestinal de los animales enlentece su metabolismo, lo que ayuda a ganar más peso en menos tiempo. En los establecimientos lácteos es tanta la exigencia de esas vacas cada vez más rellenas de leche que las infecciones mamarias conocidas como mastitis en algunos lugares parecen irradicables y no habría otra salida que retirar a los animales de producción y ponerlas en tratamiento.
El 80 por ciento de los antibióticos que se producen en el mundo terminan en granjas industriales, azuzando otra pandemia que se debería empezar a registrar antes de que rija nuestras vidas y, otra vez, nos colapse. Asimismo, sumado al mal uso que se hace en salud humana, los antibióticos que marcaron un antes y un después en nuestra esperanza de vida, están perdiendo su efectividad.
Resistencia bacteriana
La resistencia bacteriana provoca hoy 700 mil muertes por año, y de seguir así se espera que el número se eleve a 10 millones para 2050. Los antibióticos, que se dan en microdosis diarias o en tratamientos cada vez más recurrentes, alimentan a las bacterias que alojan esos animales, quedan en su carne que luego se vende al público, en la tierra en la que terminan sus deposiciones, en el agua en donde todo fluye.
Los antibióticos cumplen su propósito comercial –los animales engordan y resisten- pero también hacen que las bacterias muten para no morir. Al igual que los virus, salen de los criaderos fortalecidas en busca de nuevos huéspedes, los colonizan, y los hacen morir de cosas de las que no hubiéramos muerto si las bacterias no hubieran sido alimentadas con la cura que por eso ya no nos sirve. Tuberculosis, infección urinaria, sepsis. El acta de defunción puede completarse con cualquiera de esas cosas, aunque sería más preciso anotar -de acuerdo con la escritora- daño colateral provocado por un sistema demente.
Antropoceno
Es una época geológica propuesta por una parte de la comunidad científica para suceder o reemplazar al Holoceno del período Cuaternario actual de la historia terrestre, debido al significativo impacto global que las actividades humanas han tenido sobre nuestros ecosistemas.
Barruti anota que la humanidad está logrando lo que hicieron los asteroides en la tierra; imprimir nuestra huella en las capas geológicas del planeta. Radiación aumentada, toneladas de plástico y huesos de pollo. Si un explorador del futuro quisiera saber qué éramos encontraría que, sin restricciones religiosas y a un precio más barato que el resto, comimos pollos de a tantos miles de millones que los volvimos un registro fósil más importante que el de las majestuosas ballenas y los leones (probablemente extintos para entonces). Esta es la era de la sexta extinción, del calentamiento global y de las pandemias evitables.
Deforestación continua
Con el sistema alimentario como punta de lanza, se nos arrojó a cambiar el mundo para peor. Nos volvimos la especie en peligro de extinguirlo todo, en un proceso que no conoce cuarentenas. Los desmontes no se detienen. Mientras la mayoría de los ciudadanos nos quedamos en casa, la ambición de algunos empresarios rurales no tiene freno. Las topadoras avanzan arrasando con impunidad nuestros últimos bosques nativos, advirtió hace unos días Hernán Giardini, que coordina la campaña de bosques de Greenpeace, con un seguimiento permanente sobre la deforestación en la Argentina.
En los últimos diez días de marzo de 2020 destruyeron casi 2,200 hectáreas de árboles, arbustos, animales silvestres que tardaron miles de años en crear ese ecosistema. El asunto también es global. Por minuto, por día, los 365 días del año, desaparecen 40 canchas de fútbol de naturaleza. ¿Qué ocupa su lugar? Vacas y monocultivos de granos de soja y maíz para alimentar a otras vacas en corrales, a cerdos, a gallinas, a pollos. Un tercio de la tierra está cultivada por comida para animales de granja industrial. Dos o tres producciones de plantas para cuatro o cinco tipos de animales.
Biodiversidad al límite
La biodiversidad es el único control de plagas que existe. Una barrera de amortiguamiento. Una red que los humanos descosimos dejándonos a la intemperie y entre zumbidos de mosquitos con malaria, dengue, fiebre amarilla, zika. De vinchucas con Chagas. De roedores con hantavirus. De ciervos con Lyme. En el Amazonas, la cantidad de mordiscos de murciélagos aumentó nueve veces en las áreas de deforestación en los últimos años.
Así llegamos a los murciélagos y armadillos. Los animales silvestres, sin lugar donde vivir, con la naturaleza jibarizada, se acercan peligrosamente entre sí; y eventualmente se aproximan a los animales hacinados en granjas industriales. Se convierten en ejemplares que se venden en los mercados húmedos de animales vivos donde los virus se expresan, y mutan; las bacterias, lo mismo. Y en las ciudades del mundo los hoteles, los teatros, las escuelas se vuelven hospitales. Y la vida cotidiana se detiene. Y parece que el mundo es otro; pero no. Ahí están abiertos los supermercados donde hacemos filas eternas para hacernos de cosas –nuggets, huevos, un yogur–, con las que seguimos cocinando las pandemias que luego nos parecerán inevitables finaliza Barruti.