Fratelli Tutti para un nuevo consenso mundial post pandemia
El Papa Francisco nuevamente interpela, cuestiona a la humanidad y propone la construcción de un mundo mejor en circunstancias en que todavía no se supera la pandemia detonada por el covid-19. El afirma que su encíclica es un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras. La escribe para que se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad, más allá que sean cristianas o no.
El punto de partida de la encíclica es la evidencia de que ante la pandemia no se tuvo la capacidad de actuar de manera colectiva y conjunta en el mundo a pesar de estar hiperconectados; existía una fragmentación que volvía más difícil resolver los problemas que nos afectan a todos. Hacia adelante señala que si alguien cree que sólo se trata de hacer funcionar mejor lo que ya hacíamos, o que el único mensaje es que debemos mejorar los sistemas y las reglas ya existentes, está negando la realidad.
El documento se desarrolla en ocho capítulos perfectamente articulados. El primero se refiere al diagnóstico y respuestas iniciales; el segundo y el tercero a las bases para actuar colectivamente, con un hilo conductor en la parábola del buen samaritano. El cuarto capítulo relativo a un corazón abierto al mundo que nos recuerda que el prójimo somos todos. El quinto nos introduce en cómo debe ser la política al servicio de la sociedad. Las tres últimas secciones se refieren a la importancia del diálogo y amistad social, a los caminos de reencuentro y como las religiones deben estar al servicio de la fraternidad del mundo. Aquí algunas ideas clave del primer y quinto capítulo.
Diagnóstico demoledor
En lugar de avanzar como humanidad estamos retrocediendo. Se encienden conflictos anacrónicos que se consideraban superados, resurgen nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos. En varios países una idea de la unidad del pueblo y de la nación, penetrada por diversas ideologías, crea nuevas formas de egoísmo y de pérdida del sentido social. La apertura al mundo basada en los intereses extranjeros unifica al mundo, pero divide a las personas y a las naciones. Hay más bien mercados, donde las personas cumplen roles de consumidores o de espectadores.
Es esencial construir un proyecto común. Se necesita cuidar el mundo que nos rodea y cuidarnos a nosotros mismos; para ello hay que constituirnos en un nosotros. Al mismo tiempo domina una cultura vacía, inmediatista, de descarte y sin un proyecto común. Este descarte se expresa de múltiples maneras, como en la obsesión por reducir los costos laborales, que no advierte las graves consecuencias que ocasiona, porque el desempleo expande las fronteras de la pobreza.
En el mundo de hoy persisten numerosas formas de injusticia, nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre. Mientras una parte de la humanidad vive en opulencia, otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados.
En este mundo que corre sin un rumbo común, se respira una atmósfera donde la distancia entre la obsesión por el propio bienestar y la felicidad compartida de la humanidad se amplía hasta tal punto que da la impresión de que se está produciendo un verdadero cisma entre el individuo y la comunidad humana. Señala Francisco, qué bonito sería que a medida que descubrimos nuevos planetas lejanos, volviéramos a descubrir las necesidades del hermano o de la hermana en órbita alrededor de nosotros.
Historia olvidada
Algunos pretenden hacernos creer que basta la libertad de mercado para que todo esté asegurado. En realidad, comenta Francisco, nos hemos alimentado con sueños de esplendor y grandeza y hemos terminado comiendo distracción, encierro y soledad; nos hemos empachado de conexiones y hemos perdido el sabor de la fraternidad. También nos hemos olvidado rápidamente de las lecciones de la historia. La peor reacción luego de la pandemia sería caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta.
Ojalá que al final ya no estén los otros, sino sólo un nosotros. Ojalá no se trate de otro episodio severo de la historia, que no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de respiradores, en parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año tras año. Ojalá que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, más allá de las fronteras que hemos creado.
Tanto desde algunos regímenes políticos populistas (nacionalistas radicales) como desde planteamientos económicos liberales, se sostiene que hay que evitar a toda costa la llegada de personas migrantes. Al mismo tiempo se argumenta que conviene limitar la ayuda a los países pobres, de modo que toquen fondo y decidan tomar medidas de austeridad. No se advierte que, detrás de estas afirmaciones abstractas difíciles de sostener, hay muchas vidas que se desgarran.
El individualismo no nos hace más libres, más iguales, más hermanos. La mera suma de los intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad. Ni siquiera puede preservarnos de tantos males que cada vez se vuelven más globales. El individualismo radical es el virus más difícil de vencer; engaña. Nos hace creer que todo consiste en dar rienda suelta a las propias ambiciones, como si acumulando ambiciones y seguridades individuales pudiéramos construir el bien común.
Tecnologías digitales insuficientes
Las tecnologías digitales reducen las distancias; sin embargo, todo se convierte en una especie de espectáculo que puede ser espiado, vigilado, y la vida se expone a un control constante. En la comunicación digital se quiere mostrar todo y cada individuo se convierte en objeto de miradas que hurgan, desnudan y divulgan, frecuentemente de manera anónima. El respeto al otro se hace pedazos y, de esa manera, al mismo tiempo que lo desplazo, lo ignoro y lo mantengo lejos, sin pudor alguno puedo invadir su vida hasta el extremo.
Francisco nos recuerda que hacen falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje corporal, y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación humana. Las relaciones digitales, que eximen del laborioso cultivo de una amistad, de una reciprocidad estable, e incluso de un consenso que madura con el tiempo, tienen apariencia de sociabilidad. La conexión digital no basta para tender puentes, no alcanza para unir a la humanidad. La verdadera sabiduría supone el encuentro con la realidad.
El sentarse a escuchar a otro, característico de un encuentro humano, es un paradigma de actitud receptiva, de quien supera el narcisismo y recibe al otro, le presta atención, lo acoge en el propio círculo. Pero el mundo de hoy es en su mayoría un mundo sordo. A veces la velocidad del mundo moderno, lo frenético nos impide escuchar bien lo que dice otra persona. Y cuando está a la mitad de su diálogo, ya lo interrumpimos y le queremos contestar cuando todavía no terminó de decir.
Solidaridad y bien común
Francisco señala que solidaridad es una palabra que no cae bien siempre. Es pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. También es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del imperio del dinero.
El principio del uso común de los bienes creados para todos es el primer principio de todo el ordenamiento ético-social, es un derecho natural, originario y prioritario. El derecho a la propiedad privada sólo puede ser considerado como un derecho natural secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes creados. El derecho de algunos a la libertad de empresa o de mercado no puede estar por encima de los derechos de los pueblos, ni de la dignidad de los pobres, ni tampoco del respeto al medio ambiente. Sin embargo, en todo caso las capacidades de los empresarios tendrían que orientarse claramente al desarrollo de las demás personas y a la superación de la miseria, especialmente a través de la creación de fuentes de trabajo diversificadas.
Política para Todos
El político es un hacedor, un constructor con grandes objetivos, con mirada amplia, realista y pragmática, aún más allá de su propio país. Las mayores angustias de un político no deberían ser las causadas por una caída en las encuestas, o el inmediatismo, sino por no resolver efectivamente el fenómeno de la exclusión social y económica. Para hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a partir de pueblos y naciones que vivan la amistad social, hace falta la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común.
El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente. El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico derrame o goteo como único camino para resolver los problemas sociales. No se advierte que el supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social. Por una parte, es imperiosa una política económica activa orientada a promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial, para que sea posible acrecentar los puestos de trabajo en lugar de reducirlos.
Dice Francisco que hace falta pensar en la participación social, política y económica de tal manera que incluya a los movimientos populares y anime las estructuras de gobierno locales, nacionales e internacionales con ese torrente de energía moral que surge de la incorporación de los excluidos en la construcción del destino común. Asimismo, plantea una sana política, capaz de reformar las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas, que permitan superar presiones e inercias viciosas. Lo que se necesita es que haya diversos cauces de expresión y de participación social.
La sociedad mundial tiene serias fallas estructurales que no se resuelven con parches o soluciones rápidas meramente ocasionales. Hay cosas que deben ser cambiadas con replanteos de fondo y transformaciones importantes. Sólo una sana política podría liderarlo, convocando a los más diversos sectores y a los saberes más variados. De esa manera, una economía integrada en un proyecto político, social, cultural y popular que busque el bien común puede abrir camino a oportunidades diferentes, que no implican detener la creatividad humana y su sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces nuevos. Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social y política. La caridad política se expresa también en la apertura a todos.
Algo Más
Llama la atención que en el medio local todavía no se haya dado la importancia debida al documento. Al escribir esta nota el decano de la prensa nacional no la había mencionado siquiera como noticia cuando fue portada en muchos periódicos a nivel internacional. Fue parte de la primera plana, aunque reducida, del segundo diario del país. Las críticas ácidas, como era de esperar, ya se iniciaron. El primer comentarista del decano acaba de señalar que el mensaje del Papa no es nuevo, ni nos debe sorprender; se trata según él de una encíclica dogmática y sumamente ideológica. ¡Qué pena!