¿Ideología, consenso y modelo económico después del COVID-19?
Muchos coinciden en que esta pandemia debería promover ajustes significativos en el modelo de crecimiento económico, tanto por razones de la economía internacional como internas. Es obvio que el COVID-19 está cambiando nuestras formas de convivencia, de aquí a unos años; pero la profundidad, magnitud y duración de sus impactos en el mediano y largo plazo son una interrogante abierta. La hegemonía ideológica en la mayor parte del mundo está en el lado conservador y en el Perú en denominado Consenso de Lima que es más ortodoxo que el de Washington. Se requiere un nuevo consenso económico, social y ambiental para promover ajustes en nuestro modelo económico; pero esto no es sólo resultado de expresión de voluntades sino de sucesos y circunstancias históricas que producen modificaciones en los modos de pensar de segmentos significativos de la sociedad. ¿Cuáles deberían ser el nuevo consenso y los ajustes al modelo? ¿Podrá el COVID-19 promover esos cambios a la luz de nuestra historia reciente? Aquí algunas anotaciones preliminares.
Ideología dominante
Piketty (2019) define a la ideología como un conjunto de ideas y de discursos a priori plausibles y que tienen la finalidad de describir el modo en que debería estructurarse una sociedad, tanto en su dimensión social como económica y política. La ideología es una narrativa que une y articula los diferentes componentes de un modelo de organización social. Les da sentido incorporando un régimen de propiedad y político particulares. Obviamente son muy pocas las ideologías que concitan el apoyo total de una comunidad, ya que siempre hay visiones divergentes. Por otra parte, la vinculación de estas con las fuerzas económicas y las relaciones de producción ha sido motivo de discusión permanente desde Marx. Lo económico parece ser un determinante principal pero también los elementos de la superestructura gozan de muchos grados de libertad resultado de las instituciones, evolución histórica y voluntades. La ideología dominante construye con base a condiciones objetivas y subjetivas el consenso que sirve de base al modelo económico.
Algunas transiciones ideológicas
Los elementos que están detrás de un cambio de modelo e ideología dominante han sido diversos. La edad de oro del capitalismo, entre los años 50 y 70 del siglo XX, acompañada de su modelo de sociedades de bienestar basadas en el balance entre capital y trabajo cedió su lugar al neoliberalismo en los años 80. La transición fue compleja con múltiples factores explicativos, en primer lugar, la ruptura del sistema de paridades cambiarias fijas establecido en Bretton Woods en 1971 generó inestabilidad en la economía internacional; luego vinieron los shocks petrolero de 1973 y 1978-1979 que generaron estancamiento e inflación. Con estos fenómenos se abrió el espacio perfecto para que la teoría monetarista de Friedman, los ofertistas con Laffer y libertarios con Hayek ganaran espacios. También contribuyeron al cambio los grupos de poder económico vinculados especialmente al capital financiero y los más globalizados; los organismos financieros internacionales apoyaron en la misma dirección. La crisis y los desarrollos teóricos dieron contenido a M. Tatcher y R. Reagan, mismos que llegaron al poder apoyados por amplios sectores sociales. La revolución conservadora alcanzó el poder vendiendo como modelo una sociedad consumista donde todos tendrían la posibilidad de beneficiarse. Pero no todo quedó ahí; el rompimiento de la URSS, la caída de los socialismos reales y la conversión China reforzaron el modelo. Las respuestas socialdemócratas tradicionales fueron capturadas por los grupos de poder y se alejaron de la población.
La consolidación del modelo neoliberal peruano y su sustento ideológico en el Consenso de Lima (Levitsky, 2013) fue resultado de la sumatoria de un conjunto de sucesos históricos que van desde la crisis económica y el recambio de la segunda fase del gobierno militar. A esta contribuyó significativamente el terrorismo y la crisis económica detonada durante los últimos años del primer gobierno de Alan García. Los mayores niveles de pobreza, marginalidad y desborde la informalidad fueron el espacio perfecto para la doctrina del emprendedurismo, el todo vale y el sálvese quien pueda. Quizás, la epidemia del cólera con su desafortunado hito en 1991 con 2,909 fallecidos y 322,562 ciudadanos enfermos sirvieron a la construcción de este consenso conservador. Lo anterior, sin olvidar el papel de la revolución conservadora a nivel internacional y el rol de los grupos empresariales y mediáticos locales aliados con la tecnocracia.
Cueto (2020) nos recuerda que con la historia de las epidemias se esconden serias crisis políticas. Nos refiere que en la Edad Media cuando la peste mató a la mitad de la población europea, se socavó el poder de los reyes, de los señores feudales y de la iglesia que crearían las bases del Renacimiento. Con este comentario hay esperanzas entre los que creen que esta pandemia puede contribuir a cambios más significativos. Sin embargo, no hay que olvidar que otras grandes epidemias como la viruela, la fiebre amarilla, la gripe española, el ébola y el cólera, entre otras, extremadamente severas y dañinas no generaron cambio alguno o estos fueron poco importantes.
Hacia un nuevo consenso
La idea de lograr un nuevo consenso surgió desde los movimientos, partidos progresistas y gremios de sindicatos quienes plantean la necesidad de una nueva Constitución Política como el cambio del modelo económico. Existe en ellos la convicción de que a partir de la Constitución de 1993 se instaló un nuevo orden que colocó a los ciudadanos en segundo lugar. Ahora hasta el presidente de la República ha deslizado la idea de que luego de la urgencia actual deberían discutirse y alcanzar algunos nuevos acuerdos. La iniciativa es interesante, hay que retomarla. La lista de temas para este nuevo consenso y el ajuste subsiguiente del modelo económico es amplia y parte de la necesidad de contar con más y mejor Estado para ser frente a la emergencia sanitaria y económica y los retos del futuro. De partida, nuestra constitución política debe reforzar la obligación de que el Estado garantice los derechos básicos de toda la población relativos a alimentación, educación en todos sus niveles, salud, vivienda y servicios públicos. El objetivo principal debe ser procurar el desarrollo humano integral.
Hay que revisar el capítulo económico de la Constitución Política procurando una economía menos concentrada. Otorgar mayores facultades al Estado en situaciones de emergencia declaradas por el poder ejecutivo y el Congreso para evitar distorsiones como las anotadas por Campodónico (2020) donde los negocios primaron por encima de la sociedad en la actual emergencia sanitaria. La elevada desigualdad debe ser una preocupación nacional así como las herramientas incluida las fiscales, para corregirla. A la par que se incorpore la importancia de la diversificación productiva se debe destacar la transición ecológica. El buen gobierno corporativo y la responsabilidad social empresarial deben ser los criterios básicos de funcionamiento de empresas privadas, públicas y asociativas.
Todo lo anterior implica darle un rol al planeamiento estratégico nacional y regionales; priorizar la ciencia-tecnología e innovación; y procurar que el BCRP se preocupe no sólo por la inflación si no hacer frente a fluctuaciones negativas significativas en la ocupación y el empleo. Se debe relievar la importancia de la descentralización fiscal, mejorar la relación con las actividades extractivas, e instaurar constitucionalmente la política fiscal anticíclica. Lo más importante sería establecer también un nuevo balance entre el Estado y mercado dando el lugar que corresponde a los trabajadores; asimismo recuperar el rol de la Remuneración Mínima Vital y las bases del sistema de protección social universal. Hay muchas fuentes de inspiración sobre la mesa.
Actores de la transformación
La desglobalización y la ralentización económica son dos elementos objetivos que contribuyen a poner en discusión el modelo de crecimiento económico a nivel internacional. Los retos del futuro y el COVID-19 abonan en la misma dirección. Asimismo, con esta pandemia los liderazgos internacionales han perdido espacio frente un inadecuado desempeño en la emergencia sanitaria; queda por ver que ocurrirá en el campo de la reactivación económica. Desde tiempo atrás el panorama político era confuso por el mayor espacio de las corrientes nacionalistas y localistas, donde Trump y el Brexit ponía en discusión el modelo globalizador tradicional. Hay paradojas, ya que una derrota de Trump frente a Viden en noviembre de 2020 reforzaría el modelo globalizador tradicional en el campo económico pero fomentaría más cooperación internacional, mayores esfuerzos frente a la problemática ambiental, restablecería las reformas en la salubridad, impulsaría una nueva política tributaria y en todos los otros temas característicos en la agenda del partido demócrata.
Desafortunadamente en el Perú los grupos de poder económico, mediático y la tecnocracia a sus servicio no son conscientes de los retos del presente y el futuro. Insisten en la inserción internacional como productores de materia primas, procuran mantener el rol del Estado mínimo y que todo se resuelva por el sector privado y los mercados. Antes que finalice la paralización obligatoria de labores ya están insistiendo en reactivar la producción de los sectores extractivos; olvidando por ejemplo que mayor oferta de cobre en las actuales circunstancias va a deteriorar sus precios internacionales. La mayor articulación de la economía peruana a la china no sería una gran ventaja para el futuro por la mayor desvinculación de esta con la economía de EE.UU., que constituye el mayor mercado mundial.
Es probable que el sector empresarial de micro y pequeñas empresas sea más lúcido en las actuales circunstancias, más aún cuando parecería estar relegado de Reactiva Perú y de los fondos de apoyo. Sin embargo, a pesar de su gran importancia en la economía nacional tienen reducida influencia. Por otra parte, al igual que los sectores populares, incluido los trabajadores, luego de la emergencia sanitaria estarían más enfrascado en la sobrevivencia. En estas circunstancias tanto las ONGs y otras organizaciones de la sociedad civil, los partidos políticos progresistas y a los sectores académicos les correspondería insistir en la construcción de un nuevo consenso económico, social y ambiental. Afirma Dargent (2020) que las agendas son titánicas pero los políticos débiles. La tarea es urgente pero difícil.