27 noches
La película parte de un caso real y lo vuelve conflicto sobre autonomía y tutela. Martha Hoffman (Marilú Marini), millonaria excéntrica de 83 años, es internada por sus hijas en una clínica psiquiátrica por conductas consideradas “libertinas”. El perito judicial Leandro Casares (Daniel Hendler) debe determinar si padece demencia o si su familia busca controlarla y quedarse con su fortuna. Durante veintisiete noches de pericias, entrevistas y maniobras legales, Casares se acerca a Martha y descubre intereses cruzados entre médicos, abogados y parientes. La investigación plantea un dilema: proteger o restringir la autonomía de una mujer que desafía normas sobre la vejez y el deseo. Esta sinopsis plantea una idea atractiva, sobre todo, si el morbo se exacerba cuando entendemos que la trama se basa en una historia real, pero la mirada de su director, el propio Hendler, va más allá.
Hoffman es una mecenas que administra patrimonio, vínculos y rutinas con una libertad que tensiona a su entorno, especialmente a sus herederas. La octogenaria es un espíritu libre que empieza a sentir las limitaciones de la edad, aunque su casa, con obras y recuerdos europeos, ordena su modo de convivir y elegir. Por su parte, Casares aplica protocolos y mide la capacidad de la mujer para manejarse sola dentro de sus cabales. Ese cruce —patrocinadora y funcionario— organiza el eje de 27 noches: voluntad individual frente a instituciones que regulan.
Hendler concibe la unión de sus personajes centrales como una secuencia de visitas que pasan del expediente al diálogo. Cada entrevista ajusta los bordes entre cuidado y control, herencia y proyecto. Una de las características destacables de su película es el tono de comedia negra que introduce distancia sin apagar la empatía y permite observar cómo el mediocre paternalismo estatal se cuela en prácticas corrientes. Las líneas paralelas —fiestas en un centro cultural en construcción, rumores judiciales, recuerdos de internación— amplían el mapa y muestran fricciones entre lo jurídico, lo médico y lo afectivo.
Por otro lado, el núcleo ético que plantea Hendler está formulado de manera consistente y juega con la idea de que la edad no anula la capacidad de decidir. Martha define qué financiar, a quién alojar y cómo resguardar su intimidad. La película no la idealiza ni la condena; registra contradicciones y efectos de sus actos. La presencia de Marini sostiene esa lectura con gestos precisos y variaciones de voz que vuelven legible la duda. Desde ahí, el filme cuestiona la equivalencia automática entre protección familiar y cuidado efectivo y muestra cómo diagnósticos y firmas pueden achicar márgenes de elección.
Casares, por su parte, funciona como contrapunto en movimiento. Parte del protocolo y, en contacto con Martha, incorpora juicio y criterio. A la vez, la relación invierte jerarquías: el experto escucha, la “paciente” orienta. Con ese giro, la película introduce una pregunta profesional: evaluar no es sólo aplicar reglas, también interpretar deseos y contextos, incluso cuando desacomodan las circunstancias.
Los personajes secundarios afinan y perfilan las tensiones. Carla Peterson y Paula Grinszpan encarnan a las hijas de Martha, atravesadas por el temor y el cálculo; Julieta Zylberberg abre una vía de vínculo emocional para Casares, taciturno y, a ratos, rutinario; Humberto Tortonese expande el registro de lo que significa “cultura alternativa” y representa una nueva forma de entender el mundo. En ese sentido, Hendler trabaja con cambios de ritmo y transiciones temporales que suman capas en beneficio de darle múltiples dimensiones a la anciana y al funcionario.
27 noches propone una vejez sin condescendencia. Hubiera sido más fácil y tentador para una audiencia Netflix, que su tercer acto se acerque a la moraleja o a la redención prefabricada. No obstante, Hendler afina el rumbo de sus intenciones sentimentales y no cae en el juego. Tampoco estamos ante un torrente de emociones que fluyen a la par de pensamientos sofisticados. La película nos invita a revisar prácticas familiares y marcos legales con un principio operativo: acompañar las elecciones de sus protagonistas, incluso cuando pueden ser incómodas.
El final nos remite a una mujer que elige, que se equivoca, que goza, que financia, que conversa, que discute. Y en ese gesto radica la mejor noticia: el cine, a veces, recuerda que el espacio vital puede volverse escenario para la libertad.

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