Ramón y Ramón
Ramón y Ramón, la segunda película dirigida por Salvador del Solar, narra la historia de Ramón (Emanuel Soriano), un joven homosexual con una prometedora carrera profesional, que debe enfrentar tanto el confinamiento impuesto por la pandemia como la sorpresiva noticia de la muerte de su padre, con quien compartía el mismo nombre y una relación distante. Su concepción del amor, el duelo y el perdón se transforma cuando decide regresar las cenizas del fallecido al pueblo donde ambos convivieron durante su infancia.
Basada en una idea de Miguel Valladares (director general de Tondero) y coproducida por su empresa y El Deseo (la productora de Pedro Almodóvar), Ramón y Ramón es también una exploración de la identidad cultural del protagonista. El trayecto desde la capital hacia el lugar natal de su progenitor se convierte en una travesía de redescubrimiento: un viaje en el que confrontar las raíces paternas implica ajustar cuentas con un mundo ajeno, áspero y lleno de silencios heredados. No obstante, este retorno a los orígenes geográficos y emocionales aligera la carga familiar que Ramón arrastra desde aquel quiebre temprano, provocado por la revelación involuntaria de su orientación sexual, de la cual su padre fue testigo.
El confinamiento sanitario funciona aquí como una metáfora del encierro interior que experimenta Ramón: un aislamiento no solo físico, sino profundamente emocional. A pesar de vivir abiertamente su homosexualidad, el personaje no encuentra un interlocutor genuino para sus anhelos y afectos. La soledad que lo atraviesa es más que una circunstancia externa; es un eco interno que pide ser escuchado. En el primer tercio del filme, aparece una pareja ocasional (interpretada por Darío Yazbek Bernal), cuya presencia se percibe más como un escape carnal que como un refugio auténtico para sus necesidades afectivas.
La irrupción de Mateo (Álvaro Cervantes), un joven español que viaja a Perú para atender los negocios familiares, introduce una nueva dimensión emocional. Sin embargo, la posibilidad de un vínculo amoroso se ve rápidamente desvanecida por la orientación heterosexual del visitante. Aun así, este desencuentro amoroso da paso a una conexión más profunda, marcada por una empatía sincera y un compañerismo improbable pero necesario. Mateo se convierte en ese hombro simbólico que ofrece consuelo justo cuando Ramón navega entre la confusión y la ansiedad.
Del Solar opta por una narrativa contenida y elegante al retratar la relación entre ambos sin explicitar el deseo, desplazando el foco hacia el viaje espiritual y territorial del protagonista. El encuentro con la cultura andina y las raíces familiares marca un antes y un después: Ramón, en su intento por identificarse con aquel que ya no está, confronta su propia historia atravesada por el conflicto y el afecto no dicho. El director utiliza con pericia los silencios, las pausas en los diálogos y una banda sonora compuesta por instrumentos autóctonos para evocar la nostalgia y el dolor del personaje. Así, el filme se convierte en una lección sutil de tolerancia y empatía, sin didactismos de manual.
El nombre que une a padre e hijo actúa como una marca indeleble, un tatuaje identitario que, tras la noticia de la muerte, se vuelve ineludible y punzante. Con el tiempo, esa misma huella se resignifica, no necesariamente como perdón explícito, pero sí como un legado que merece ser honrado.
Mención especial merece Soriano, cuya interpretación se distingue por la mesura emocional y una intensidad contenida que refleja con precisión la complejidad del personaje. Su actuación, lejos de caer en estereotipos, se manifiesta con naturalidad y coherencia, confirmando el sólido camino actoral que ha venido construyendo. Sus gestos y la expresividad física que imprime en cada escena lo convierten en una fuerza emocional genuina que sostiene buena parte del relato.
La puesta en escena de Del Solar es discreta, pero profundamente efectiva; confía en la fuerza de los pequeños gestos, en los silencios que cargan sentido, y en el respeto por los procesos emocionales de sus personajes. No busca dramatizar innecesariamente, sino acompañar con honestidad el viaje interior del protagonista. Potencia su idea a través de objetos que funcionan como fetiches dolorosos e ineludibles: el bividí de Ramón padre que es olido por Ramón hijo, la máscara de Ramón padre de los tiempos en que era danzante y que Ramón hijo mira como un espejo que lo ausculta, el uniforme de Ramón padre que cuelga de una pared y que funciona como atuendo transmisor de sensaciones para Ramón hijo.
Ramón y Ramón no busca dar lecciones ni ofrecer respuestas definitivas. Es una película que observa y acompaña. Una delicada y emotiva obra que entiende que, a veces, volver al origen no resuelve los conflictos, pero permite mirarlos desde otro lugar.

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