29 Festival de Cine de Lima - Las recomendadas fuera de competencia
El Festival de Cine de Lima se consolida como un espacio para descubrir miradas diversas, con propuestas narrativas que van de lo clásico a lo vanguardista. En esta edición, su programación destaca por incluir películas que, por su riesgo creativo, rara vez llegan a salas comerciales. Al reunir obras que exploran realidades sociales, políticas y culturales, el festival amplía la visión del público y fomenta el diálogo entre distintas sensibilidades. El trabajo curatorial abre un espacio necesario a nuevas voces y perspectivas. Si bien es imposible ver todas las películas que se están exhibiendo, a continuación les dejo cuatro obras recomendables:
Gatillero (Cris Tapia Marchiori, Argentina)
En el vasto territorio del cine de acción, Gatillero se mueve como su protagonista: sin descanso, con la urgencia de quien sabe que cada segundo cuenta. Dirigida por Cris Tapia Marchiori, esta producción ambientada en la Isla Maciel convierte una noche en un campo de supervivencia donde Pablo “El Galgo” Correa (Sergio Podeley), ex sicario recién liberado, enfrenta una cadena de traiciones que lo arrastran a una persecución implacable. El encargo inicial -intimidar a un comerciante con disparos- se transforma en una cacería cruzada que involucra policías corruptos, capos locales y vecinos que ven en la violencia una oportunidad de resistencia.
El film apuesta por un único plano secuencia en tiempo real, recurso que, más que un alarde técnico, impone una disciplina narrativa tenaz: no hay elipsis, todo sucede ante nuestros ojos. Si bien la puesta en escena está influenciada por referentes estadounidenses ochenteros, la idea de Tapia se instala en un contexto original que se distingue por el paisaje urbano de calles estrechas y fachadas desconchadas, siempre como parte activa del relato.
Más allá de su virtuosismo formal, Gatillero rehúye el discurso solemne. La marginalidad no es pretexto para la denuncia, sino un terreno narrativo que explora códigos clásicos del policial negro: lealtades volátiles, corrupción por doquier y personajes fracturados que avanzan entre la supervivencia y el ajuste de cuentas. En su pulso ininterrumpido, la película dialoga con el western urbano y, por qué no, los shooters, donde la regla es simple: sobrevivir.
Cuando el plano final se apaga, queda la certeza de que Gatillero no solo ha contado una historia: ha demostrado que el cine desde la marginalidad y los márgenes, puede correr —y hacer correr al espectador— con una energía difícil de igualar.
Sorda (Eva Libertad, España)
El silencio no siempre es ausencia; a veces es un territorio donde se revelan tensiones invisibles. Sorda, ópera prima de Eva Libertad, no se limita a retratar la maternidad desde la sordera, y en cambio se adentra en un terreno menos confortable: la complejidad moral de su protagonista, Ángela, interpretada por Miriam Garlo, no es una heroína ejemplar, más bien una mujer que oscila entre el deseo legítimo de ser comprendida y una obstinación que roza lo desesperado, especialmente cuando la primera palabra de su hija no es en lengua de signos.
La película nace de un cortometraje previo, pero en su versión extendida despliega un trabajo de puesta en escena y montaje inusualmente cuidado para un drama íntimo. La cámara sigue a Ángela sin invadirla, registrando gestos, miradas y silencios con precisión naturalista. Libertad evita la tentación de convertir la sordera en un mero recurso técnico para el espectador oyente. A diferencia de Sound of Metal, que reproduce con intensidad la experiencia auditiva de la pérdida, Sorda la integra como parte de una realidad cotidiana, donde el conflicto principal no es el déficit sensorial en sí, sino cómo éste condiciona las relaciones, en especial la de pareja y la incipiente maternidad.
El guion plantea un arco progresivo: desde la aparente seguridad inicial de Ángela hasta la erosión de su confianza con la llegada de su hija. El relato avanza sin dramatismos de cartón y cuando estalla el conflicto, lo hace con una crudeza emocional que rompe la narrativa en dos. La segunda mitad se sumerge más en la subjetividad de Ángela, trabajando con silencios densos y ausencias sonoras que sugieren más de lo que podría parecer. Cabe anotar que la actriz, al igual que su personaje, también tiene discapacidad auditiva.
Sorda se distingue por su osadía: presenta a una protagonista incómoda, discordante y, en ciertas circunstancias, egoísta. En su mundo, el silencio no es vacío; actúa como un espejo que refleja tanto las carencias como las posibilidades de conexión real.
Los años salvajes (Andrés Nazarala, Chile)
En Los años salvajes, Andrés Nazarala —cineasta, periodista y escritor— combina su experiencia narrativa con una sensibilidad cinematográfica que le permite dar vida a un protagonista tan complejo como entrañable. Su pasado como escritor se percibe en la manera en que construye a Ricky Palace: un personaje con capas, contradictorio, que no se reduce a un estereotipo de músico decadente y más bien encarna una biografía emocional.
La historia se desarrolla en Valparaíso, ciudad natal de Nazarala y escenario que evoca con nostalgia -el autor reside en Buenos Aires-. Aquí, el puerto sureño escapa al tópico de la postal turística y se transforma en un territorio ordinario, con bares que agonizan, calles que guardan ecos de la “Nueva ola chilena” y una bohemia herida por tiempos poco favorables. Ricky Palace, interpretado por Daniel Antivilo, es un rockero de 65 años que sobrevive cantando para pocos en el bar Cochran. La clausura del local, un obituario publicado por error y el regreso de Tommy Wolf —viejo rival que le robó una canción— marcan un punto de quiebre en su vida.
El relato avanza como una novela episódica, donde cada encuentro revela fragmentos de su pasado: un amor interrumpido, traiciones creativas y un resentimiento que convive con la nostalgia. Nazarala evita la compasión de manual. Su cámara, apoyada por la banda sonora de Sebastián Orellana -vayan a Spotify y escúchenlo-, retrata tanto la aspereza como la dignidad de Ricky.
Los años salvajes dialoga con cierto cine donde destacan retratos de músicos olvidados, pero encuentra su singularidad en la mirada del director-escritor: alguien capaz de construir un personaje cuyo ocaso no es solo cronológico, sino también simbólico. En ese declive, sin embargo, late la posibilidad de redención gracias a un nuevo público que lo rescata del silencio. Gran homenaje de Nazarala a los músicos perdidos en el tiempo, sin importar la nacionalidad del escenario artístico y con opción aplicable para el mundo del cine y la literatura.
Paradójicamente, en esta película, la música es refugio y condena; Valparaíso, un escenario vivo; y Ricky Palace, la memoria terca de un tiempo que se resiste a morir.
La infiltrada (Arantxa Echevarría, España)
Arantxa Echevarría, transforma un relato real de infiltración en ETA en un thriller que evita la espectacularidad hollywoodense para abrazar la tensión sostenida y la introspección. Carolina Yuste, en una interpretación contenida y física, encarna a Aranzazu Berradre Marín, agente de la Policía Nacional que pasa ocho años en la clandestinidad. El filme articula su progresión dramática a través de un ritmo medido: cada secuencia se construye como un obstáculo que la protagonista debe superar sin perder la compostura, desde controles policiales hasta enfrentamientos con el etarra más violento, Sergio, cuya presencia irrumpe cual demonio terrenal.
Echevarría maneja el suspense con precisión milimétrica. La tensión no es solo externa —el riesgo permanente de ser descubierta—, también es interna: la erosión psicológica de quien debe simular adhesión a una ideología que desprecia. El montaje acompaña esta dualidad, acelerando en momentos clave y dilatando a través de silencios que revelan fisuras emocionales. El resultado es un pulso narrativo equilibrado entre lo contenido y lo trepidante, sosteniendo el interés hasta el final del metraje.
La ambientación en el País Vasco de los años noventa destaca por tonos fríos y apagados, ello refuerza el carácter asfixiante de la trama. Esta estética, unida a la ausencia de discursos explícitos, permite que el suspense no se limite a un recurso del género, funciona como herramienta para explorar estructuras de poder, violencia simbólica y machismo institucional. Sin embargo, el guion sacrifica parte de la complejidad psicológica de la protagonista y evita profundizar en las motivaciones políticas de los personajes, apostando por la eficacia del thriller clásico. No hay mirada política por parte de la directora. No es necesario para su película. Ella va por otra vía y eso, en ese sentido, es apreciable.
En La infiltrada, el suspense no es un adorno: es el tejido mismo del relato. Yuste, núcleo emocional de la película, nos recuerda que, en ciertos contextos, la sobrevivencia se juega en cada plano, sin necesidad de caer en las redes del panfletismo.

:quality(75)/blogs.gestion.pe/el-cine-es-un-espejo/wp-content/uploads/sites/133/2019/08/el-cine-es-un-espejo.jpg)
