Moon
Sarah (Florentina Holzinger) es una experimentada luchadora de artes marciales mixtas (MMA) que afronta los últimos destellos de su carrera en la jaula de acero. A diferencia de su hermana, quien disfruta de una vida acomodada y estable, Sarah carece de una familia nuclear y sobrevive con las justas gracias a su modesto trabajo como entrenadora, que apenas le permite llegar a fin de mes.
De manera inesperada, recibe una tentadora oferta: impartir clases a tres adolescentes que residen en un palacio en Jordania. Sin embargo, el choque cultural será solo el primer desafío para la mujer. Pronto, una serie de extraños sucesos en torno a sus tres alumnas desvelará la existencia de un entorno asfixiante y profundamente discriminador, lo que obliga a Sarah a confrontar no solo sus propios prejuicios y miedos, sino también las tensiones invisibles que gobiernan aquel lugar.
Bajo una premisa que podría acercarse con facilidad a los códigos del thriller, la directora de origen iraquí y residente en Viena, Kurdwin Ayub, construye por medio de Moon una narración que explora la solidaridad femenina en un contexto dominado por costumbres ancestrales y normas impuestas por los hombres. La historia sigue a un grupo de mujeres jóvenes que, bajo estas rígidas disposiciones, se ven forzadas a enfrentar restricciones que condicionan su libertad y su capacidad de decisión.
Ayub, también responsable del guion, refuerza su relato mediante una narrativa de estilo naturalista y un registro cercano a lo documental, en el que los dispositivos móviles desempeñan un papel significativo: tanto para evidenciar que las redes sociales pueden funcionar como mecanismo de denuncia, como para narrar a través de encuadres verticales que ensalzan el testimonio en primera persona.
Por otro lado, el componente visual —una amplia paleta de colores y el sutil manejo de las sombras— se articula a partir de contrastes tan marcados que, por momentos, la historia parece desarrollarse no en un único país árabe, sino en diversos mundos paralelos. Con ello, la directora retrata una sociedad hipócrita que reserva para las mujeres el escenario más restrictivo, incluso cuando estas habitan una “celda de oro”.
Desde el opulento y sombrío palacio donde viven las jóvenes hasta el hotel de lujo en el que se hospeda Sarah, pasando por discotecas clandestinas que poco tienen que envidiar a las de Berlín, Madrid o Londres, Ayub enlaza las locaciones al compás con que la protagonista experimenta transformaciones emocionales. De la fascinación y la curiosidad que despierta un nuevo país, pasa al miedo, el hastío y la desesperación. Finalmente, Sarah, una luchadora marcada por las derrotas, asume una última batalla sin público, pero con la firme convicción de hacer algo verdaderamente valioso: ayudar a las tres hermanas en su intento de emancipación familiar y, con ello, establecer una pequeña forma de justicia.
Ayub construye con precisión las personalidades de las tres adolescentes. Nour (Andria Tayeh) representa la rebeldía: se niega a someterse y está dispuesta a renunciar a sus privilegios con tal de experimentar la libertad que se le ha negado. Schaima (Nagham Abu Baker) permite que los preceptos religiosos y sociales determinen su camino, aunque vacila cuando vislumbra una alternativa capaz de transformar su vida. Por su parte, Fátima (Celina Antwan) es engreída y temerosa, una conciencia moldeada a conveniencia del sistema.
Sin embargo, es Florentina Holzinger quien concentra gran parte de la atención gracias a una actuación contenida y verosímil. En su primera incursión cinematográfica, la artista —conocida en Austria por su trabajo como coreógrafa— ofrece una interpretación llena de matices y alejada de la sobreactuación que podría esperarse de una debutante.
Moon se presenta como una lectura reflexiva sobre las sociedades controladoras que limitan las posibilidades de las mujeres para alcanzar sus metas o vivir experiencias sin la constante presencia del poder masculino. Al mismo tiempo, plantea una fisura en la vida de una mujer occidental solitaria, que comprende el mundo desafiando el molde de la familia tradicional. En ambos relatos, la soledad y la solidaridad se entrelazan como fuerzas que permiten avanzar, aun cuando los finales no siempre resultan felices.

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