Cuando cae el otoño
¿Será François Ozon el director francés contemporáneo que mejor sabe explorar las tensiones afectivas de sus personajes y el que, con pericia narrativa, encuentra las claves para adentrarse en los terrenos de la ambigüedad?
Su última película, Cuando cae el otoño, inicia con una escena en la que Michelle (Hélène Vincent), una mujer en las postrimerías de su vida, visita una iglesia. El discurso del sacerdote se centra en las acciones de María Magdalena y en cómo logró ser validada por Jesucristo. En ese detalle, que parece irrelevante a primera vista, Ozon lanza un anzuelo sobre el pasado de la anciana y el patrón moral de una serie de personajes guiados por pensamientos y acciones extremas que se desarrollan a partir de una narración plagada de sutilezas.
Aunque Michelle vive retirada en una modesta casa de campo y solo recibe las visitas de su mejor amiga, Marie-Claude (Josiane Balasko), un hecho fortuito marca el rumbo de la película. Valérie (Ludivine Sagnier) y Lucas (Garlan Erlos), hija y nieto de la protagonista, la visitan, y lo que parece ser un almuerzo de reencuentro familiar termina en un suceso que tensa aún más la tirante relación entre las dos mujeres: Valérie acusa a Michelle de envenenamiento. Quien paga las consecuencias es Lucas, ya que no podrá pasar las vacaciones con su abuela.
Este incidente desencadena la primera gran fisura del relato, que encuentra su punto más alto en la muerte de Valérie -y no por envenenamiento-, hecho que Ozon elige contar de forma elusiva, sin mostrar el crimen ni confirmar su autoría. El director plantea así un dispositivo de percepciones en el que nadie es completamente bueno ni absolutamente malo: todos actúan bajo una aparente solidaridad que encubre intereses personales. Michelle, quien en un inicio parece una abuelita tierna y abnegada, se revela como una mujer capaz de cargar con la culpa y el silencio frente a la muerte de su propia hija, mostrando que la moral en la película es tan frágil como relativa.
La segunda historia, que transcurre en paralelo, es la de Marie-Claude y su hijo Vincent (Pierre Lottin). Él ha salido de la cárcel por un delito que nunca se revela —aunque Ozon va dejando pistas en diversas escenas— y busca reinsertarse en la sociedad. Michelle lo emplea y le presta dinero para montar un bar. La relación entre ambos es cercana, casi una sustitución de la que la mujer tiene con su hija. Vincent vive en un estado de cavilación constante y nunca llegamos a conocerlo a profundidad. Sin embargo, una frase de Marie-Claude sintetiza el comportamiento de su hijo y, a su vez, el sentido de la película: “Un hombre bueno que hace cosas malas”.
Cuando cae el otoño muestra a personajes ambivalentes, extremistas y añorables porque son como la vida misma: llenos de matices y capaces de equivocarse de rato en rato. El filme explora, además, el peso de la vejez y la soledad. Michelle y Marie-Claude son dos mujeres marcadas por la sensación de haber fracasado como madres. Ambas buscan redimirse ofreciendo nuevas oportunidades a sus hijos, aunque sus actos terminan cargados de contradicciones. La propia Michelle, más preocupada por el bienestar de su nieto Lucas que por la vida de Valérie, parece experimentar alivio tras la muerte de su hija. Por su parte, Vincent contribuye a la tensión con Marie-Claude al mantenerse calculador, reforzando la atmósfera de incomodidad moral que atraviesa la historia.
En esta dinámica de apariencias, Lucas desempeña un papel fundamental. El adolescente siente un profundo afecto por su abuela, pero también la considera culpable de ciertos hechos irreconciliables. La breve convivencia durante su etapa como huérfano genera un vínculo cómplice con la anciana. ¿Es preferible vivir sin una madre llena de problemas? ¿O es peor cargar con la duda sobre la identidad de quienes provocaron su muerte? Ozon utiliza a este personaje para mostrar la ruptura de la inocencia y el inicio de una malicia nacida de la conveniencia con Michelle.
El realizador francés parece sentirse muy cómodo en este tipo de relatos. Por ejemplo, en En la casa (2012), también se adentra en la ambigüedad: un profesor lee una historia escrita por un estudiante que transgrede la privacidad, y la película se transforma en una reflexión sobre el deseo y la identidad. Ambas películas comparten una compleja exploración del comportamiento humano y la presencia de personajes cuya apariencia esconde, nuevamente, contradicciones. No obstante, Cuando cae el otoño ofrece una mirada ambivalente más potente y centrada en la vejez, mientras que En la casa recurre a la intrusión literaria como detonante moral.
En su trabajo más reciente, Ozon construye personajes que dudan, perdonan, reclaman y sufren en silencio. Esta contención emocional genera en el espectador la sensación de que algo está a punto de estallar, aunque nunca se produzca la explosión violenta de la narrativa de un thriller tradicional. Por momentos, el humor negro surge como un recurso que subraya el tedio existencial de las ancianas protagonistas. El ritmo pausado del filme marca un contraste entre los escenarios principales: la caótica París frente a la campiña borgoñesa, un lugar que, lejos de ser idílico, funciona como refugio donde se enfrentan las culpas y los pecados del pasado.
Tras sumas y restas, Cuando cae el otoño se impone como una reflexión sobre los límites de la moral y la ambigüedad de los afectos. Ozon invita a preguntarse si es legítimo satisfacer las necesidades de los demás a costa de la propia integridad, exponiendo con ingenio la delgada línea entre la compasión y el egoísmo.

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