Amores materialistas
En un tiempo donde las relaciones sentimentales parecen diluirse a la velocidad de un “match” en una aplicación, y donde el compromiso es tan frágil como la conexión de Wi-Fi en una cafetería, la nueva película de Celine Song irrumpe con un retrato tan lúcido como incómodo. Amores materialistas no solo confirma a Song como una de las guionistas más inteligentes y perspicaces de la actualidad, sino que también desnuda, con humor ácido y realismo incisivo, las tensiones que definen el amor en la era de la inmediatez: vínculos efímeros, deseos superficiales y una constante negociación entre lo emocional y lo económico.
Tras la resonancia que dejó Vidas pasadas hace un par de años —obra minimalista que exploraba con sutileza la nostalgia y los encuentros imposibles—, Song abandona aquí la austeridad visual para sumergirse en un Manhattan sofisticado y materialmente opulento. Sin embargo, la directora canadiense de origen surcoreano mantiene intacta la delicadeza narrativa y la capacidad de articular diálogos que, con aparente ligereza, revelan profundidades emocionales.
La historia sigue a Lucy (Dakota Johnson), una ejecutiva especializada en encontrar pareja a clientes de la élite neoyorquina según un perfil selectivo: nivel económico, estatus social, formación académica y capital cultural. Ella, que ha decidido blindar su vida contra la “tentación” del amor, se ve de pronto en un dilema: Harry (Pedro Pascal), multimillonario encantador e impecable a nivel social, y John (Chris Evans), actor de teatro con problemas económicos y ex pareja suya, aparecen como polos opuestos en un tablero emocional y financiero que pondrá a prueba sus convicciones.
El guion firmado por Song rompe el estereotipo del “hombre perfecto” encarnado por Harry para contraponerse a la figura imperfecta, pero emocionalmente cercana, de John. La tensión no reside sólo en elegir entre dos hombres, sino en decidir qué pesa más: la comodidad económica o la autenticidad afectiva.
Entre los momentos más potentes de la película, destaca un flashback en el que Lucy y John discuten por su precaria situación financiera: ella detesta que el dinero no alcance, pero aún más detesta que esa carencia se haya vuelto tan relevante para ella. Más adelante, una cena con Harry pone sobre la mesa —literal y metafóricamente— el dilema central: ¿puede el amor sobrevivir cuando el dinero es la primera variable de la ecuación? Song, con su habitual audacia, evita caer en el cinismo vacío y dota a sus personajes de una humanidad compleja, donde el deseo, el miedo y la contradicción conviven sin resolverse del todo.
Lejos de encasillarse como una simple comedia romántica con un reparto estelar, Amores materialistas es una obra más aguda, mordaz y contemporánea que la mayoría de relatos situados en el Manhattan del siglo XXI -algo así como un filme de Woody Allen, pero más chic-. Tras el brillo de cenas exclusivas, Song expone decisiones que, pese a su envoltura glamorosa, revelan un trasfondo áspero y, en ocasiones, incómodo desde una lectura moral. Sus tres protagonistas no solo cargan con dosis de cinismo, sino también con inseguridades y contradicciones que invitan a replantearse la idea misma de compartir la vida —y el contrato matrimonial— con otro ser humano. La cineasta no pretende ser la voz de la conciencia colectiva, pero sí utiliza el humor como un espejo incómodo que nos devuelve una lección de honestidad. En su universo, hombres y mujeres funcionan como piezas de una ecuación calculada, una suma conveniente destinada a minimizar el margen de error en la búsqueda del confort y la estabilidad en todas sus formas, incluso el noble John llega a caer en esa tentación, aunque reacciona a tiempo.
En el triángulo amoroso, Evans ofrece una interpretación muy bien matizada, alejándose de la perfección hierática de su rol como Capitán América, mientras Johnson sostiene con elegancia el peso emocional de la trama. Juntos construyen una química que mezcla encanto, ironía y una melancolía persistente, esa que recuerda que, en el fondo, el amor sigue siendo una apuesta arriesgada… incluso cuando parece garantizado por contrato.
En Amores materialistas, Celine Song demuestra una inteligencia lúcida al retratar relaciones que fluyen sin anclajes duraderos, moldeadas por el instante y la conveniencia. La directora revela que los afectos modernos son tan inestables como seductores, tan calculados como efímeros; y, aún así, subraya que siempre queda un espacio —pequeño pero valioso— para los sentimientos genuinos.

:quality(75)/blogs.gestion.pe/el-cine-es-un-espejo/wp-content/uploads/sites/133/2019/08/el-cine-es-un-espejo.jpg)
