Vermiglio
Hay películas que no se ven, se sienten como si alguien nos rozara con una historia que no supimos que era también nuestra. Vermiglio avanza así, como el recuerdo de algo que no vivimos pero que, de algún modo, reconocemos. En este gesto, tan tenue como preciso, Maura Delpero no busca representar el pasado, sino revivirlo desde los márgenes de la Historia, de la palabra.
Ambientada en un aislado pueblo alpino durante el final de la Segunda Guerra Mundial, la obra de Delpero se aleja de los relatos heroicos para explorar la vida cotidiana marcada por el encierro físico, emocional y político. A través de una tensión entre lo visible y lo oculto, revela cómo el fascismo impregna silenciosamente cada rincón: en la mirada ajena, en la rigidez moral, en la pedagogía del castigo. La narrativa expone un sistema sostenido por la religión y la tradición, donde la figura materna es perpetua, las hijas asumen roles inamovibles y los hijos adoptan modelos masculinos autoritarios o trágicos.
Construida con una sensibilidad visual notable —gracias a la fotografía de Mikhail Krichman— Vermiglio renuncia a la espectacularidad y opta por el detalle minúsculo, el gesto contenido, el fuera de campo cargado de amenaza. La cámara, muchas veces fija, observa sin intervenir. El paisaje nevado no es solo fondo: es protagonista y símbolo. La nieve cubre, aísla, congela y al mismo tiempo revela.
En ese entorno blanco y silencioso, los cuerpos se mueven lentamente, cargados por la rutina, por los mandatos familiares y por el peso de una tradición que no admite fisuras. Atención que esta película no es para todos los públicos. La lentitud de las acciones no es una pose artística. Estamos ante un ensayo cinematográfico que se refleja en la inamovilidad de un pueblo que ha caído en la rutina.
Lucía, interpretada por Martina Scrinzi, encarna el conflicto principal: ser joven y mujer en un mundo que no deja espacios para el deseo ni la disidencia. La llegada de Pietro, un soldado desertor siciliano, introduce un elemento disonante. Lo que podría haberse desarrollado como un romance convencional deviene, sin embargo, en una historia opaca, marcada por decisiones que los personajes toman sin explicaciones.
Lo destacable de Vermiglio no es su argumento, sino la forma en que lo esconde. La narración se construye desde lo que nunca se muestra del todo. La cámara se detiene con una especie de pudor: observa sin poseer, escucha sin interrumpir. Cada plano es un fragmento de algo que ya pasó o que está por desmoronarse. Y aun así, nada colapsa. Todo se mantiene en una suerte de equilibrio quebrado, como una silla coja sobre la nieve.
Esta no es una película que quiera explicarlo todo. Su verdad está hecha de huecos: entre lo que se dice y lo que se calla, entre lo que sucede y lo que se intuye. La directora no se apoya en el discurso, sino en la materia: la textura de una bufanda, el vapor del aliento, el crujir de la madera. El cine se vuelve sensorial sin ser táctil. Una forma de habitar el tiempo.
El cine de Delpero dialoga con el realismo italiano posbélico —particularmente con el neorrealismo más austero—, pero introduce una sensibilidad contemporánea que se manifiesta tanto en el cuidado compositivo como en la atención a lo femenino. No hay discursos ni explicaciones: todo se sugiere desde lo corporal, lo espacial, lo atmosférico.
Vermiglio elige como punto de partida lo doméstico, lo aparentemente pequeño, para hablar de estructuras más amplias: el patriarcado como sistema de reproducción biológica y moral, la religión como sostén de lo inamovible, la política como rumor que infecta el cuerpo social sin necesidad de presencia física. No hay soldados alemanes, pero el miedo respira en cada rincón. No hay propaganda, pero sí una educación que ordena el mundo con geometría de obediencia.
Y entonces uno entiende que no estamos ante una película sobre la guerra ni sobre la familia. Es una película sobre cómo lo que no se nombra permanece, incluso cuando, aparentemente, todo parece cambiar de rumbo. Como en ciertos poemas rurales o en las fotos gastadas del álbum familiar, la belleza está en lo que se resiste al olvido. La nieve cae otra vez, y bajo ella, alguien escribe sin palabras una historia que todavía no ha terminado.

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