F1: La película
Personajes que están buscando una revancha en la vida. El escenario de las segundas oportunidades como si fuera la última carta bajo la manga. ¿Cuántas veces hemos visto esa premisa en el mundo del cine? ¿Y cuántas en la vida real? La épica del perdedor que pelea hasta el final no para conquistar el mundo, sino para alcanzar la única victoria que coronará una carrera llena de obstáculos e incomprensiones. Es una narrativa que interpela desde lo vulnerable, y que encuentra en el cine un espacio fértil para la redención. En F1: La película, Joseph Kosinski toma este arquetipo y lo lleva al mundo del automovilismo con una fuerza visual y emocional pocas veces vista en el género.
La historia se centra en Sonny Hayes (Brad Pitt), una ex promesa de la Fórmula 1 que ha sido relegada al olvido. Viviendo en una furgoneta y con un historial de trabajos menores y fracasos sentimentales, Hayes representa al hombre vencido que aún conserva talento, pero que carece de una verdadera oportunidad. Su rutina cambia cuando un viejo amigo y ex compañero de equipo, Rubén (Javier Bardem), le propone volver al circuito profesional como segundo piloto de una escudería que no ha logrado sumar un solo punto en la temporada. La presión se intensifica con la presencia de Joshua (Damson Idris), un joven talento que encarna la nueva generación, pero que aún lucha por encontrar su lugar en la escudería que comparte con el veterano Sonny. Lo que sigue es una historia de reconstrucción personal y desafíos técnicos, donde cada curva puede ser la última.
La obra de Kosinski se inscribe dentro del canon de películas deportivas que trascienden la competencia. Si bien la velocidad, el vértigo y la precisión mecánica dominan la superficie del relato, lo que impulsa la historia es el drama interior de personajes que no buscan únicamente ganar, sino reconciliarse con su pasado. Ahí encontramos a Kate McKenna (Kerry Condon), la directora técnica que enfrenta el desafío de diseñar un automóvil distinto a los demás, mientras arrastra una impronta personal marcada por el fracaso matrimonial. También a Kaspar Smolinski (Kim Bodnia), director del equipo APX, con una experiencia previa en Ferrari, donde se encargaba de operar el gato trasero. Incluso a Jodie (Callie Cooke), una mecánica que, ante el menor error, es señalada en un entorno dominado por hombres. Estos personajes deben —y quieren— reivindicarse frente a sus propios sueños. He ahí la apuesta que Kosinski construye y transmite con pericia.
Es así como la cámara no sólo persigue a los monoplazas en circuitos emblemáticos; también se detiene en los gestos, en las dudas, en los silencios que definen a quienes, lejos de ser héroes imbatibles, son individuos rotos, desgastados, pero aún en pie y con una sola bala en el tambor. De esta forma, el realizador reivindica una mirada romántica del deporte.
Por otro lado, la fuerza visual de F1: La película radica en su vínculo directo con el entorno real del automovilismo. La producción contó con la colaboración activa de expertos de la Fórmula 1, con Lewis Hamilton -siete veces campeón de la competencia- como uno de los productores clave junto a Pitt. Se nota que la asesoría de pilotos de la F1 no ha sido decorativa. El aporte de conocimientos técnicos, ayuda a modelar el comportamiento de los personajes y asegura que cada detalle —desde los diálogos hasta las decisiones en pista— responda a la lógica competitiva del campeonato. Las breves apariciones de pilotos como Max Verstappen, Charles Leclerc, Fernando Alonso, entre otros, refuerza la conexión con el mundo profesional. Además, la adhesión de la escudería ficticia Apex, para la que corren los personajes de Idris y Pitt, entre los garajes de Mercedes y Ferrari, reserva una cuota de verosimilitud mecánica que los amantes de los fierros disfrutarán.
Desde lo técnico, Kosinski se apoya en la fotografía de Claudio Miranda, el equipo de sonido de Skywalker Sound y la música de Hans Zimmer. Los tres frentes nutren una experiencia visual y sonora que prioriza la inmersión. En ese sentido, el director aprovecha estos recursos para explorar nuevas formas de filmar con la perspectiva del interior de los coches y seguir la acción en pista con una cámara que no interfiere, sino que acompaña.
Pero F1: La película no es sólo una historia de redención ni un ejercicio de estilo. Es, sobre todo, una interpretación de la memoria del fracaso. Con un Pitt magnético y un Kosinski preciso, la película propone una mirada sobre lo que queda cuando la gloria ya no es una posibilidad. Ahí es donde la película encuentra su verdadero combustible.

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