Holland
Las convenciones del thriller se rigen por principios precisos. En esencia, la tensión dramática debe construirse de manera gradual, como una entidad invasora que permea cada elemento narrativo —ya sea mediante el sonido, la iluminación u otros recursos técnicos— hasta arrinconar al espectador, quien sólo hallará alivio cuando el conflicto se resuelva en el desenlace. Esta liberación se experimenta desde la complicidad: el público, atrapado en una dinámica participativa, se entrega al ritmo y los giros planificados por el director, sintiéndose parte de la historia.
La efectividad del género radica en su capacidad para sostener la amenaza -sea cual fuere- de forma latente. Incluso si la historia incorpora cambios imprevistos, la sensación de inminencia debe persistir, pues es lo que alimenta la expectativa. No obstante, si el relato omite pistas que vinculan coherentemente la sospecha con el clímax, la resolución perderá credibilidad, tornándose forzada y carente de verosimilitud. El thriller triunfa al operar como un vehículo de engaño: un fraude sensorial que seduce al espectador, convirtiéndolo en cómplice de su propia ansiedad.
Sin embargo, cuando estos pilares —la progresión orgánica de la tensión, la cohesión narrativa y la manipulación calculada— se desdibujan o carecen de solidez, el resultado es una obra fallida -por más cliché que suene la palabreja-. Holland ejemplifica este fracaso: un proyecto donde la ausencia de engranaje narrativo diluye cualquier intento de conexión emocional con el público.
Dirigida por Mimi Cave —cineasta reconocida por su exploración de tensiones domésticas en ambientes de apariencia normativa—, Holland narra los conflictos de Nancy Vandergroot (Nicole Kidman), una profesora escolar y madre de familia cuya existencia, que simula ser idílica, transcurre en la monotonía de un suburbio. La fractura de su rutina surge al intuir que su esposo, Fred (Matthew Macfadyen), le es infiel. En simultáneo, Nancy descubre en Dave (Gael García Bernal), colega carismático y reservado, un cómplice para sus dudas maritales. La relación entre ambos evoluciona hacia un romance clandestino, tensionado por el entorno opresivo de una comunidad conservadora que privilegia la tradición y los valores religiosos. Aunque el verdadero conflicto emerge cuando descubren que los secretos de Fred trascienden lo conyugal: oculta una faceta oscura acorde al comportamiento de un psicópata.
Si bien Cave consolida de manera coherente la representación suburbana de la mujer sumisa, que ejerce de accesorio masculino, a través de la actuación de Kidman, la directora no llega a fortalecer ninguno de los ejes que explora su película: el riesgo de un romance furtivo y el descubrimiento de un posible asesino serial. Nancy y Dave son los amantes que desfogan un amor prohibido como si fuesen quinceañeros inexpertos y culpables, nada que ver con el torrente de pasión que exige una mujer insatisfecha y un hombre deseoso. Por otro lado, Fred no deja pistas para creer que estemos ante una advertencia de peligro. El esposo es un personaje sin sustancia y decir que pueda transformarse en una mente maestra de lo siniestro suena a disparate.
En lo único que Holland sobresale es su impecable dirección de arte y la meticulosa selección de espacios abiertos. La escenografía refleja con éxito el modo de vida y la estética de una clase social que navega por la inestabilidad económica. La directora logra capturar la esencia de esta localidad, una de las más pintorescas de Michigan, gracias a su mezcla de tradiciones y paisajes naturales. Vestimentas folclóricas, campos de tulipanes, molinos y casonas de inspiración europea conforman algunas de las imágenes más memorables del filme. Asimismo, heredera de costumbres arraigadas en la ruralidad neerlandesa, la cultura que impregna a sus habitantes se define por un credo omnipresente. En este contexto, la relación entre Nancy y Dave trasciende el mero adulterio, adquiriendo matices más profundos.
Más allá de este acierto, no basta para sostener el conjunto. Aunque Kidman destaca con una presencia magnética, su interpretación —siempre precisa— no logra disimular las carencias de una narrativa difusa que va en contra de las reglas básicas del thriller. Holland se queda en la superficie, incapaz de convertir su potencial visual en una obra cohesionada, dejando la sensación de un proyecto que prometía más de lo que finalmente entrega.