Historia y geografía
Gioconda (Amparo Noriega) es una actriz que alcanzó la fama en los años 90 con su personaje “La Huachita”, un rol cómico basado en estereotipos populares que combinaba humor vulgar y sexualización. Para escapar de su decadencia profesional, regresa a su pueblo natal con la idea de reinventarse montando una obra de teatro basada en el poema épico La Araucana. Sin embargo, lo que comienza como un intento de resurgir termina exponiendo su incapacidad para adaptarse a un nuevo tipo de arte, alejado de su pasado televisivo.
El director chileno Bernardo Quesney —conocido por abordar conflictos sociales con humor ácido y mirada crítica— estructura Historia y geografía como una comedia negra. A través de Gioconda, cuestiona temas sensibles en Chile, pero que pueden reflejarse en cualquier país latinoamericano: las jerarquías entre “alta cultura” (arte intelectual o elitista) y “baja cultura” (lo popular o masivo), además de revisar la historia de la conquista española desde una perspectiva actual. Quesney evita dar respuestas fáciles: ni los personajes ni los conflictos se reducen a buenos o malos. Por ejemplo, la rivalidad entre Gioconda y su hermana Atenea (Catalina Saavedra) muestra posturas opuestas sobre el arte y la identidad, pero ambas revelan contradicciones.
La cinta también critica la escena teatral chilena, exponiendo la pretensión de ciertos artistas que desprecian lo popular para buscar un reconocimiento intelectual. Gioconda simboliza este conflicto: su pasado cómico la margina, pero solo logra atención cuando revive su antiguo personaje. Quesney refuerza esta cercanía con un estilo visual íntimo —casi documental— usando planos cercanos y una cámara al hombro que nos hace sentir partícipes de sus fracasos.
Además, el director incorpora temas actuales como las migraciones internas en Sudamérica, vinculandose con los conflictos históricos que dejó el periodo virreinal. Sin caer en discursos moralizantes, muestra cómo estos problemas involucran a todos, sin victimizar a un solo grupo. Quesney destaca por su habilidad para mezclar humor incómodo con reflexiones sociales, evitando la solemnidad incluso al tratar temas complejos como el racismo o la identidad cultural.
Otro aspecto que Quesnay maneja bien es el ritmo que lleva Historia y geografía. Como si se tratara de una ruleta rusa, la tensión alcanza momentos de incomodidad sobre todo cuando Atenea protagoniza escenas en las que encara a Gioconda para recordarle diferencias familiares y artísticas. Impredecible y con los principios actorales bien definidos, Atenea no da concesiones en el entendimiento de lo que significa la pasión teatral para un elenco de intérpretes de una provincia olvidada por el centralismo de Santiago. Ese manejo del ritmo se refuerza con un montaje bien ejecutado, donde ninguna escena sobra y todas fluyen como un todo armonioso.
A diferencia de otros relatos lineales, la película alterna entre momentos de tensión aguda y pausas reflexivas. Este ritmo se intensifica en las escenas donde Atenea confronta a Gioconda, ya que los diálogos no solo revelan diferencias artísticas, sino que exponen heridas familiares no superadas, como rivalidades fraternales o resentimientos por oportunidades desiguales. La tensión aquí no es gratuita: funciona como un dispositivo para cuestionar quién define el valor del arte —¿los centros urbanos como Santiago, con sus estándares elitistas, o las provincias marginadas, con sus propias tradiciones?—.
Las transiciones entre el caos cómico de los ensayos teatrales y los silencios incómodos en la vida familiar refuerzan la idea de que nada en esta historia es accesorio. Incluso los pocos planos largos, que capturan la geografía árida del pueblo, sirven como metáfora visual de un entorno cultural que parece estancado, pero que ocasionalmente estalla en confrontaciones.
Historia y geografía invita a plantear preguntas más amplias: ¿Puede el arte ser un puente entre lo popular y lo académico? Al evitar respuestas simplistas, el director invita a reflexionar sobre cómo las dinámicas de poder —ya sean familiares, artísticas o geográficas— moldean lo que consideramos “valioso” culturalmente.