No hables con extraños
A inicios de los años 2000, la moda de los remakes basados en películas japonesas de terror hizo que Hollywood desarrollara un conjunto de propuestas que fueron acogidas de buena manera por la audiencia juvenil. La taquilla también le sonrió y, en algunos casos, la crítica respondió de forma elogiosa. Un caso emblemático corresponde a El aro (2002). La película dirigida por Gore Verbinski recaudó casi 250 millones de dólares -cinco veces su costo de producción- e instaló su impronta en la cultura popular de aquella década. Sin embargo, cuando las películas de terror o de suspenso de procedencia europea pasaban por el mismo proceso, en la mayoría de los casos, terminaban convirtiéndose en sonados fracasos.
James Watkins -responsable de Silencio en el lago (2008) y La dama de negro (2012)- rompe la tendencia y ofrece una reinterpretación de Speak No Evil, la cinta danesa que hace dos años cosechó aplausos por todos los festivales que recorrió. Bajo el mando de Blumhouse, Watkins también asume la responsabilidad del guión y saca lo mejor de un reparto encabezado por James McAvoy y Mackenzie Davis. No hables con extraños, remake homónimo del título escandinavo, pelea un lugar entre los mejores thrillers del año gracias a la escalada de situaciones inquietantes que van sembrando ideas basadas en las polarizaciones sociales y económicas propias del nuevo milenio.
La historia parte en un idílico pueblo italiano cuando dos familias, una británica y otra estadounidense que reside en Londres, comparten experiencias y se despiden prometiendo visitarse en el futuro próximo. El matrimonio americano conformado por Louis (Davis) y Ben (Scott McNairy) es muy distinto en hábitos al que integran Paddy (McAvoy) y Ciara (Aisling Franciosi). Incluso los hijos de ambos, Agnes (Alex West) y Ant (Dan Hough), tienen comportamientos que reflejan modos opuestos de crianza.
La familia estadounidense pasa por un periodo de angustia falsamente controlada a causa del desempleo que aqueja a Ben, un hombre acostumbrado al estatus corporativo y a un nivel de vida acomodado que contrasta con su carácter irresoluto. Louis ha dejado todo por seguir a su marido a Europa. Las inseguridades conyugales y la sobreprotección que otorga la mujer a Agnes serán los componentes ideales para convertir el hogar en una bomba de tiempo. Un día, Ben recibe una postal de Paddy a fin de que visite, junto con su familia, el rancho que administra al lado de Ciara. Lo que asoma como una posibilidad para desconectarse de la rutina terminará transformándose en una pesadilla rural.
Parte de la habilidad de Watkins como narrador consiste en dejar que las acciones fluyan sin apresuramientos. Ello se traduce en la utilización de situaciones puntuales donde vamos descubriendo las capas de cada personaje. A la vez, el director monta una estrategia de apariencias que deja espacio para que la duda sea el motor de la historia. Además, En No hables con extraños las dualidades también carburan para llevar al extremo algunos momentos claves del filme. Por ejemplo, la masculinidad pasa de la manipulación al titubeo; mientras que la femineidad muta de la sumisión a la determinación.
Igualmente, temas como el veganismo, las corporaciones, la educación familiar, el libre albedrío, la corrección social o la infidelidad, van delineando a las dos parejas protagonistas hasta reducirlas a un análisis detallado de las tendencias que imperan en las instituciones modernas. Si bien la película no es, ni quiere ser, una radiografía sociológica, utiliza el humor negro como mecanismo de crítica hacia la sociedad de consumo y a los ideales antisistema.
Hasta aquí podríamos pensar que no estamos ante un thriller. No obstante, son los temas mencionados los que generan las primeras tensiones cuando todos los personajes conviven en la granja. Watkins entiende que pasar mucho tiempo con alguien desconocido puede terminar siendo una experiencia desesperante e incómoda. Paddy lee la realidad a partir de una filosofía anti material, pero, en términos prácticos, se trata de un personaje que vive en la sombra de la cordura. Su pareja, Ciara, es ambigua en todos los sentidos posibles, aunque después descubriremos que también es una víctima de circunstancias pasadas. Sobre los niños queda decir que transitan por senderos escabrosos donde la pérdida de la inocencia se da a trastazos.
Por momentos, No hables con extraños es enfermiza, sobre todo en su tercer acto. En las escenas finales, Watkins acude a la vieja estrategia de cazadores y cazados para exponer los enfrentamientos entre Paddy y Louis al momento en que la mujer, Ben y los niños deciden encerrarse en la casa de campo. A estas alturas, el filme se ha desbordado y esperamos que cualquier cosa pueda pasar. Todo es turbio e intenso. Sádico y descontrolado.
Durante el epílogo cada situación va tomando forma y descubrimos que víctimas y victimarios son responsables de muchas cosas. Los estereotipos sociales impiden mirarlos como lo que verdaderamente son: seres heridos que se sienten menos culpables e inflan su ego cuando ayudan a su prójimo. No se trata del otro, sino de cómo me siento yo respecto al otro, parece decir Watkins.
En suma, el suspenso que carga la película no tiene nada que ver con los golpes de efecto propios de una producción hollywoodense, sino con el desmenuzamiento de la psicología de un grupo de personajes traumados por sus relaciones afectivas y sociales. Hablar con extraños es una forma de conocernos más y ayuda a querernos menos.