El hype por las innovaciones tecnológicas y las tendencias del engagement. Las sonrisas histriónicas que brotan cuando las bromas no son graciosas. Los estilos de vida y las marcas como patrones de aceptación social. Dejar de ser uno mismo para estar alineados con un pensamiento dominante. Ceder a las tentaciones de los ecologistas de escritorio y los oenegistas de manual.
Imaginemos que estas conductas fariseas no están volcadas en una película que busca denunciar, con el ceño fruncido y los labios apretados, a una sociedad capitalista compuesta por autómatas alienados, sino a través de una obra que analiza el materialismo mofándose de las sociedades escandinavas y su competitividad empresarial. Sobre esos temas y con ese enfoque es que se presenta Hipnosis. Estamos ante la mirada ácida, divertida e inteligente del debutante Ernst De Geer. El realizador propone un paseo por el mundo de las apariencias y de los arribismos, aunque su verdadero valor recae en la encantadora incomodidad que transmite.
André (Herbert Nordrum) y Vera (Asta Kamma) conforman una pareja joven que desarrolla una app de salud que monitorea el ciclo de la menstruación. Según ellos, la aprobación y el financiamiento de su proyecto podría ayudar a millones de mujeres en todo el mundo. Entonces, acuden a un concurso de startup donde gurús del marketing los capacitan para ofrecer una presentación de impacto.
La situación es estresante para Vera -que siempre ha vivido a la sombra de André- por lo que decide someterse a una sesión de hipnoterapia antes de participar en el evento. La conducta de la mujer sufrirá un cambio radical. La sumisión que normalmente distinguía su personalidad, desaparecerá. La honestidad de sus comentarios sin filtros y algunas acciones desbordadas serán las nuevas señales de su extraño comportamiento.
Para explicar las exigencias y las presiones que recibe la pareja protagónica, De Geer recurre a circunstancias donde la originalidad de sus personajes está condicionada a la perspectiva empresarial. Al inicio del filme, André y Vera son mostrados como dos jóvenes enamorados que luchan por cumplir sus sueños. Sin embargo, la presión familiar, por el lado de Vera, y los lineamientos del concurso los aleja hasta convertirlos en antagonistas. Es en ese contexto que el director propone situaciones al límite que dejan muy mal parados a André, el siervo más presto del sistema; y a los tótems de la vanguardia y el avance digital de Suecia.
Las escenas que se desarrollan en el hotel de lujo donde se celebra la presentación de las startups son fundamentales para entender la relación entre los personajes y su entorno. Claustrofóbica, onerosa y superficial, la mole de cemento y vidrio sirve de complemento inanimado por donde desfilan y se reconocen hombres y mujeres frívolos que adolecen de prioridades genuinas, más allá de la ambición financiera. La sátira se tuerce y llega a ser muy incómoda cuando a estos falsos motores de la transformación social se les ausculta desde la evasión de la realidad que les facultan sus privilegios. De Geer los expone como seres minúsculos que se ahogan en sus egos y en sus miserias espirituales, siempre con una peliaguda sorna.
La hipnoterapia es para el director, y para Vera, el punto de quiebre que abre paso a la liberación de nuestros actos tal y como los sentimos. En un sentido metafórico, representa la libertad de poder aguarle la fiesta a alguien sin sentir remordimientos. Y no importa si Vera llega a estar realmente hipnotizada. Quizá el trance es una buena excusa para justificar tantos “comportamientos errantes”, según sentencian las correcciones sociales.
Hipnosis es hiriente y graciosa. Está cargada de una retorcida mordacidad que invita a ver el mundo arder sin que podamos evitarlo. Eso no quiere decir que dejemos de disfrutarlo.