Tipos de gentileza
La dependencia y los sacrificios que exige el amor. Pero, ¿qué tipo de amor puede ser el que supedita decisiones y cercena voluntades? Quizá aquel que sobrevive por acuerdo mutuo sin importarle la brevedad del gozo y la perpetuidad del dolor. Una suerte de herida perenne que sangra cuando es presionada. A veces, arroja borbotones; en otras oportunidades, mengua gota a gota. Estos amores existen, laceran, excitan. Al menos así lo entiende Yorgos Lanthimos, el director que entrecruza placer y culpa, tormento y calma.
Tipos de gentileza se aleja de las últimas películas del realizador griego, La favorita y Pobres criaturas -piezas enmarcadas en una línea más convencional en términos narrativos y conceptuales-, para intentar regresar al estilo retador que lo hizo famoso. Sin embargo, la vuelta a los orígenes no es auspiciosa y comprueba que la ambición del cineasta llega a traicionar aquello que en el pasado fue incómodo y placentero -al mismo tiempo- y que llamó la atención de los circuitos festivaleros.
Dividida en tres partes independientes, pero unidas por las mismas filias y fobias, Tipos de gentileza resulta ser un experimento que se ahoga en los excesos carentes de profundidad -vaya paradoja- y en la repetición agotadora de sus propios recursos. Y es que Lanthimos, un artista que siempre ha sabido provocar con audacia e inteligencia, peca de redundante a lo largo de un tríptico que destaca por la intensidad interpretativa de su elenco encabezado por Emma Stone y Jesse Plemons, y secundado por Willem Dafoe, Margaret Qualley y Hong Chau. Cabe decir que los mencionados adoptan diversas pieles para cada uno de los capítulos de la película.
El primero de los episodios es el más accesible y sólido. Plemons interpreta al empleado de una compañía dirigida por Dafoe, quien le dice qué debe comer y leer, si debe tener sexo o qué ropa debe portar, incluso si debe procrear. Este proceso mecánico se rompe cuando el personaje de Plemons se niega a cumplir un capricho extremo de Dafoe. La segunda historia narra el reencuentro entre los personajes de Stone y Plemons, una pareja que estuvo separada por mucho tiempo tras la misteriosa desaparición de la mujer. El comportamiento de ella es extraño y él piensa que se trata de una suplantadora de identidad. La mujer hará LO QUE SEA para convencerlo de lo contrario; hasta lo más extremo y terrorífico.
En la tercera parte, los personajes de Plemons y Stone conforman una pareja que integra una rara secta donde la mayoría de acciones giran en torno a los placeres sexuales. Ella se obsesiona con unas mellizas que aparecen en sus sueños y evita cualquier contacto con su esposo al que abandonó junto a la hija de ambos. Los ritos de la secta dirigida por Dafoe, una especie de semental espiritual en decadencia, son extravagantes y, hasta cierto punto, inentendiblemente graciosos -no quise decir, se me ocurre, ridículos-. Si las dos primeras entregas se dejaban ver como algo medio chalado, aunque enigmático, el último segmento se transforma en un delirante viaje de forzadas inconsistencias.
Lanthimos ahonda en la relación de dependencia que existe entre dominados y dominantes, esclavos y amos, siervos y patrones, a fin de mostrar una sociedad que sucumbe al capitalismo salvaje y al poder en todas sus expresiones. Explora desde su peculiar subjetividad los significados y las relaciones del humano con el dolor físico, la comida y el canibalismo, el poliamor irrestricto, los constructos sociales y sus complejas dinámicas estructurales. Todo se mete en la misma bolsa, se revuelve y se distribuye en entregas episódicas que reflejan la desesperación de un artista que no sabe cómo transmitir sus motivaciones sin padecer de una grandilocuencia impostada.