Sometimes I Think About Dying
Antes de conciliar el sueño, Fran imagina diversas formas de quitarse la vida. Es un ejercicio que podría interpretarse como la consecuencia de su monótona y aburrida jornada laboral. A pesar de sus fantasías suicidas, Fran es una oficinista orgullosa que presume con discreción su expertise como procesadora de datos. Nunca sonríe. Su encapsulamiento social es tan inquebrantable como su hermetismo emocional. Sin embargo, un día llega a su vida un compañero de trabajo que la obligará a replantear la forma en que percibe las relaciones humanas.
De buenas a primeras, Sometimes I Think About Dying es una película corrosiva que reparte garrotazos a lo que significa ser una “persona normal” o, en todo caso, es una punzante lectura sobre la aprobación que se necesita para ser percibido y admitido como alguien alejado de comportamientos excéntricos. Su directora, Rachel Lambert, se cuida de no mostrar a Fran en el sentido de una freak desconectada de la realidad. Al contrario, la muchacha es consciente de lo que sucede en su entorno y su mayor preocupación está asociada a descubrir las razones que la separan de sus semejantes. Fran no es empática porque sea arrogante sino porque su recelo responde a un mecanismo de defensa que impide el filtramiento de su inseguridad.
En ese sentido, Lambert construye un personaje que externamente parece pétreo, displicente e insensible, pero que, a nivel conductual, es mordaz y, aunque no lo parezca, carga cuotas de candidez y generosidad. Daisy Ridley (Rey en la última trilogía de La Guerra de las Galaxias) encarna a Fran y lo hace desde un despliegue actoral contemplativo, acorde con el espíritu de la película, definido por su mirada fija y su voz monocorde.
En términos dramatúrgicos, Sometimes I Think About Dying está construida por circunstancias y diálogos estrictamente cotidianos y sin mayor sorpresa, un recurso al que la directora apela para introducir al espectador en un círculo vicioso en el que prevalece el conformismo de sus personajes grises. Fran, no es unidimensional por más que lo parezca frente a su entorno. Ella es la representación de un mundo incomprendido que va contra la corriente en silencio.
Por ello, la dirección artística, el recubrimiento sonoro y el trabajo de fotografía están sintonizados a través de una atmósfera nostálgica que adquiere sentido conforme vamos conociendo a la protagonista. Incluso cuando Fran evoca fórmulas autodestructivas de carácter surrealista la película proyecta una extraña mezcla de ansiedad y regocijo.
Todo sucede así hasta que llega Robert (Dave Merheje), el nuevo de la oficina, dicharachero, entrador y cinéfilo compulsivo. Es curioso que Fran sienta atracción por quien personifica todo lo contrario a lo que ella representa. No obstante, ese mundo cargado de experiencias novedosas es el as bajo la manga de la directora para conducirnos hacia una historia de amor atípica y original. Sometimes I Think About Dying está recubierta por una capa de romance agridulce que sabe cuándo golpear con diálogos inteligentes antes de caer en la tentación del edulcoramiento innecesario.
La perspectiva que propone Lambert sobre el emparejamiento de dos almas solitarias está comprendida por aquellos momentos sencillos que no percibimos como importantes. La unión entre Fran y Robert es lo más cercano a una relación suspendida en el tiempo. Dos personajes salidos de un cuadro de Hopper que temen no alcanzar un futuro juntos, pero que tampoco naufragan en mayores dramatismos. Por momentos, Sometimes I Think About Dying es triste, en otros pasajes es irónica, mientras que en sus tramos finales se torna esperanzadora: una suerte de pozo de ternura movido por la mordacidad y la ensoñación.