Yana-Wara
Cuando Oscar Catacora anunció el inicio del rodaje de su segunda película, la comunidad cinematográfica local reaccionó con mucho entusiasmo. No era para menos. Wiñaypacha, ópera prima del director puneño, recibió múltiples elogios tanto del público como de la crítica, reflejando el espíritu artístico de un cineasta genuino. Un creador que podía equiparar sensibilidad y contundencia en una sola entrega fílmica. Una rara avis que empezaba a levantar vuelo por el impredecible paisaje del cine peruano, espacio incierto donde películas de dudosa calidad comandan las ventanas de exhibición.
Hasta que la fatalidad se asomó. Antes de terminar Yana-Wara, Oscar murió sorpresivamente. Su tío, Tito, asumió el encargo de culminar la película. Es entendible aceptar que las interrogantes se instalen en torno a la participación y la mirada creativa que proyectó Oscar para su segundo título, ahora que ya no está entre nosotros, pero también es válido entender que el resultado final lleva un sello autoral -que responde a la perspectiva de Oscar- y una mirada consecuente por parte de Tito. Es decir, lo que hay de Oscar en Yana-Wara es corroborable desde su particular inquietud creativa inicial muy bien entendida por su tío.
Yana- Wara también es el nombre de la protagonista (encarnada por la joven actriz Luz Diana Mamani), una niña de 13 años marcada por el infortunio desde su nacimiento. Al alumbrarla, su madre muere. Años más tarde, el padre de la chica pierde la vida durante una tormenta semejante a un diluvio bíblico. Es su abuelo quien asume la crianza y la educación de la desdichada. Como si fuese una maldición que no tiene cuándo detenerse es violentada sexualmente en la escuela por su maestro. Un embarazo no deseado saldará el ultraje. En un país donde se castiga el derecho al aborto, la niña debe pasar por humillaciones hasta que, de manera clandestina, acude donde una matrona que logra ayudarla, pero que la deja en muy mal estado.
Entonces, la película aterriza un precepto real, fantasioso y folclórico para explicar lo que significa ser mujer en el mundo andino, peruano, sudamericano. Una vía paralela que grafica la represión normalizada y ejercida por la mano dura de los varones. Las autoridades están comandadas por hombres viriles. Las ideas que asignan los roles en la sociedad son dictadas por hombres ceñudos. A las mujeres sólo les queda bajar la cabeza y asentir.
Yana-Wara es un manifiesto de protesta que blindado de riesgos nos lleva hacia terrenos incómodos donde nadie quisiera reconocerse. Proyecta la intensidad de Wiñaypacha en cuanto al abordaje sensible de una problemática cultural protagonizada por personajes alejados de los reflectores sociopolíticos. Estamos ante un grupo de seres olvidados por un sistema que les da la espalda programáticamente y que, en el mejor de los casos, los mira por encima del hombro con indiferencia o condescendencia. Sí, Oscar y Tito Catacora son artistas, pero también son cartógrafos de la idiosincrasia andina. Una forma de hacer política de verdad. Una manera de mostrar lo que otros no quieren ver poniendo el dedo en la llaga.
Los Catacora proponen sin esconderse. Y cuestionan todo el tiempo. Es claro que el objetivo de los realizadores pasa por abrir un espacio en que se promueva la reflexión y el debate: una vía legítima para hacer política en beneficio del bien público. Una fórmula que impulsa y eleva el espíritu del cine. Yana-Wara es una ventana enojada que se rompe en mil pedazos para decirnos que la justicia es defectuosa, especialmente cuando la mujer se encuentra en la parte más baja de la pirámide de los derechos elementales del ser humano.
Sin embargo, los Catacora no se quedan en la arena política gritando con urgencia sobre lo que también debería preocuparnos y se viene repitiendo durante varios siglos (entendamos la POLÍTICA como un sentido de influencia que busca beneficiar a todos por igual).
Los realizadores se apoyan en el grito salvaje y oscuro del cine de terror para trasladar una temática muy local hacia algo de dominio universal. En Yana-Wara el terror es la exposición explícita de un feto abortado, el agravio sexual narrado desde un impactante fuera de campo, la impotencia de un puñal justiciero que se introduce en la garganta del violador, la imaginación limítrofe de la protagonista que se debate entre lo onírico y lo demoníaco, las laceraciones físicas entre hombres que bajo el manto de una justicia deforme recubren sus propias taras, la muerte de la niña a manos de su propio abuelo. El terror es el ser humano y todo lo humano esparce terror. Oscar Catacora vuelve a ser tan contundente como lo fue en Wiñaypacha, aunque desde una óptica feroz, implacable.
No obstante, a fin de esclarecer el conflicto central de la película -la culpabilidad del abuelo homicida- los Catacora eligen a una mujer quien representa el sentido común y, en menor medida, a una aproximación de la sabiduría para sentenciar la imputación. Entonces, nuevamente, los yerros de la justicia aplicada por los varones queda en evidencia. Los convencionalismos son formas que sirven para perpetuar mecanismos fallidos que sólo benefician a unos pocos o a muchos que tienen miedo a los cambios que equilibren los derechos de todos.
Los directores se la juegan y proponen que lo ancestral refuerza las creencias y las acciones cotidianas de sus personajes masculinos dejando sin opción de réplica para la mujer, siempre a partir de la cosmovisión andina que prima en el contexto. Una cosa es criticar sin entender y otra es hacerlo desde el involucramiento seminal que sí tienen los Catacora. Acá no hay poses de miremos-a-las-regiones-y-hagamos-la-película-festivalera-que-proyectaremos-en-Europa. Yana-Wara está basada en el conocimiento de causa de sus autores. Tiene cabeza y corazón, pero sobre todo, perspectiva.
El hermoso blanco y negro de la película es otro factor que acentúa su carga emocional. Igualmente, los planos fijos no sólo funcionan como un mecanismo narrativo. También reflejan la quietud y la contención de algunos personajes parsimoniosos sin margen de decisión.
Yana-Wara es la película peruana del año y la confirmación de que el mejor cine nacional no se está haciendo en Lima. Hace mucho tiempo.