Hallelujah: Leonard Cohen, un viaje, una canción
Existen tantas versiones de Hallelujah -la canción más popular de Leonard Cohen, no precisamente la mejor- como intentos por entender su significado. El mismo cantautor sustituyó algunos versos de la pieza musical cuando la interpretaba en vivo con intensidades, registros vocales -siempre en escalas graves- y arreglos variados que daban la impresión de ser una canción inacabada. Según el compositor Ratso Sloman, amigo de Cohen, Hallelujah pudo haber tenido entre 150 y 180 versos; partes que en su mayoría nunca fueron entonadas. Lo del canadiense no era un obsesivo ejercicio estético o de múltiples acepciones. El crooner creía que esa canción representaba una búsqueda constante. Una manera de conectarse con lo divino y lo pagano desde un sólo plano. No es un secreto que la vida y la obra de Cohen siempre transitó entre la santidad más devota y la excitación más carnal.
Hallelujah: Leonard Cohen, un viaje, una canción, documental dirigido por Dayna Goldfine y Dan Geller explora la vida personal del cantante y sus raíces judías, la concepción de la emblemática canción y su posterior impacto en la cultura popular. En ese orden, y con un gran material fotográfico de archivo, descubrimos las posturas de Cohen respecto a la espiritualidad y los matices que tuvo esta condición para él a través del tiempo. Cuestionar a Dios como algo válido en el tránsito de descubrir el sentido de ser judío es un principio que da vueltas por la película, sobre todo en su primera mitad, y que Cohen revela con dudas y afirmaciones acerca de su fe en los tres primeros álbumes que grabó. Tras unas paradas sin mayor profundidad por otras placas que el cantante realizó para Columbia Records, el documental recala en Various Positions, el disco donde se encuentra Hallelujah. Entonces el rumbo del filme cambia.
De los datos y acciones más conocidos en la biografía del cantante, ingresamos a una concepción discográfica turbulenta que se coronó con el rechazo de Columbia para distribuir el disco en los Estados Unidos. En ese segmento, el trabajo de Goldfine y Geller adquiere una dimensión testimonial reveladora por medio de las fuentes consultadas donde se refuerza la experiencia del fracaso que supuso ese episodio. Productores, músicos, cantantes, periodistas, ex parejas y amigos explican, desde el acercamiento que tuvieron con Cohen, cómo fue el proceso creativo y la debacle del álbum que vio la luz en 1984. Hallelujah: Leonard Cohen, un viaje, una canción pone atención en las decisiones de las disqueras que no siempre distinguen los riesgos de un trabajo que se aleja de la facturación. Como si fuese una paradoja, y hasta una parábola, nadie midió el impacto que tendría la canción en los años siguientes.
El tercer acto del documental eleva a Cohen a una categoría de tótem popular y referente de otros cantautores que sólo se comprende cuando la herramienta retrospectiva le hace justicia. Bob Dylan, John Cale, Jeff Buckley y Rufus Wainwright han hecho las versiones más conocidas de Hallelujah. La película repasa cada interpretación y el resurgimiento de una letra que cada quien entiende de acuerdo al momento que atraviesa. Por ejemplo, Dylan asume la canción desde su naturaleza de buscador espiritual -en la misma dirección de Cohen- recibiéndola de una forma magnificente. Sin embargo, quien sustituye varios versos religiosos por otros de orden lascivo es Cale. La experiencia vivida por el ex Velvet Underground sumada al brillo de Buckley se convierten en momentos cumbres del documental. Sin embargo, los directores no profundizan en el sentido real de la letra y el efecto de por qué tanta gente ha adoptado la canción como una plegaria. ¿Importa? No. Cada quien – ya sea la gente ligada al mundo artístico, en particular; y cualquier persona, en general- asume el riesgo de interiorizarla dependiendo de su condición afectiva, psicológica, social o musical. El documental trata sobre eso: cómo una pieza tan personal puede llegar a ser de dominio popular a tal punto que no importa saber de dónde llegó la versión original. Hallelujah es una palabra sagrada que Cohen aterriza en un mundo ordinario y la convierte en algo de uso público, quizá de moda, sin que la culpa lo aceche.
El epílogo del documental muestra los últimos años de Cohen y la intensa gira que llevó a cabo al borde de los 80 años de edad después de sufrir una estafa que lo dejó en la bancarrota. Entonces, los lados religiosos y seculares vuelven a fundirse en un abrazo inseparable para decirnos que somos ensayo, error y camino eterno con muchas estaciones donde caemos y subimos a la sazón de aprender y descubrirnos como seres errantes. Hallelujah: Leonard Cohen, un viaje, una canción es una búsqueda primitiva, huérfana y culposa del sentido existencial relacionado a la gloria de la vida eterna. También es la trascendencia de un himno musical creado por un cantante de poder hipnótico.
Termino este texto contando un par de anécdotas sobre Cohen que también ayudan a entender el poder de su canción más distintiva. Incluso para comprender su capacidad de influencia en el público que lo ha escuchado por varias décadas.
Después de comprobar que poseía un talento natural con el hipnotismo aplicado a animales, un adolescente Cohen eligió a una de las criadas de su familia para ponerla en trance. La sentó en una silla, le dijo que relajara los músculos y le mirara a los ojos; luego le pidió que se desnudara. El poder de su voz pausada hizo que la figura femenina se develará a través de la imposición de la voluntad. Años después, en 1970, en la isla de Wight se realizó un concierto que, contra todo pronóstico, reunió a medio millón de personas. Una cifra peligrosa de manejar por la cantidad de gente pasada de alcohol y drogas, sobre todo cuando la expectativa de los organizadores sólo contemplaba un aforo para ciento cincuenta mil asistentes. Cohen actuaría durante la última jornada, después de Joan Baez y Jimmy Hendrix, casi cerrando el festival musical. Kris Kristofferson y Hendrix habían recibido abucheos y una bengala interrumpió la presentación del guitarrista zurdo. La gente estaba incontrolable. Cuando Cohen salió al escenario le contó a la masa una historia que sonó a parábola, además de otras experiencias de su niñez. La muchedumbre escuchó callada, quieta. Entonces, él empezó a cantar. Los ánimos se calmaron. Lo había logrado, nuevamente. Impuso su voluntad a través de la palabra.