--El exorcista: creyentes--
Cuando William Friedkin fue consultado sobre la secuela que tendría su película más famosa, El exorcista (1973), respondió con aires poco esperanzadores que no le interesaba, aunque lanzó una amenaza a David Gordon Green, realizador de la nueva entrega: “Si hay un mundo espiritual, y puedo volver, planeo poseerlo y hacer de su vida un infierno”. Friedkin murió hace dos meses, no pudo ver El exorcista: creyentes y quizá no regrese del más allá para ajustar cuentas con quien se atrevió a darle continuidad a la película más emblemática del cine de terror. Sin embargo, la propuesta de Green no disgusta -tampoco es algo elogiosa-, en esencia, porque no pretende alcanzar la talla de su antecesora.
Dos compañeras de colegio, Angela (Lidya Jewett) y Katherine (Olivia O´Neill), se internan en un bosque y se pierden. Lo que para ellas son horas de desorientación realmente serán tres días de búsqueda por parte de sus padres y de la policía. Tras ser halladas y haber pasado por varias pruebas médicas, las chicas regresarán a sus casas, pero nada volverá a ser como antes. Algo que contactaron en el bosque no querrá separarse de ellas.
La premisa, el desarrollo y la resolución de El exorcista: creyentes no son novedosas. Se mueven por los terrenos de lo predecible en el sentido de una historia que está reforzada por la fragilidad y la pérdida de la inocencia. Todo acompañado de un sincretismo -compuesto por católicos, evangélicos, espiritistas, ateos- que pretende darle bandera a la variedad de miradas espirituales unidas en la lucha contra Satanás. Mejor que seamos distintos y estemos unidos a que seamos iguales y actuemos por separado, parece decir el director. Soplan vientos de inclusión/diversidad y no formar parte de este contexto sería arriesgado para cualquier producción cinematográfica. Auténtico o no, la intención abre una posibilidad de grandeza y poder en la figura del antagonista central, el diablo. Una idea que se familiariza a la de Friedkin cuando Regan fue poseída por el mismísimo Lucifer. No se pelea contra cualquier espíritu y de esta manera la alianza moderna de Green se justifica.
El exorcista: creyentes es un ejercicio entretenido si no es comparada a la original. Tiene errores y también aciertos. No sorprende que se enfrente al puritanismo de un sector de la crítica que se hinca de rodillas ante el canon. Con todas las cartas en contra, desarrolla su propio espíritu alimentado por diversos temas que en algún momento la llenan de expectativas, pero que en su resolución se atora por intentar darle sentido a algunos aspectos irreconciliables. Por ejemplo, cuando la ex monja sin experiencia en exorcismos juega a ser la representante del catolicismo. O cuando el sacerdote censurado por la Iglesia decide intervenir en el ritual oponiéndose a sus superiores y luego desaparece rápidamente en pleno clímax de la película. Green se ve invadido de elementos que no sabe encajar ni distribuir, pero, por otro lado, gana gracias a su forma de hilar las secuencias.
El ritmo y la sucesión de las acciones no permiten que la historia se alargue innecesariamente. Las cuotas justas de espanto dejan a Green en un lugar seguro desde la perspectiva de la narración. Además, la calidad de los efectos no dejan que El exorcista: creyentes se acerque a un producto risible, más bien goza de verosimilitud e imprime un halo de sobresaltos emocionales.
Más allá de las breves y nostálgicas apariciones de Ellen Burstyn y Linda Blair El exorcista: creyentes puede ser como el niño malcriado al que se aprecia, pero debe ser corregido con autoridad a cada momento, de lo contrario creerá que puede ser mejor que sus superiores.