Barbie
“Soy un hombre sin poder. ¿Eso me hace una mujer?”, le dice uno de los empleados de rango bajo al presidente de Mattel cuando se le incluye en un debate crucial de la compañía durante una junta de la alta dirección. Al igual que muchos pasajes de la película, Barbie está blindada por frases que defienden una postura de igualdad y reivindicación de los derechos femeninos. Es decir, propone una perspectiva feminista que se aleja de lo que todos esperábamos cuando se anunció el rodaje sobre la muñeca rubia: un filme para niños que recree el mundo rosa de uno de los juguetes más vendidos de la historia.
La película que en Perú podría completar el podio de lo más visto en salas de cine, junto a Transformers: el despertar de las bestias y Super Mario Bros, está dirigida por
Greta Gerwig quien también asume la responsabilidad del guión junto a Noah Baumbach. Esta dupla creativa ha cosechado sendos elogios de la crítica y no hay duda de la calidad de sus propuestas anteriores. Algunas más convincentes, otras pocas no tan sólidas. Sin embargo, con Barbie es notoria la alineación hacia una política que la industria hollywoodense está remarcando desde que el movimiento #MeToo puso en jaque a los mandamases de las majors: la propugnación de un feminismo de trazo grueso que se ampara en la corrección.
Barbie tiene tres momentos muy marcados y pésimamente ensamblados. El primero, cuando presenta y desarrolla el mundo de fantasía de la muñeca. Todo el funcionamiento es mágico y está cargado de nostalgia. Quizá sea la mejor parte de todas. En el segundo aparecen los conflictos que llevan a Barbie a dejar el mundo irreal para buscar soluciones en Los Ángeles. La conexión brutal de los dos espacios da origen a una serie de diálogos y secuencias por los que desfilan ideas de cosificación femenina o concepciones patriarcales carentes de sutilezas. Son tan poco finos los detalles del segundo segmento que hasta Ryan Gosling asoma ridículo, ramplón. No hablo del personaje, Ken, sino de Gosling, sobreactuado, nada convincente.
La capitulación de Gerwig se da en la tercera parte. Hasta ese momento del metraje, los golpes al machismo y a las estructuras sociales que definen a los varones habían sido implacables -en varios momentos bastante burdos, como ya se anotó-, pero no se esperaba que la declaración de principios de la directora derivara en una conciliación de igualdad de género sacada de un manual para dummies. En lugar de cerrar con una propuesta más audaz, ni siquiera hablo de algo más inteligente, Gerwig queda subyugada ante un final amable que suena a moralina. Con Barbie, la realizadora se sitúa a distancias interestelares de Alardua Ruiz de Azúa, Carla Simon o Lucrecia Martel -por citar algunos nombres hispanoamericanos de la dirección con buenos tintes feministas-. Ni qué decir de Agnes Varda o Chantal Akerman.
Si Barbie se hubiese estrenado hace 10 años todo sería distinto porque estaríamos ante una película poderosa, pionera y hasta consciente. Mucha agua ha corrido bajo el río de la industria cinematográfica como para decir que Barbie es revolucionaria. Su problema no son los temas que aborda. Es el despliegue de sus ideas lo que cae en saco roto. Es más de lo que ya se ha visto sin ninguna pizca de novedad. ¿El patriarcado es imperante en todos los ámbitos? No cabe duda. ¿La publicidad sigue cosificando a la mujer? Obvio. ¿La extensión del macho Marlboro corresponde a su caballo y juntos intentan imponer un estereotipo? No se puede negar. Todos son lastres del pensamiento masculino moderno, pero también es necesario anotar que la condescendencia de Gerwig con la audiencia roza lo absurdo; sobre todo, cuando no estamos ante una película para niños.
La expresión del ornamento útil, el miedo a pensar distinto en un contexto normalizado, la representación de las apariencias, la idea de la muñeca como un constructo social, el tabú de la vulnerabilidad varonil, el cuestionamiento de los modelos masculinos a través de películas icónicas o la deconstrucción del sistema de entretenimiento son tan fariseos en Barbie que después del visionado uno se queda pensando si a la mirada de Gerwig le falta contexto o profundidad. Ni lo uno, ni lo otro. Se trata de subirse a una ola. Si no la agarras, quedas fuera.