Top Gun: Maverick
La dedicatoria a Tony Scott al final de Top Gun: Maverick no solo es un cierre estupendo que homenajea al director de la primera entrega estrenada en 1986. De alguna forma esa mención también evoca la nostalgia de un tiempo y de un tipo de cine que dejó huellas imborrables durante la segunda parte de los años ochenta e inicios de la década posterior. Bajo la dirección de Joseph Kosinski, Top Gun: Maverick capta muy bien esa esencia y la convierte en melancolía para los amantes del cine de acción y de las fórmulas mainstream que valen la pena. A partir de un ejercicio básico donde todo parece saberse de antemano ingresamos a una película previsible, aunque cargada de emoción.
Top Gun: Maverick responde a códigos muchas veces utilizados en el género: un protagonista con pasado glorioso que ha sido postergado por su actitud rebelde y que en una nueva oportunidad encontrará su revancha. En el interín deberá lidiar con cuestiones como el amor, la amistad y la lealtad. Nada nuevo. Entonces, ¿por qué deberíamos ver Top Gun: Maverick? ¿Acaso todas las películas deben comprender una narrativa y una temática originales para ser catalogadas como buenas? No, porque la fórmula se puede repetir, pero serán otros factores los que determinarán su calidad.
En este caso, al tratarse de una cinta de acción, el primer acierto de Kosinski radica en la espectacularidad de las escenas donde los pilotos y sus aviones surcan el aire a gran velocidad -impactantes momentos gracias a la edición de sonido y los planos utilizados-. Lo segundo, la atmósfera de camaradería lograda en el círculo de los aviadores navales -situaciones cruciales develan la pertenencia al instinto del cófrade que también veíamos en Top Gun de 1986-. Tercero, la agilidad de la narrativa por medio de un guion cargado de diálogos sencillos que aportan mucho a la trama en el sentido humorístico y dramático. Cuarto, Tom Cruise. El actor es un ícono del género. Su naturalidad y frescura siguen la estela de otros personajes que ha interpretado en películas como Misión imposible y Minority Report. En su etapa madura, Cruise ha demostrado que no pierde impulso cuando asume roles de exigencia física, por más que algunas escenas puedan estar actuadas por dobles. Cruise es una referencia de hombre duro que no esconde vulnerabilidades. Un héroe moderno que duda, decide y resuelve.
En esta oportunidad el capitán Pete Mitchell (Cruise) es candidato para instruir a la unidad de élite de jóvenes pilotos que debe completar una misión secreta y riesgosa. El pasado de Mitchell no lo avala -rebelde, insubordinado y extremadamente arriesgado en sus maniobras-, pero el almirante Tom ‘Iceman’ Kazansky (Val Kilmer), su viejo rival en Top Gun, lo convoca en contra de los que piensan muchos generales. Durante las sesiones de enseñanza tendrá que gestionar la soberbia y el resentimiento de algunos pilotos, mientras que en su ratos libres fuera de la academia militar cortejará a Penny (Jennifer Connelly), un viejo amor al que desea reconquistar.
Otro mérito del director consiste en la lectura de la posta generacional. Por más que Mitchell sea el centro de atención del film, las historias de los nuevos pilotos abrirán las líneas argumentales que ayudarán a desarrollar las subtramas. Por ejemplo, Bradley ‘Rooster’ Bradshaw (Miles Teller) es el hijo de ‘Goose’ (Anthony Edwards), mejor amigo de Mitchell en la película de 1986 y de quien tiene un recuerdo trágico. La conexión entre el pasado y el presente no solo ayuda a darle continuidad a la secuela sino que establece puntos atractivos en la historia. Igual sucede con Hangman (Glen Powell), un émulo moderno de Iceman. Es inevitable comentar la emoción que genera ver a Val Kilmer en un papel por el que se hizo muy popular, a pesar de su delicado estado de salud actual.
Top Gun: Maverick corresponde al buen cine de fórmula. El que emociona por más que su desenlace esté anunciado desde las escenas iniciales. Estamos ante una película nostálgica que destila pasión por las épocas pasadas. No estaría mal una tercera entrega. Ojalá se apuren, no vaya a ser que Tom Cruise corra la misma suerte de Sylvester Stallone.