Todo en todas partes al mismo tiempo
Desde hace algunos años cuando el Universo Cinematográfico Marvel puso de moda el tema de los multiversos, un sector de la industria del entretenimiento audiovisual, especialmente en los Estados Unidos, ha seguido por el camino de ese intrincado sistema de narración de historias paralelas con resultados de todo tipo, pero, sobre todo, muy redituables.
Películas como Spider Man: Sin camino a casa (2021) o Doctor Strange en el multiverso de la locura (2022) -US $2,000 millones y US $950 millones de ingresos aproximados por taquilla en todo el mundo, respectivamente- también resultaron ser entregas con puntos altos respecto a una adecuada utilización de recursos técnicos y atractivas tramas. Claro está que, a priori, son productos dirigidos a fans incondicionales o nuevas generaciones del mundo cómic. Sin embargo, el terreno fértil que han pisado estas producciones ha despertado la atención de otros tipos de espectadores que no están ligados al espectro de los superhéroes coloridos.
En ese contexto llega Todo en todas partes al mismo tiempo -escrita y dirigida por Daniel Kwan y Daniel Scheinert, conocidos como los Daniels-. En este caso no estamos ante un sencillo ejercicio de raíces instaladas en páginas de papel couché. Se trata de una película que aborda temas actuales, cotidianos y reivindicativos con visos de mayor realismo y sin la solemnidad propuesta por el UCM o la maquinaria de DC. La idea primigenia de los realizadores recorre tópicos que van desde la migración, hasta el amor homosexual, pasando por la ruptura generacional y el empoderamiento femenino, entre otros. Todo atravesado por circunstancias humorísticas y melodramáticas en clave de comedia y acción.
Evelyn (Michelle Yeoh) es una migrante china que inesperadamente recibe la visita de Waymond (Ke Huy Quan), su esposo de otra dimensión. El objetivo es pedir ayuda para derrotar a una amenaza que podría desestabilizar todo el multiverso. Ella, tras asimilar su nueva y confusa situación, no se siente capaz de afrontar tal tarea. Evelyn recorre distintos universos a fin de obtener las mayores habilidades de sí misma, es decir, de sus otros yo. En ese viaje paralelo de espacio y tiempo descubrirá miedos, verdades, fortalezas y afectos desconocidos que le permitirán encauzar su alucinante cruzada. La mujer también entenderá que las relaciones familiares -específicamente los vínculos con su hija, padre y esposo- guardan secretos que deben ser descubiertos para cerrar heridas. Villanas y nuevas alianzas serán parte de su dislocada vida.
Todo en todas partes al mismo tiempo es impecable en varios sentidos. El riesgo que asume lleva a explorar nuevas rutas donde conviven los géneros cinematográficos de forma equilibrada. Las persecuciones que sufre Evelyn por parte de Deirdre (Jamie Lee Curtis), la desquiciada cobradora de impuestos que asume un ángulo antagónico en el film, se transforman en impecables escenas de acción que están sostenidas por su ritmo y sonoridad. A la vez, los diálogos ingeniosos y peliagudos entre la heroína y los demás integrantes de su alterado entorno sirven de base para profundizar en la construcción de los personajes. No hace falta decir mucho o ser evidente si los hechos van a explicarlo todo. Ese es uno de los grandes aciertos de la dupla realizadora y una de las bases del cine clásico de acción.
Igualmente, los momentos de dolor y culpa que protagonizan Evelyn y su hija Joy (Stephanie Hsu) están teñidos por una honda tristeza, propia de las películas melodramáticas más conmovedoras. Es decir, el exceso es primordial para los Daniels y no temen sobrepasar los límites porque, a partes iguales, todo alcanza el peso justo en metraje, intervenciones de personajes y conflictos. Un sube y baja muy bien calibrado.
El componente visual también ejerce una notoriedad fundamental en la película. El gran trabajo relacionado al diseño de producción permite cargar la pantalla de elementos tremendistas que remarcan el delirio brindado por los directores y la psique de sus personajes. Por momentos, Todo en todas partes al mismo tiempo es una experiencia cinematográfica lisérgica tipo bucle infinito: no se sabe hacia dónde va a parar o si será suficiente un solo final.
No obstante, el problema que arrastra la película se evidencia a mitad de su proyección. Algunas vueltas de tuerca o la reiteración de acciones ya resueltas resienten lo que se logra, al menos, en la primera hora y media. Es en ese bache que saltan las falencias de los Daniels. Alargar el rizo no es la solución a la retahíla de nuevos y pequeños conflictos. Todo se vuelve cansino y solo podemos llegar al final del visionado gracias al carisma de sus personajes.
Todo en todas partes al mismo tiempo funciona como un entretenimiento novedoso que se mueve con audacia a través de muy buenas secuencias protagonizadas por actores y actrices que están ensamblados de manera sólida, pero se pierde en las lagunas de un guion repetitivo y, en menor medida, desperdiciado. Aún así es la mejor película comercial sobre multiversos que se haya visto en el siglo XXI.